Revista Cultura y Ocio
Hoy vengo a contaros, una de esas, "historias" de la Historia, difícil de creer. De esas que te hacen pensar en historias de novelas, más allá de la realidad. Quiero contaros, hoy, en los próximos días, la historia de los españoles que intentaron hacerse con el Japón, y de como se desenvolvieron solos, a miles de kilómetros de su rey y su patria, para al menos, intentarlo.
Para España, Japón representaba en el periodo de Felipe II, un sueño. Se trataba del gran salto, de los escasos mercados de Filipinas, Molucas, Camboya o Formosa, para tutearse con los grandes protagonistas de Oriente: China y Japón. Hay que entender que en esta época, aunque ya carecía España de potencia expansiva y colonizadora, era sin duda la potencia por excelencia de Occidente, capaz de realizar este tipo de empresas "imposibles". Holanda e Inglaterra, aunque competidores molestos, todavía se integraban de los marcos diplomáticos de la monarquía y el rey, podía contar con el suministro de los cargueros de Indias.
Así, sobre 1590, comenzaron planes por parte del, por aquél entonces, gobernador de Filipinas, Luis Pérez Samariñas, que quiso incluso, fletar una expedición a Camboya, con su propios fondos. Era evidente que la posición delicadamente estratégica de las Filipinas, no era la mejor para iniciar la empresa. Me explico. La zona estaba plagada de comerciantes y piratas chinos, hombres en muchos casos renegados que consideraban a los occidentales como auténticos invasores. Además las tropas que se enviaban desde México eran en cualquier caso reducidas. Era menester tener una base menos menos transitada.
Hay que tener en cuenta que corrían desde 1575, planes paralelos por parte de Francisco de Sande para la conquista de China. Planes que tardaron 11 años en llegar a la corte española. Ésto nos quiere decir que la vanguardia de la conquista española en el lejano Oriente, solo recibía vagas indicaciones: prudencia, moderación etc. En realidad eran hombres de aventura. Había que serlo. Hombres que trazaban sus propios planes, apoyados, sobre todo, por la extensísima red de contactos y comunicaciones que proporcionaban en Oriente los jesuitas, buenos conocedores de la lengua y costumbres de los nativos.
Pero como era de esperar, la situación no queda entre curas y hombres de aventura. La situación es mucho más compleja. En la víspera de San Francisco, en 1603, se produjo una rebelión de los sangleyes chinos en Filipinas. Los jesuitas, íntimos enemigos de los franciscanos, únicas órdenes con presencia en Oriente, rápidamente informaron a su superiores en Portugal y Portugal, como todos sabeís, es una corona vasalla de la Sede de San Pedro, al igual que los jesuitas, que están bajo orden papal directa.
Informaron de lo ocurrido en cualquier caso, de como los japoneses habían ayudado a los españoles a hacerse con el control de la situación y en Portugal cundió el miedo. Lo cual es fácil de entender si pensamos que los jesuitas y los portugueses tenían el control del tráfico marítimo entre Japón y China, por aquel entonces enfrentados en guerra total. Se temieron, que los españoles, con un mayor número de tropas desplegadas en la zona, se hicieran con el control de las colonias orientales, iniciando los gobernadores destacados en la región, una serie de campañas militares en la costa China con ayuda de los japoneses, que carecían precisamente de una flota fuerte. Temían que los samurais montaran en naos castellanas, haciéndose con sus colonias, y por tanto con el monopolio de la seda, entre otras materias preciosas.
Aquí pues está el juego, que va durar apenas 50 años, y que va a enfrentar a franciscanos, jesuitas, portugueses y españoles, y por si fuera poco, a los propios japoneses. En el siglo XVII se incorporará un poderos jugador: Holanda, que sin tener que preocuparse de coronas ni otros negocios, podía tratar con mayor libertad con los asiáticos.
El premio, era muy interesante. Los japoneses podían obtener riqueza y comercio con sus enemigos pro medio de intermediarios baratos además de ayuda naval. es por eso que los Damyos, los grandes señores feudales llegaron a promover que se crearan grandes congregaciones de japoneses adeptos al cristianismo. Los japoneses querían hacer por aquel entonces, lo que a día de hoy están haciendo con México o Brasil. Querían convertirse en el intermediario del comercio entre América y Asía. Es decir, una red de comercio a nivel mundial, que daría la vuelta al globo, todo controlado desde el trono español, que se ocuparía de dictar a células nacionales de relativa autonomía, las pautas a seguir.
Este modelo,utópico desde luego iba a fracasar, pero sobre la mesa se encontraba el pastel y Damyos, españoles, portugueses y holandeses, querían comerlo.
La historia de de los hombres que pugnaron en esta intrigante mundo de crucifijos y pagodas, es la que en próximos días, me dispongo a contar.