Revista Libros

Morir no es lo que más duele - Inés Plana

Por Marapsara
Morir no es lo que más duele - Inés Plana
A principios de este mes de enero se expandió como la pólvora la noticia del lanzamiento por todo lo alto de “Morir no es lo que más duele”, una novela de género negro por la que la editorial Espasa había decidido apostar para que fuera su gran lanzamiento del año. Su autora, Inés Plana, periodista de origen aragonés, se estrenaba con este título en los estantes de las librerías: si bien había escrito durante décadas debido a su profesión, ésta era la primera novela que vería la luz, y lo hacía con una impecable presentación física y un diseño de cubierta tan elegante y delicado como siniestro (sencillamente, perfecto): la imagen de cubierta ofrece una falsa sensación de serenidad que se hace patente si se gira la imagen 90º a la izquierda, hagan la prueba.
Es absurdo pensar que una gran editorial apueste por algo en lo que no crea, el reclamo está servido cuando sabemos además que esta novela va mucho más allá del típico crimen misterioso que termina cuando se averigua la identidad del asesino…: “Morir no es lo que más duele” transgrede el género, vaya si lo hace, y ahora veremos por qué.
Quise entrevistar a Plana para saber más sobre el proceso creativo, y me concedió una hermosa entrevista que se puede leer en este enlace. A través de sus respuestas, obtuve muchísima luz sobre sus motivaciones, sus referentes literarios y muchas cosas más, pero lo que más me entusiasmó fue evidenciar que se trata de una mujer comprometida que sigue de cerca los problemas que sufre la sociedad y que alza la voz contra las injusticias.
| En apenas cinco minutos, su nombre había pasado de la boca de la Guardia Civil al bolsillo de un ahorcado. (Pág. 15)

Todo comienza cuando un hombre aparece ahorcado en un pinar, aparentemente es un crimen perfecto, sin rastro de indicios que aporten luz a la investigación. La novela se ambienta en la sierra madrileña (aunque también hay lugar para otros escenarios de la geografía española), en el año 2007, justo antes de la crisis económica de la que aún no nos hemos recuperado. Son muchos los detalles informativos que ayudan a situarse al lector, como el hecho de que aún se podía fumar en los bares o que ya se comentaba que la burbuja inmobiliaria estaba a punto de estallar y que eso conllevaría alarmantes consecuencias.
Uno de los hallazgos sorprendentes de esta novela es que ninguno de los personajes es un estereotipo. Sería muy fácil, es lo que los novelistas del género acostumbran a hacer (por eso no suelen interesarme las novedades de ese sector), pero Plana va mucho, muchísimo más allá, lo que nos ofrece aquí es pura literatura, una profunda reflexión muy realista sobre la condición humana. Cada agente de la Guardia Civil, cada víctima, casi cada personaje que interviene, tiene detrás de sí su propia historia, de modo que en cualquier momento la trama podría dar un giro radical, para dejar atrás el ahorcado con el que empieza esta novela, y empezar a seguir a otros protagonistas por sus propios vericuetos personales y vitales. Estamos ante una obra de artesanía literaria cuando advertimos el cuidado en plasmar cada pequeño detalle, pensamiento, dato informativo que arroje luz y dibuje a cada individuo de manera única, con las luces y sobre todo las sombras que los humanos escondemos dentro.
Son especialmente deliciosas las reflexiones que salpican toda la narración y que ofrecen un descanso momentáneo mientas la autora se deleita en aportar humanidad a la novela, con el anhelo constante de dotarla de belleza, eligiendo siempre las palabras exactas y haciendo alarde de un manejo perfecto del ritmo interno narrativo: la sucesión de palabras es un baile, como notas de una partitura bien medida. Multitud de pasajes son dignos de subrayar o atesorar en un cuaderno de citas.
| Por experiencia sabía que precisamente son las personas más metódicas y transparentes a los ojos de los demás las que mejor ocultan lo que requiere ser ocultado. Lo insertan entre sus férreas rutinas hasta que se confunde con ellas, y es tan difícil identificarlo como distinguir un par de calcetines de color azul oscuro en un cajón lleno de calcetines negros: hay que sacarlos a la luz para diferenciar bien los unos de los otros, pero lo más habitual es que no se haga y uno se ponga los azules pensando que son negros. (Pág. 54)

Si hay algo básico para que el argumento de una novela criminal no cojee, es la labor de documentación sobre los protocolos de actuación de los cuerpos de seguridad, ya que cualquier mínimo dato equivocado puede dar al traste con el argumento más sólido. Según ha comentado Plana en entrevistas, debido a su deformación profesional como periodista y con el afán de realizar un trabajo bien hecho, se informó de primera mano, con un agente que amablemente le fue resolviendo todas sus dudas, acerca de los datos relativos a la Guardia Civil (también aprovecha para denunciar, a través de la trama, la situación de precariedad de medios con la que estos agentes deben trabajar a diario, y el hecho de que sea el colectivo profesional español que registra más suicidios entre sus miembros).
Hay que ser un lector inteligente y no estancarse en la trama, dado que este libro nos ofrece literatura de calidad y obviamente va mucho más allá de la resolución de un misterio (o acaso el crimen sea sólo una excusa): no pasan desapercibidas importantes denuncias sociales: vemos cómo se señala con el dedo a los monstruos pederastas que conviven entre nosotros; también, la injusticia del estigma de la violación (las mujeres pasan automáticamente de ser víctimas a culpables, a ojos de la sociedad, quien las acusa de provocar al violador o no cree sus aterradores testimonios, y muchas víctimas no denuncian a sus agresores finalmente, por vergüenza o por miedo); también tenemos la frustración de la homosexualidad reprimida, con los fantasmas que genera y muchas otras terribles consecuencias que acarrea para quienes lo padecen. Asimismo, se hacen patentes las carencias en los protocolos de la psiquiatría; también, el machismo dominante en una sociedad donde los hombres siguen dando por hecho que su opinión es relevante cuando una mujer decide poner fin a un embarazo no deseado, etc.
| Era alto, con una mezcla de corpulencia y sobrepeso, pero aquellas dimensiones tampoco componían una figura que pudiera recordarse. Hay personas cuyo espíritu vulgar transmite su mecánica a todo el cuerpo, a las facciones, a los andares y a la forma de vestirse, de tal modo que esas gentes entran a formar parte de la masa, sin nombre ni apellidos propios, porque uno se olvida de ellos por mucho que se los cite. (…) era un nadie, un nada, pero si realmente se convertía en sospechoso, bajo ese nadie y bajo esa nada habitaba un demonio. (…) se sentía ya preparado para respirar sus azufres. (Pág. 227)

También hay lugar para la belleza, y no sólo en la que está plasmada en la propia narración tan preciosista y cuidada, sino también a través de homenajes que la autora hace a algunos de sus personajes de cabecera, desde la poeta Emily Dickinson, (su sombra melancólica y luminosa planea desde la primera hasta la última página, y además el título de la novela está inspirado en uno de sus versos), hasta Edgar Allan Poe o Arthur Conan Doyle.
Son 442 páginas en las que se condensan tan solo unos pocos días con una tremenda sucesión de acontecimientos: sería muy fácil dar un traspiés y equivocarse en un detalle, como por ejemplo cualquier incompatibilidad temporal o geográfica… ¡pero esto no sucede! Se puede leer con todo el detenimiento y la meticulosidad, que no se encuentra un fallo.
Hay algo que como lectora me ha llamado especialmente la atención y es la facilidad de la autora al realizar los cambios de personaje y escenario: tan rápidamente como cambia nuestra vista de un renglón a otro, tenemos otra voz y otro lugar y no hemos percibido el corte. Estas sucesiones están tan bien construidas que resultan, así como la obra en conjunto, una auténtica virguería: no podría definirlo de otro modo. Se hace patente que la redacción de esta novela ocupó varios años y que se construyó sin prisa, con mimo y cuidado, de ahí un resultado tan brillante.
| Llega un momento en el que ya nada puede empeorar más, y entonces sobreviene una extraña calma y el miedo es desterrado a una isla que no aparece en los mapas. (Pág. 246)

Pero si algo queda claro en “Morir no es lo que más duele” es que no hace falta estar enfermo para ser malvado, como bien comentaba Inés Plana en la entrevista que me concedió hace unas semanas. Concluyo que la suma de odio y placer dan lugar a la maldad, que no hace falta estar loco para ser un asesino, y que no hace falta matar para ser un psicópata. Solo es necesario disfrutar del sufrimiento ajeno, y es una realidad el hecho de que vivimos rodeados de personas que desprecian la vida, o que son totalmente incapaces de empatizar con el sufrimiento de otro ser vivo. 
Precisamente, otro hallazgo maravilloso es la incorporación de animales a la trama, que de forma puntual, sutil, se integran en el devenir de los acontecimientos e indudablemente aportan humanidad y calidez al conjunto. Si echamos un vistazo a la página de los agradecimientos veremos que la última mención (y lo mejor siempre se deja para el final) es a la compañía insustituible que sus perros Mos y Siba (y Claus, in memóriam) le hicieron durante el proceso de escritura: me parece un detalle precioso que me saca una sonrisa instantánea.
Destacaría la forma en la que se hacen encajar todas las piezas, incluso algunas sin importancia aparente, solo por el placer de crear algo hermoso. Ignoro aún si Inés Plana era realmente consciente de estar transgrediendo el género negro mientras escribía esta maravillosa novela, como me consta que ha sucedido a tenor del brillante resultado. Y me gustaría que se la leyera con la mentalidad abierta como yo lo hice, llevando a cabo una lectura inteligente y esperando mucho más que unas horas de simple entretenimiento que se olvidarán tras descubrir quién es el malo: porque “Morir no es lo que más duele” es uno de esos libros que no se diluye en nuestra memoria lectora, sino que permanece, a la espera de una segunda entrega en la que la autora ha confesado estar ya trabajando, y donde podremos seguir la pista a las historias de los personajes cuyas vidas han quedado irremediablemente truncadas y, con mucha seguridad, a incorporaciones nuevas que seguirán haciendo nuestras delicias por muchos cientos de páginas más. Le doy 20 estrellas sobre 10 y… no lo veis, pero me estoy quitando el sombrero. Bravo.
| Se preguntó cómo era posible que hubiese transcurrido casi toda su existencia sin cordura y que nadie lo hubiera percibido. (…) Una vida rota. Nadie se molestó en agacharse para recoger del suelo siquiera algunos pedazos y dárselos a su dueña, para que al menos supiera que le pertenecían. (Pág. 264)


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