Compartimento de tren 1938. Edward Hopper
COMPARTIMENTO DE TREN
Cuando viaja en metro se siente como esas mujeres que Hopper sitúa en vagones de trenes como en “Chair Car” o en “Compartimento C”, solitarias lectoras, bajo suave luz, con la diferencia que en su caso muchas veces le toca ir de pie en vez de cómodamente sentada, y con mucha más luz, pero el espíritu es el mismo, una mujer sola, viajando aislada de todo lo que hay a su alrededor, volcada en ella misma, en los papeles y libros que lleva en su viajar, en su avanzar hasta su destino. Igualmente, ella se abstrae de todo leyendo o escuchando música u observando todo lo que le rodea, aunque básicamente lo primero, la lectura, es su mayor refugio. En los libros se mete en los pensamientos y acciones de los protagonistas, se sumerge en lo contado por los escritores, unos recientes, contemporáneos, y otros de tiempos pasados, la mayoría del siglo XX aunque algunos anteriores. Cuando era adolescente su escritor preferido era Miguel Delibes, luego fue explorando otros muchos, un poco de aquí y de allá, saltando de uno a otro sin un especial motivo, casi guiada por la casualidad. Si se echa un ojo a su biblioteca, no muy extensa, podría decirse que sus autores más seguidos son García Márquez, Vargas Llosa y Javier Marías, aunque también tuvo la época de Muñoz Molina, Pérez Reverte y Almudena Grandes o la misma Elvira Lindo y Roberto Bolaño no hace tanto, de todos ellos también ha leído varios libros, y siempre se dice que le queda tanto por leer y tantos autores a los que descubrir. Los libros siempre estuvieron en su vida por eso quizás también se ve reflejada en tantas pinturas de Hopper en los que las protagonistas aparecen con un libro entre las manos.
Pero hay días en los que no puede concentrarse en la lectura mientras viaja, las conversaciones de tono elevado de algunas personas durante el trayecto, rompen esa comunión entre ella y la historia que le mantiene en vilo y de la que quiere saber más, y es en esos momentos en los que mandaría callar a esas “cotorras”, es en esos instantes cuando les preguntaría si no saben hablar en tono más bajo, sin que sea todo el vagón, auditorio de sus parlamentos. Su mal genio quiere aflorar, pero finalmente solo lo piensa y no lo dice, solo alza la vista de la página y mira con ira a los tertulianos que están socavando su interés por lo escrito. Y no le queda otra que dejar de leer y comienza la observación de la “fauna”, como ella dice, que conforman los viajeros. Le divierte mirar, y lo hace con cierto descaro. Imaginando el destino de unos y otros, a donde irán o donde se bajarán. Se fija en sus vestimentas, y complementos, contempla los libros que leen, o el tipo de móvil que llevan, cualquier cosa por hacer más llevadero el recorrido.
En ocasiones, se centra más en los hombres del convoy, observando su aspecto, y cuando encuentra alguno atractivo piensa en si tendrá pareja, o si no la tendrá, incluso si será o no homosexual, ciertamente cada día le parece que hay más o al menos lo ocultan menos, cosa que no le molesta, siempre ha defendido todas las libertades individuales y esta es una de las más importantes para la felicidad. Y hay veces, si hay mucha aglomeración, que se deja llevar por su instinto sexual y al ir a bajar de estación, cerca de algún hombre se aproxima a su espalda y arrima sus pechos a los omoplatos de él, un roce que parezca fortuito pero que no lo es. Cuando esto sucede con chicos jóvenes, ella no es mayor pero con cuarenta y dos, todos los menores de treintaicinco le parecen jóvenes, estos miran hacia atrás y se violentan un poco al creer que son ellos los que sin querer rozaron con su espalda las tetas de ella. Ese placer leve e infantil, le gusta recordarlo luego en solitario, al ir andando hacía su casa, y se sonríe viendo de nuevo la cara ruborizada del muchacho en su memoria. Otras veces ha detectado que el acosado por ella se ha dado cuenta y se ha mantenido firme aguantando esa presión que ella ejerce en su espalda y se imagina como él, estará excitándose y piensa en cómo le estará engordando su pene dentro del pantalón, y ella misma siente como se humedece su vagina, y se le acelera su corazón. Estos juegos de provocación son brevísimos, pero lo suficiente para desatar su deseo de sexo con ese extraño, que luego nunca lleva a buen fin, aunque se hubiese llevado a más de uno desde el metro a su cama, no se atreve a dar ese paso, ni cree que nunca lo hará. Se pregunta qué le mueve a tal deseo sexual, porqué es tan activa, sobre todo con la imaginación y el onanismo, porqué está tan salida, como se decían unas a otras las amigas cuando era pequeña. No tiene respuesta.
Como no tiene a nadie que la espere en casa y nada especial que hacer, salvo leer o escuchar música, la tele le aburre y navegar por Internet tampoco es su pasatiempo ideal, se baja varias estaciones antes de la más próxima a su casa, le gusta pasear, pero además con ello tarda más en llegar al encuentro de la soledad, y así poder tomar aire. Y más en esos días de roces y desafíos corporales, en los que debe tranquilizarse, enfriarse y calmar ese irrefrenable instinto sexual, puesto que si llegase a casa pronto le haría encender el ordenador e ir a una web porno, como otras veces, y masturbarse hasta correrse como un torrente, y luego sentada desnuda y vacía, pegada a la ventana se quedaría mirando por ella como en aquel cuadro de Hopper “Las once de la mañana”, reflexionando que hace con su vida.
Alberto Diéguez
Podéis leer ocho relatos “Con la mirada de Hopper” en un viaje introspectivo en el siempre interesante blog de Alberto: Desafectos
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