Tocadas las 5 y media aparecieron las primeras imágenes de nuestro destino inminente. El chófer estaba avisado de nuestra parada, ya teníamos alojamiento escogido: Pou Ha 1 GH, un hostel que se encontraba justo antes de llegar a la estación de Muang Sing.
Un gran jardín rodeado de casetas de nipa y madera nos daban la bienvenida - para nosotros la más barata, gracias-. La ducha nos refrescó todos los músculos y huesos del cuerpo tras el viaje apretujado por caminos nada adecuados para un vehículo a motor.
Una calle polvorienta y ancha nos conduciría al mercado nocturno de Muang Sing, la misma donde se encontraba nuestro alojamiento. Pronto descubrimos que el mercado que deseábamos estaba desolado, y tampoco nada que echarnos a la boca que nos gustara. Dos paradas contadas, una de ellas de comida china con verduras hervidas y carne poco presentable. El hecho de que la frontera de China esté a tan sólo 10 quilómetros hace notoria la influencia de su cultura en Muang Sing.
Continuamos el camino buscando algún lugar donde comer. Un restaurante con letras chinas en el cristal y lleno de gente nos hizo pensar que sería un buen lugar. Nada más lejos de la realidad, cuando llevábamos un rato sentados decidimos preguntar por la carta porque los camareros parecían ignorarnos. Pero recibimos un gesto de negación con la mano bastante contundente, acto seguido señaló el restaurante de enfrente. Vamos que nos echó no sé si de buenas o de malas, pero nos mandó a otro lado. Con las miradas de todos los sentados nos levantamos y nos fuimos totalmente sorprendidos y sin rechistar. La verdad es que a veces simplemente es que no saben inglés o les da verguenza hablar con un turista pero no saben expresarlo con delicadeza.
Bienvenido sea el restaurante Tahü entonces. Una mujer muy dicharachera nos informó de todos sus platos estrella, y así fue como cenamos de maravilla. Aconsejamos el arroz especial Muang Sing que sirven con sopa ¡Buenísimo!.
Nos fuimos a dormir estudiándonos el tema del trekking de dos días por el que nos pedían 67 euros. Haciendo grupo abarataríamos costes y buscamos en el alojamiento a ver si alguien se animaba, aunque un hombre parecía interesarse al final quedó sólo en eso, así que no lo hicimos. Optamos por una opción mejor, visitar las etnias Hmong y Akha en plena celebración de fin de año, para ello teníamos que alquilar una moto, pero se llevaron la última que había de alquiler en el momento en que encontramos dónde alquilarlas a la mañana siguiente. Nuestra opción de acercarnos a los poblados se esfumó en un abrir y cerrar de ojos tuviendo que barajar otras opciones.
Me levanté con un resfriado intenso, gracias a nuestras peleas nocturnas por tener el trozo más grande de manta, esta vez con razón, aquello daba para una persona y media con suerte. Desayuné con las chicas mientras Albert seguía haciendo la croqueta un ratito más. Una mujer apareció por el hostel vendiendo pulseras, no me pude resistir. Me preguntó el nombre y de dónde era, respondiéndome muy orgullosa - Me, Akha- para comérsela!
Después fue cuando buscamos desesperados por el vehículo a motor de dos ruedas sin suerte. Enfadados de lo mal que se estaba portando ese día seguimos buscando opciones. Se nos ocurrió una bicicleta, pero se nos hizo demasiado tarde ya para recorrer ida y vuelta por el bosque.
Cogimos los trastos y nos cambiamos de alojamiento, lo cogimos justo al lado de la estación de autobuses, así al día siguiente podríamos levantarnos pronto y pasear por el mercado mañanero donde frecuentaban sobre las 6 de la mañana las mujeres de las etnias para vender los productos de sus poblados - venden rápido y se van- nos contaron, y nosotros sabíamos que era nuestra última oportunidad. La televisión moderna de la nueva habitación nos ayudaría a conciliar el sueño pronto, a las 6'30am sonaría el despertador.
Me cambió la cara de sueño cuando crucé la niebla de la calle, y me encontré con todo el colorido de las etnias ante mis ojos. Había valido totalmente la pena levantarme y vestirme con mis prendas mas gordas para no ponerme enferma del todo. Allí andaban las mujeres rodeadas de cilantro, verdura, pescado (que traían en una pick up con tela impermeable llena de agua haciendo el papel de piscina móvil), fruta, tofu, etc. No todas iban vestidas con los atuendos, muchas mujeres sólo se visten en festividades, pero sí estaban algunas Akha y Hmong.
No supimos resistirnos a las bolsitas de patata dulces o sentarnos con una mujer que insistía en que hiciéramos un café en su parada. Un café que mandó a su hija a comprar en otra tienda. Inesperadamente, apareció la mujer Akha de las pulseras - ¿fumas?- me preguntó sin pensárselo. Con mi negativa se dió cuenta que no conseguiría ese preciado cigarro de mi parte. Me despedí de ella explicándole que ya nos íbamos. Sólo hizo falta que me sacara su mejor sonrisa y me diera una caricia en la espalda para volver a enamorarme de ella.
El autobús hacia Luang Namtha no espera, bye bye Muang Sing, hasta otras.
DATOS PRÁCTICOS: