Jeff Nichols, que nos sorprendió con un rotundo retrato de la esquizofrenia en Take Shelter (2011), protagonizada por ese magnífico actor que es Michael Shannon, que le regala al director una breve presencia en su última película, vuelve a escribir un guión bien imbricado, construido sobre la tradición de las historias clásicas del cine norteamericano (algunos han comparado esta historia con una especie de revisión de Tom Sawyer). Pero sobre todo lo que consigue es crear una narración que atrapa desde el principio, y que está escrita con la sabiduría de quien conoce el medio y cómo sacar el máximo partido. No hacen falta sorprendentes puntos de giro, finales impactantes, vueltas de tuerca increíbles... Lo que hace falta para que una historia sea interesante es saber contarla, saber dosificar la introducción de personajes y de aquellos elementos que nos van introduciendo cada vez más en las peripecias de los personajes.
En este sentido, Mud es una de esas narraciones clásicas que tienen como protagonista al mundo de la adolescencia. Esa mirada casi extasiada hacia la relación amorosa que se traduce en la obsesión del joven protagonista por ayudar al hombre de la isla a recuperar a su amor, mientras él vive su propia historia de frustración sentimental y ve cómo se resquebraja la relación entre sus propias padres. Es ahí donde reside buena parte de la magia de este guión. En las tramas paralelas que se construyen alrededor del personaje protagonista, y que nos da la medida exacta de sus acciones y de sus anhelos. Pero, como no podía ser menos, Mud es una película que nos da de bruces contra la realidad, una realidad mucho más dura y mucho más cabrona que lo que el adolescente pueda imaginarse. Aristas de gran cine, flecos de narrativa perfecta, aires de director con personalidad, Mud es uno de los descubrimientos de esta temporada.