Revista España
Estas son mujeres en un cortijo de Tarifa cardando la Lana. Cortesia la Fotografía de Arancha Serrano.
En nuestro pueblo se hilaba la lana de las ovejas en las noches largas de invierno al calor del hogar, todo un arte de nuestras mujeres de antaño.
Primero era necesario esquilar en verano a las ovejas, luego lavar la lana en el río con las canastas para su transporte, luego dejarla secar al sol en los artos y después guardarla en vellones. Una vez esquilados y lavados los vellones de lana, el primer paso para la obtención del hilo era el “cardado”: la lana después de lavada, se quedaba un poco apelmazada, y era necesario deshilarla bien antes de proceder a su hilado. Para ello se recurría a diversos tipos de cardas, cuyo modelo más antiguo está en este instrumento con mango formado por un armazón de madera donde se insertan los cardos secos.
Este proceso, que requería mucha paciencia, se utilizaban ambas manos en operación conjunta. Se ponía entonces la lana entre las cardas, y se cardaba o peinaba en el mismo sentido hasta separar bien los hilos, y cuando ya estaba bien cardada, y se quería sacar de la carda, ésta se pasaba en sentido contrario para desenredar la lana.
Tipológicamente, este instrumento corresponde a los modelos más arcaicos. Durante muchos siglos la humanidad se ha servido de las púas del cardo (Dipsacus fullonum) para cardar la lana. De ahí le viene su nombre a pesar de que éstas hayan sido sustituidas por otros materiales.
Mas tarde esta lana cardada llamada copos, se hacían servir de ellos para hilarlos mediante el huso y convertirlos en lana de varias hebras mediante la rueca, para hacer cualquier labor con ella, como: jersey, piales, bufandas, guantes, etc...