“Serios, muy serios, que si no…” Esto le susurra en la intimidad el presidente de la patronal CEOE a su homólogo de Cepyme (la patronal de las pequeñas y medianas empresas) momentos antes de una rueda de prensa donde valoraron la reforma laboral perpetrada por el Gobierno. Apenas consiguen forzar un rictus de gravedad: están eufóricos porque les han hecho la pelota a base de bien y se van a ahorrar un pastón despidiendo trabajadores, que es la única alternativa que contemplan cuando su mala gestión y la falta de reinversión de los beneficios conseguidos en la fiesta hunden el balance de su empresa. Despedir no era caro: se han destruido tres millones de empleos desde 2007, año 0 de la crisis, así que no debía ser muy oneroso para sus bolsillos ni muy complicado. Es lógico que los empresarios estén ahora muy contentos: aún les saldrá más barato y, al amparo de la ley, el recargo de conciencia también será residual. Ni el intento del Gobierno por resucitar la palabra emprendedor como eufemismo de empresario consigue sacudir la caspa que rodea como una costra al denostado empresario español. Los hay, muchos aún, honestos. Pero, desgraciadamente para todos, son los menos y se van a buscar nuevos mercados porque aquí se ahogan. Como el talento de los trabajadores. Los que tienen representatividad e influencia, los que nos quedan aquí con sus chantajes y amenazas al Estado, sin ideas ni empuje están ganando la partida de largo pero no son serios, aunque posen para la foto.