Revista Arte

Muerto

Por Anxo @anxocarracedo

Por fin estoy muerto. Finiquitado, liquidado, kaputt. No culpéis a nadie, no busquéis chivos expiatorios. Si creéis que hacer justicia os ayudará a sentiros mejor, sospechad de los músicos.

Por fin estoy muerto. Aliviado, descansado, chof. Floto sin esfuerzo, como en una bañera de agua salada. La transición ha sido instantánea, no he sentido ganas de caminar hacia la luz por la sencilla razón de que no he visto ninguna. ¿Caminan los muertos? No os dejéis engañar. Los muertos no caminan, a no ser que se hayan dejado en la vida algún negocio pendiente, en cuyo caso se suman a la procesión de las almas en pena, que en ocasiones se confunde con la larga caravana de los hijos de puta. Preguntad a los músicos, ellos sabrán deciros.

Por fin estoy muerto. Está bien así, deberíais probarlo. Si hubiera sabido que este desenlace estaba próximo, tal vez habría dejado de hacer algunas cosas. Habría suprimido ciertas rutinas estúpidas. Habría procurado tragar menos metales pesados: plomo, cadmio, mercurio… Ya sebéis. Habría introducido en las últimas horas de mi vida pequeñas modificaciones puramente negativas, abandonar esto y aquello, pero no, no habría pretendido realizar nada que no estuviera ya en mi repertorio. En eso me habría parecido a los músicos cobardes que no admiten peticiones del público. Sospechad de ellos. Castigadlos como se merecen si os ayuda a sentiros mejor.

Como muerto que soy, soy inmune al desconsuelo. Pensad en ello y os daréis cuenta de la ventaja que supone. Como cuerpo recién descompuesto que soy, mi memoria es infalible, y tan selectiva como yo quiera que sea. Mis sentencias son, igualmente, irrebatibles. Privilegios de la carne hedionda que me autorizan a contaros mi último sueño. Para ahorraros tiempo, pues sé del alto valor que el tiempo tiene entre los vivos, me limitaré a relataros el final. La última imagen de mi último sueño. Pero no os equivoquéis, no la confundáis con mi postrer deseo.

El fotograma final de mi último sueño muestra con nitidez los pies amarillos de una garza (Egretta Garzetta) que vuela sobre la marisma. El ave se alza sobre las aguas someras y su vuelo es tan pausado y tan liviano que parece que alguien la sostiene desde lo alto por medio de un hilo invisible. Con cada batir de las alas se eleva ligeramente y luego vuelve con suavidad a la altura inicial. La garza se mueve en el aire como a cámara lenta, y el aleteo no parece ser la causa de sus rítmicas elevaciones, alguien que la sostiene desde lo alto recoge unos centímetros de hilo invisible, aguanta unos segundos y vuelve a soltarlos. El borde de la ría está lleno de gente que disfruta de una tarde espléndida: parejas con perro, familias con niños, ciclistas, corredores y demás se agolpan en la ribera, pero cada uno va a lo suyo, y de ese modo el secreto permanece a salvo. La garza planea señorial e indiferente, sus pies amarillos cuelgan al final de largos zancos. Nadie se fija en ella. Volando inadvertida sobre los juncos de la ría, es el ser más blanco, más liviano y más solo. La garza soy yo. Por fin estoy muerto.

garceta


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