Cada vez que leo a Laura Gutman, se me quitan las ganas de escribir. Creo que todo lo que tengo que decir, ya lo ha dicho ella, y de un modo insuperable.
Su último libro es especialmente delicioso, ya que son textos cortos, que pueden leerse empezando por cualquier página, sin orden, y sin necesidad de contar con mucho tiempo. Como quien lee versículos de la Biblia, un tarot de Osho o consulta el oráculo del I Ching.
Como desventaja, pudiera ser que algunos de sus contundentes razonamientos, que a veces nos dejan desnudos y con escalofríos, resulten aún más demoledores o incomprensibles para algunos, sin el gran contexto de explicaciones que ofrece en otros de sus libros. Aquí os dejo un fragmento como aperitivo, para que vayáis corriendo a buscar Mujeres visibles, madres invisibles:
Amparo y desamparo en la primera infancia:
El período inmediato después del nacimiento es la etapa que más impresiona en la constitución del ser humano. Aquello con lo que se encuentra el bebé será lo que luego sentirá que es la naturaleza de la vida. Al abandonar la más completa hospitalidad que ofrece el útero materno, necesita llegar a un solo lugar:los brazos de su madre.
Durante millones de años, los bebés recién nacidos han mantenido estrechísimo contacto corporal con los cuerpos de sus madres. Y aunque en los últimos siglos los bebés estén siendo privados de esta invaluable experiencia, cada nuevo bebé que nace espera encontrarse en ese mismo lugar.
Sin embargo, la mayoría de los bebés humanos -amados- no reciben incondicionalmente lo que piden. Nosotras, las madres amorosas, solemos entrar en contradicción con nuestros propios pensamientos. En los países "desarrollados", las madres compramos libros con indicaciones sobre cómo dejarlos llorar hasta que se duerman y cómo abandonarlos en el vacío emocional sin siquiera tocarlos. Parece que los bebés se han convertido en enemigos que las madres debemos vencer.
Ahora bien, para que un adulto no esté en condiciones de responder a la demanda permanente, constante y sin tregua de un bebé humano, debe haber vivido la misma realidad emocional en su primera infancia. Es decir, ha aprendido que la vida es una batalla, que tenía que ganarle al deseo materno y que parecía haber lugar sólo para uno dentro del territorio del intercambio emocional.
Si las madres provenimos de una vivencia infantil de amparo y cuidado maternales, no habrá conflicto. Pero si las madres provenimos de alguna situación emocional de desamparo en mayor o menor grado... inmediata -e inconscientemente- se declarará la guerra de los deseos. Las necesidades o deseos del niño serán vividos como peligrosos, exagerados, inmensos o impertinentes. Sentiremos un abismo entre lo que el niño reclama y nuestra capacidad para satisfacerlo.
La mayoría de los madres conscientes y dispuestas, que incluso nos hemos preparado durante el embarazo, creemos tener mucha disponibilidad para el bebé. El problema es que no se trata de nuestras buenas intenciones, sino de las experiencias primarias grabadas en el alma y de las cuales no solemos tener recuerdos. De ello depende el que las madres vivamos la presencia del niño como devastadora y exageradamente demandante o bien como simple y pacífica.
La presencia del bebé pequeño y sus "exageradas" necesidades ponen de manifiesto una cruda realidad: frecuentemente las madres y padres -adultos en apariencia- continuamos siendo, en realidad, bebés terriblemente necesitados de amor y cuidados. Seguimos arrastrando nuestras propias carencias históricas de modo tal que nuestras necesidades parecen ser prioritarias y merecedoras de toda nuestra atención. Por lo tanto, ¿a quién hay que satisfacer primero? ¿Al niño recién nacido o al niño que aún llora en nuestro interior? De eso se trata la guerra invisible entre adultos y niños.
Gutman, Laura: Mujeres visibles, madres invisibles. RBA Libros S.A., Barcelona, 2009, pp. 53-55.
Podemos seguir reproduciendo las guerras emocionales de generación en generación, o bien asumir que un niño satisfecho y amado hoy en día, abandonará toda guerra en el futuro.