Hosni Mubarak, cada vez más cerca de la excarcelación tras haber sido revocada su condena / EFE
Hosni Mubarak ha vuelto y, por lo que parece, para quedarse. El que fuera dictador en Egipto durante treinta años y posteriormente derrocado por las revueltas árabes está a punto de salir de su arresto domiciliario. Su manifiesto respaldo al actual dirigente egipcio, el militar Abdelfatah Al-Sisi, demuestra que en Egipto no sólo no ha llegado el cambio, sino que la senda Mubarak continúa. La sombra del dictador, que siempre ha estado presente durante el período de transición democrática en Egipto, se ha traducido en un nuevo gobierno militar de otro golpista quien, si bien fue legitimado por las urnas en 2013, está violando con sus políticas la libertad y los Derechos Humanos. Mientras, Mohamed Mursi, el único gobernante elegido en un contexto plenamente democrático en la historia de Egipto, ha sido condenado a muerte por el Tribunal Penal de El Cairo.
Es importante recordar que la dictadura de Mubarak estuvo marcada por la falta de libertades y una fuerte presencia militar en todo Egipto. Por ello, el estallido de las revueltas en Túnez tuvo un importante efecto contagio en los egipcios, cansados de la corrupción y el autoritarismo del régimen. Esa lucha desembocó en las primeras elecciones democráticas en el país, que dieron como resultado la victoria de los Hermanos Musulmanes, un partido prohibido hasta el momento por su política islamista.
La legalización de los Hermanos fue una medida histórica, ampliamente aplaudida por sectores internacionales de diversa índole, y la victoria les fue dada por las gentes más humildes del Egipto rural, que sin duda representan al grueso de la población. Sin embargo, la escasa capacidad del gobierno de Mohamed Mursi para tirar el país adelante y solventar la crisis económica, sumado a la adversidad de los sectores más laicos y del sector pro Mubarak, restableció el caos en las calles con escenas de violencia y represión policial. Los militares, bajo las órdenes de Al-Sisi, volvieron a apropiarse por la fuerza del gobierno del país, y el golpista consiguió hacerse con la victoria en las urnas. Desde entonces, los Hermanos Musulmanes no sólo están siendo perseguidos, sino que hace dos días el propio Mursi fue condenado a muerte.
Los revolucionarios que habían llenado de esperanza la plaza Tahrir ven hoy cómo su país ha vuelto al estado policial, la vigilancia de los militares y la represión de las protestas de los sectores laicos, los afines a los Hermanos Musulmanes y la oposición en general. Sólo los seguidores de Hosni Mubarak tienen vía libre para echarse a las calles, como pudo verse el día del 87 aniversario del ex dirigente, cuando sus partidarios se congregaron frente al hospital del Cairo donde cumple condena, incluso bloqueando el tráfico, sin que las fuerzas del orden lo impidieran. La sintonía entre el régimen Mubarak y el gobierno actual es evidente: Mubarak ha manifestado su simpatía por Al-Sisi, al tiempo que ha visto revocada su condena por corrupción por decisión de la Fiscalía General de Egipto.
La misma élite que respaldaba a Mubarak es la que ahora aúpa al mariscal Al-Sisi al frente del poder. Y mientras organizaciones como Human Rights Watch o Amnistía Internacional denuncian la violación de los Derechos Humanos en Egipto, los países occidentales vuelven a recibir con honores a un dirigente militar que accedió al poder tras un golpe de estado. Eso sí, con el agravante de haber boicoteado la transición democrática que tanto costó conseguir en Egipto.