Revista Cultura y Ocio

Mrs Lebowitz, quiero ser su amiga

Publicado el 18 enero 2021 por Molinos @molinos1282
Mrs Lebowitz, quiero ser su amiga
Cuando veo y escucho a Fran Lebowitz, por un lado deseo con toda mi alma tener la oportunidad de ser su amiga  y, por otro, tengo la impresión de que tiene un carácter como para entrar en la habitación que está ella con una silla y un látigo, como los domadores para defenderse aunque, en este caso, nada de eso serviría porque el arma de Lebowitz son sus palabras y esas cejas que no paran de moverse mientras habla. Con una frase puede tumbarte, dejarte ko o mucho peor, puede hacer que te sientas una completa majadera. 

Decia Kallifatis «Mi abuela no era periodista, ni filósofa, pero solía decir que las "las palabras no tienen huesos pero los rompen". Sabía lo que casi todo el mundo sabe: que una palabra puede hacer más daño que el cuchillo más filoso. Decir algo es hacer algo.», pues Lebowitz es tu madre dejándote clavada en el sitio. 

La semana pasada me tragué de una sentada la miniserie de Netflix Pretend is a city en la que su amigo Scorsese le rinde un homenaje a ella y a la ciudad, dejando que las dos hablen lo que quieran y se muestren como son. He leído críticas pelín parternalistas, que ya hay que tenerlo cuadrados para permitirse ser paternalista con Lebowitz y Scorsese, diciendo "Scorsese le hace un favor a su amiga" y «Es irritante que Scorsese se ría tanto con las ocurrencias de Lebowitz». Perdón, el que decía esto los tenía aún más cuadrados y decía «Es irritante que Marty». ¿Qué? Pero ¿quién eres tú para llamar al Sr. Scorsese, Marty? Cuando me gusta algo me vuelvo muy entusiasta y muy monotemática asi que tras la serie he estado escuchando podcasts y leyendo entrevistas y resulta que Mr. Scorsese cuando terminó el documental que grabó con su amiga hace diez años, inmediatamente, le propuso hacer otro y ella le dijo: Marty, (porque ella sí puede llamarle así porque son amigos) ahora no que la gente va a pensar que somos unos brasas. Y han esperado diez años y a que hubiera una cultura de series y una plataforma para lanzarlo que les permitiera hacer algo parecido pero en otro formato. La miniserie de siete episodios de media hora dedica cada uno de ellos a un tema o, mejor dicho, más que un tema, a una idea: las bibliotecas, el transporte público, la cultura, deportes y salud, etc. 

Lebowitz es un personaje fascinante, es mujer, es feucha y tiene un ingenio y una seguridad en sí misma que acojona. «A mí es que me cansa ver esa retahila de ocurrencias ingeniosas». Bueno, pues nada, pues no lo veas, quédate viendo a Broncano en La resistencia. A mí, sin embargo, esa retahila de pensamientos ocurrentes, de ideas fundamentadas en años de vida, en experiencia y en una seguridad en sí misma apabullante me resulta hipnótica y fascinante. Y me provoca mucha envidia: yo quiero ser así, tenerlo todo tan claro y que todo me la sople muchísimo. 

No quiero contar aquí la vida de Lebowitz porque se cuenta en la miniserie y forma parte del descubrimiento del personaje y de la forma en que ella se ha curtido y, ahora mismo, se puede permitir cosas como no tener ordenador ni móvil o decir que la industria del "bienestar" no es más que avaricia. No queremos estar bien, queremos estar mejor que bien y no nos conformamos con estar bien ahora, con tener salud, queremos asegurarnos de que tendremos salud dentro de cinco, diez o veinte años. Estoy totalmente de acuerdo con ella en esta opinión y en que la industria del bienestar es el cuento de la lechera: dentro de cinco años es un tiempo que no existe. 

Lebowitz charla, se ríe, mueve las manos mientras habla, pasea con fundas en los pies recorriendo la maqueta de la ciudad que realizó Robert Moses para la exposición universal de 1964, camina por las calles cruzándose con peatones absortos en sus móviles y charla con Scorsese y su ayudante sentada en la mesa de un club al que quiero ir a beberme un gintonic y escribir en mi cuaderno. 

Lebowitz es una constante, algo a lo que no estamos acostumbrados en la actualidad. Lleva siempre chaqueta, un abrigo inmenso, vaqueros rectos con la vuelta dada en los bajos, botas camperas, camisas de hombre de grandes cuellos y puños con gemelos. ¡Gemelos! No recuerdo la última vez que vi a alguien llevarlos. En la era de la camiseta y la manga corta, los gemelos son casi una recreación histórica. En la charla entre amigos se intercalan imágenes y vídeos de Lebowitz hace treinta años, cuando era joven, recién llegada a la ciudad y empezó a escribir y tenía exactamente la misma pinta: chaquetas, vaqueros, camisas y jersey, quizás era más friolera de joven o salía más de casa. Lleva exactamente el mismo peinado y el mismo color de pelo, lo que tiene muchísimo mérito teniendo en cuenta que acaba de cumplir setenta y un años. Supongo que de la industria de la belleza no podemos escapar por completo y el tinte capilar es un pequeño desliz que Lebowitz se permite y que, por supuesto, me parece fenomenal. 

«Nunca he sido fácil de tratar pero antes lo era más. Siembre me he cabreado con facilidad pero ahora siento una rabia constante. Lo malo de salir de casa es que hay mucha gente fuera. Lo bueno de mi casa, de mi piso, aparte de que está fenomenal es que controlo si entran otras persona y eso es muy importante para mí»

Como he dicho al principio Lebowitz impone respeto y ella misma sabe que acojona. A lo mejor hay alguien que piensa «eso es que es insegura y blablabla y es una coraza». Pues no lo sé, pero mi apuesta es que no tiene nada que ver con todo eso; Lebowitz puede resultar, a veces, incómoda para cierto grupo de personas porque va a contracorriente, lo sabe y además no tiene ningún problema en dar su opinión. En una época, en una sociedad, que nos vende que todos tenemos algo bueno, que solo por intentarlo ya merecemos una medalla y el buenísimo nos arrolla, ella dice cosas como: 

«A la mayoría de la gente que le encanta escribir lo hace fatal, por eso les gusta. A mí me gusta cantar y lo hago fatal». 

Y es así. Casi todos hacemos las cosas mal o regular como mucho pero hemos decidido alentarnos unos a otros diciendo que todo es estupendo y precioso y que solo el esfuerzo merece el halago pero no es verdad. Si tienes más de siete años que te digan que todo lo que haces es maravilloso es un lastre que vas a acarrear toda tu vida y no te servirá, ni de lejos,  para ser mejor. Y, por supuesto, como dice ella, que algo te guste mucho no quiere decir que lo hagas bien. 

En fin, que si podéis veáis a Fran Lebowitz con sus abrigos gigantes, su pelo constante, sus gemelos maravillosos y su charla inteligente. Y admiréis el talento de Scorsese para retratarla, para crear un ambiente, para enseñarte la ciudad, para hacerte sentir como si estuvieras con ellos. 

«Vivimos en un mundo en el que nadie se siente culpable por matar o por enjaular a niños en la frontera y ¿yo me tengo que sentir culpable por repetir de spaghettis o leer una novela policiaca?»

Mrs. Lebowitz, I want to be your friend. 

PS: Mi amiga Ximena Maier tuvo la suerte de conocerla hace un par de años en Madrid y me comenta que a lo mejor no me hace falta la silla y el látigo. Ximena sí hace algo fenomenal, dibuja maravillosamente bien e hizo estos dibujos sobre su charla en Madrid. 


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