Uno de los pocos grandes aciertos que se anota en su haber Super 8, otra supuesta genialidad fruto del presunto talento de J. J. Abrams, individuo encumbrado por esas cosas del marketing y la publicidad como el nuevo genio (al menos por este año e igual el que viene, hasta que sea sustituido por otro que tenga más dinero que él para pensar) de esta cosa del cine palomitero y sin sustancia, un tipo cuya mayor virtud ha consistido en hacerse rico con una serie de televisión que plagia, banaliza y pervierte El señor de las moscas…, la mayor virtud de la película, decíamos, consiste en la disponibilidad por parte de Abrams de un buen puñado de dólares para adquirir los derechos de importantes temas del rock de los años setenta con los que adornar estratégicamente una banda sonora, por lo demás, demasiado proclive a las estridencias con que acompañar la cacharrería imperante. Es el caso de Don’t bring me down, de la ELO (Electric Light Orchestra), que sirve además para decorar los créditos finales.
Por lo demás, Super 8, sin ser horrible, demuestra la esencia del talento de Abrams, es decir, la suerte y los dólares para contar con el beneplácito de Steven Spielberg para el refrito de sus películas infantojuveniles de aventuras, incluidas las que tienen alienígenas de por medio, durante la primera mitad de la película, sin ofrecer nada nuevo, limitándose a dar una capa de barniz transparente a lo que ya se hizo quince años atrás, y su incapacidad para dar una respuesta coherente y satisfactoria en la segunda mitad del filme, a cada minuto más rutinario, previsible, tonto y facilón, hasta estropearlo inevitablemente y dejarlo muy por debajo de las expectativas a cubrir. Y así, Abrams demuestra que, como ya le ocurriera a Spielberg en su día, una cosa es contar con el respaldo económico que permite parir ideas peregrinas, y otra muy distinta ser poseedor de la inteligencia y el talento de producir ideas y tener que buscar dinero para darles forma. O, como decía Picasso: un pintor es el que pinta lo que vende; un artista es el que vende lo que pinta. Buenos pintores, Spielberg y Abrams. Pero el arte es otra cosa.