Las asombrosas profecías de Huxley ("Un mundo feliz") y Orwell ("1984") relegaron un poco al olvido "La máquina del tiempo", esa maravillosa obra que Herbert George Wells publicó en 1895. Un libro que lamentablemente fue considerado como una ingeniosa y entretenida fantasía de ciencia ficción, cuando en verdad es un estremecedor anticipo del mundo que existe en la actualidad. ¿Qué cualidades poseen aquellos que son capaces de proyectar una visión que adelanta un siglo o más lo que va a suceder? Jack London lo hizo en 1904 con su pronóstico sobre China ("The yellow peril"), en una época en la que era prácticamente imposible imaginar que el gigante asiático avanzaría hacia la conquista de la economía global.
El protagonista de "La máquina del tiempo" viaja al futuro y descubre que la tierra está poblada por dos razas totalmente diferentes, dos evoluciones degeneradas de los humanos: los "eloi", seres inmortales que viven en la superficie despreocupados de toda necesidad, y los "morlocks", que habitan bajo tierra, son mortales y representan a la clase trabajadora que mantiene a los que discurren por el mundo de la luz. Debido a su inmortalidad los "eloi" han perdido incluso sus propiedades sexuales, al punto de carecer de género. La dramática metáfora de los desposeídos que habitan bajo tierra se ha realizado de forma silenciosa, y solo ahora comienza a ser lentamente conocida por la opinión pública gracias a las investigaciones de los periodistas y fotógrafos Nikita Stewart, Ryan Christopher Jones, Sergio Peçanha, Jeffrey Furticella y Josh Williams.
Queens es el mayor distrito de la ciudad de Nueva York, con una población de dos millones y medio de habitantes que hablan ochocientas lenguas y dialectos. Se la considera la zona más cosmopolita y variada de todo el planeta. Con el paso de los años, los propietarios de casas han excavado sus sótanos para convertirlos en viviendas ilegales que alquilan a inmigrantes sin papeles. Espacios sin ventanas ni luz, tan ínfimos, que algunos no alcanzan la altura media de una persona y carecen de las más indispensables medidas de seguridad. En medio de conexiones eléctricas desastrosas, habitaciones sin salidas de emergencia, con camas que a menudo son compartidas por turnos y cocinas de camping alimentadas por bombonas de gas, los "morlocks" del siglo XXI habitan en una ciudad sumergida. Una suerte de siniestra Atlántida en la que se hacinan cientos de miles de personas que aportan esa mano de obra barata que mueve una parte sustanciosa de la maquinaria del mercado. Aunque las autoridades locales conocen esta situación, la magnitud de este submundo es tal que no se sabría cómo gestionar su desmantelamiento. Una nefasta complicidad entre propietarios, inquilinos y funcionarios se ha tejido de tal manera que los sin-papeles, pese a todo, han hallado en esas catacumbas una protección y un amparo. Durante el día, los inmigrantes emergen a la superficie para ocupar sus puestos a cambio de salarios de miseria que sin embargo llegan a sus países de origen como bendiciones. Por la noche, en el silencio de los sótanos apenas iluminados por las pantallas de los móviles y los televisores, un Queens escondido cobija a quienes hacen los trabajos que los "eloi" no habrán de realizar jamás.
Como lo escribió el propio Wells en su libro: "Finalmente, por encima de la superficie se encontraban los ricos, buscando el placer, el confort y la belleza, y por debajo los desposeídos, los trabajadores adaptados a las condiciones de su labor. Una vez allí, tenían que pagar un alquiler que ni siquiera les garantizaba la ventilación de sus cavernas". Ciento veinticuatro años después de que esto se escribiera, unos periodistas y fotógrafos se han subido a la Máquina del Tiempo para descubrir que Wells no estaba equivocado. ¿Cómo pudo verlo con semejante claridad este prodigioso astrónomo de la historia?