Hoy conviene mantenerse alejado de Facebook y Twitter. El anuncio de la muerte de Hugo Chávez evoca el recuerdo de muros y ventanas abarrotados de expresiones de alegría por el deceso de Néstor Kirchner o de admiración hacia el rey Juan Carlos cuando mandó a callar al ahora ex Presidente venezolano
Sin retroceder tanto en el tiempo, más de un internauta habrá visto el cartel virtual que un contacto de mi variada cosecha compartió días atrás con sus seres queridos. “En Argentina gobierna la esposa del muerto. En Cuba el hermano del muerto. En Corea del Norte el hijo del muerto. En Venezuela gobierna el muerto”, rezaba el ocurrente fotomontaje.
En honor a la verdad, el contacto en cuestión terminó eliminando la humorada. Tal vez alguien le llamó la atención. Tal vez la propia conciencia supo prever la inminencia de un desenlace que recrudecería la capacidad ofensiva de la leyenda.
En principio a nadie debería costarle ponerse en los zapatos de quien -además de sufrir por la enfermedad terminal o muerte de su esposo, hermano, hijo, padre- debe lidiar con canallas anónimos que celebran la tragedia. Sin embargo, el odio, la ignorancia y/o la simple estupidez es/son más fuerte/s en algunos especímenes humanos.
Para los argentinos bienpensantes, Chávez fue una figura incómoda; cuanto menos un impresentable que osó hablarle así a George W. Bush (¡¿cómo va a decirle “burro” al entonces Presidente de los Estados Unidos?!). No tenía la bonhomía del Pepe Mugica ni la discreción de Michelle Bachelet, y era (casi) tan verborrágico como Fidel Castro y (casi) tan indio como Evo Morales.
En palabras del periodista Eduardo Febbro, el ex mandatario venezolano “desnudó todas las hipocresías con las cuales las democracias occidentales asientan su legitimidad”. De ahí la estrategia mediática generalizada de descalificarlo, difamarlo, burlarlo, matarlo antes de tiempo.
Sin dudas Facebook y Twitter contribuyeron a esta táctica de obscena caricaturización. Desde ayer a la tarde, las redes sociales también se convirtieron en propaladoras online de una felicidad a la vez revanchista y esperanzada. Por eso… Mejor, desconectémonos.