La foto del niño Aylan Kurdi, muerto al naufragar el bote en que venía con la avalancha de inmigrantes que huyen de la guerra, ha tenido un gran impacto social. ¿Habrá servido para sacar del letargo a una sociedad anestesiada frente a los horrores de la guerra y de la hambruna?
LLevamos ya demasiado tiempo asistiendo a la catástrofe humana que tiene lugar en el Mediterráneo. Cuyas aguas intentan cruzar a la desesperada los millares de personas que huyen de la hambruna y de las guerras con la intención de buscar refugio en Europa. Un territorio político donde sus dirigentes, tras haber puesto en marcha recortes sociales contra su propia población, hacen cuanto está en su mano para rechazar a los inmigrantes. Muchos de los cuales mueren ahogados durante la travesía a causa del naufragio de sus precarias embarcaciones o asfixiados en las bodegas de herrumbrosos cargueros.
Una imagen insoportable que ha sido capaz de despertar la conciencia de amplios sectores de una sociedad que lleva décadas anestesiada. Hace poco, el hispanista Stanley Payne declaraba su sensación de que la sociedad española está anestesiada por anti-valores que desmovilizan a la gente: la telebasura, los espectáculos deportivos, el hedonismo y el consumismo: "Con una ciudadanía absorbida por estas realidades resulta muy complicado que surja una movilización para mejorar las estructuras políticas. El horizonte vital de la mayor parte de la gente consiste en disfrutar de la mejor forma posible.
El español medio se ha convertido en un ser anestesiado y con pocas ambiciones trascendentales" , afirma Payne.
Una sociedad que ha apartado la vista del drama humano desencadenado por el fenómeno de la migración de gentes que huyen de la guerra y del hambre. Se trata de un fenómeno imparable, que por la ley de los vasos comunicantes, empuja a los desfavorecidos de la tierra a desplazarse a los lugares donde creen que existe un mundo mejor. Aunque ese mundo, hasta ahora, los haya recibido con alambradas y desprecio de su situación.
La imagen del niño muerto en la orilla es insoportable, pero no es más que una muestra de lo que, casi a diario, ocurre en nuestras costas. En el año 2000, el fotoperiodista Javier Bauluz obtuvo otra imagen que testimonia ese adormecimiento de la conciencia social e individual.
Durante 40 días y 40 noches Javier Bauluz estuvo cubriendo la llegada de inmigrantes a las costas gaditanas. Porque las únicas imágenes que se estaban dando eran las del barco de salvamento recogiendo algunas pateras en el estrecho y luego cuando los llevaban [a los inmigrantes] al puerto de Tarifa. Pero, según Bauluz, esa no era la realidad: "La realidad era que llegaban a la costa de noche o al amanecer y en pésimas condiciones. No había ninguna clase de ayuda humanitaria para esos náufragos, sólo la Guardia Civil, que los detenía y los tenía unas horas sin atención médica".
"Un día me avisaron de que había un inmigrante muerto en la playa de Zahara. Cuando llegué me encontré la playa llena de gente tomando el sol, con sus sombrillas. No veía nada raro. Luego, fijándome un poquito en una zona de rocas, me pareció ver algo. Al irme acercando vi al inmigrante muerto. Había un par de personas en traje de baño y un cámara de televisión. Pero lo que más me llamó la atención fue esta pareja con su sombrilla, su nevera y sus cervecitas, sentados tomando el sol mientras el inmigrante estaba allí muerto, a unos pocos metros".