(AE)
Este era el lacónico y provocador mensaje que estaba escrito en uno de los carteles que un grupo de mujeres en sujetador blandían enfrente de un grupo de policías. Las manifestantes protestaban así contra la brutalidad de la policía ugandesa que se ha hecho evidente una vez más en un video que se ha mostrado tanto en la televisión y cuya secuencia de fotos ha sido también publicada en uno rotativo nacionales. En estas imágenes se ve cómo un policía en su armadura anti-disturbios intenta sacar a Ingrid Turinawe, una activista de la oposición, que se encontraba en su vehículo y lo hace exprimiendo brutalmente uno de sus pechos. Por si fuera poco ese tratamiento, poco después fue arrestada por la policía y acusada de algunas faltas menores.
Desde el éxito de la campaña “andando al trabajo” organizada por el Foro por el Cambio Democrático, el gobierno del presidente Museveni se ha esmerado en reprimir cualquier conato de desorden civil o manifestación de grupos de la oposición. La visión de la plaza Tahrir en El Cairo y la violenta reacción del pueblo libio contra el antiguo benefactor de Uganda Muammar Gaddafi causaron seguramente una gran impresión en el gabinete del presidente ugandés, el cual ha ordenado mano dura con cualquier iniciativa que pueda ser el germen de algo más grande. Las principales plazas de Kampala están ahora adornadas con vehículos acorazados antidisturbios atentos a cualquier movimiento sospechoso. El gobierno tiene miedo de la calle, un miedo que se incrementa con la edad del presidente que – a opinión de casi todo el mundo – hace ya tiempo que debería haberse tomado la jubilación.
Los líderes de la oposición son por tanto los primeros objetivos a batir y la señora Turinawe no ha sido una excepción. Las imágenes mostradas al público muestran claramente la crudeza de los métodos policiales y posiblemente serán una patata caliente para las relaciones públicas de un país que se gloría de su estabilidad política... a base de represión policial. Unas 15 correligionarias del partido de la señora Turinawe y otras mujeres de grupos cívicos no han querido quedarse con brazos cruzados ante tales abusos y se han dirigido a la Central de Policía ante la cual se han despojado parcialmente de sus vestidos y han querido llamar la atención acerca de la situación actual del país y la brutalidad de la policía, que cuenta con todas las bendiciones del gobierno.
Hace pocos días, un miembro de la policía murió en acto de servicio después de ser alcanzado por varias piedras. Se organizaron actos oficiales con discursos y condecoraciones y el presidente fue incluso a visitar a la humilde casa de su viuda, acordando el pago de una substanciosa compensación. Sin embargo, a los civiles desarmados que han sido heridos o incluso asesinados por la policía (un niño de pecho murió por los disparos de la policía hace menos de seis meses) simplemente porque se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado de una manifestación... nadie ha ido a verlos. Se les considera oficiosamente culpables ya por haber estado cerca de esas actividades y no habrá compensación ni reconocimiento alguno para ellos, aunque las víctimas sean lactantes sin uso de razón.
Ante tal injusticia, he aquí el grito desgarrado de estas mujeres que se preguntan si la policía está para proteger a la gente o para estrujar pechos. No sólamente activistas sociales están poniendo el grito en el cielo acerca de este estado de cosas. Poco a poco líderes religiosos tanto de la iglesia Anglicana como la Católica están ya preguntándose si no se está llegando demasiado lejos a la hora de reprimir la voz de la gente. No es solamente los derechos civiles de las personas los que se ven vulnerados, sino también y particularmente la dignidad de las mujeres. A pesar del tono pacífico de su protesta, seis de las descamisadas fueron arrestadas y conducidas a dependencias policiales. Seguro que, en un ejercicio de profundo análisis político, alguien de los mamporreros del presidente dirá que no será tan malo el ejecutivo cuando por lo menos les queda la libertad de escribir en sus pancartas las ordinarieces que se les da la gana. Quien no se consuela es porque no quiere.