Revista Cultura y Ocio

Juntos pero no revueltos

Por Miguelo87

A mediados del siglo XIX, Europa recién salía de los Guerras napoleónicas, y la llamada Santa Alianza, pretendía despejar las ideas liberales de la Revolución francesa por Europa, que Napoleón había esparcido.

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Por ese entonces, también en Europa empezaba a darse el aquello de los nacionalismos, ese sentimiento patriótico que unía a gente con igual cultura, idioma e Historia. Pero por intereses de los países vencedores, estos pueblos se encontraban divididos desde tiempos muy remotos, o por reparticiones en tiempos más recientes; pueblos que compartían un idioma, costumbres, religión, cultura, etc., pero que políticamente estaban separados; y por el contrario, habían tres imperios, que englobaban en sus fronteras, pueblos con diferentes idiomas, costumbres, religión, cultura, etc.
En el primer caso, tenemos a los Estados Alemanes y a los Estados Italianos, que antes de ser un solo país, eran varios pequeños países (en el caso de Alemania, muchísimos), y estos se movían económica y políticamente alrededor de un Estado más influyente. De esta manera, los Estados Alemanes se agrupaban alrededor de Prusia, mientras los Estados italianos seguían a Cerdeña-Piamonte. Cabe destacar que en el caso de Italia, a pesar de la presencia de los Estados Pontificios, un país propio del Papa, para mediados del siglo XIX, ya no tenía la misma influencia y fuerza política que en los siglos pasados, aunque se reservaba, la influencia ejercida por ser representante de la Iglesia católica.

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En el segundo caso, están los Rusia, Austria-Hungría, y Turquía. Hoy se les conoce como Estados multinacionales, porque efectivamente en sus territorios habitaba gente que se identificaba por tener diversa lengua, religión, costumbres y tradiciones. Cabe destacar que básicamente eran las capitales de estos imperios los que los abanderaban y nombraban, y no tanto los territorios dominados. Así pues el Imperio Austrohúngaro (en alemán: Österreichisch-

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Ungarische Monarchie; y en húngaro: Osztrák-Magyar Monarchia), fue la fusión de las coronas húngara y austríaca, y por tanto de sus dominios, y que abarcaban regiones donde vivían austriacos, húngaros, checos, eslovacos, serbios, croatas, judíos, etc., y donde obviamente hablan alemán, húngaro, checo, eslovaco, polaco, serbocroata, etc. ¿Y qué decir de la religión? Baste decir que la religión oficial era la católica, las lenguas oficiales eran el alemán y el húngaro, y la capital era Viena.
De igual forma y con mayor razón, en el Imperio ruso (en ruso: Российская Империя) habían rusos, polacos, ucranianos, eslavos, finlandeses, bálticos y caucásicos, al menos en la parte europea; pero que de

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igual forma la religión oficial era la cristiana ortodoxa, a pesar de ser la dominante en el Este europeo, y entonces su capital fue San Petersburgo, y no Moscú. Y el Imperio turco otomano (en otomano: دولت عالیه عثمانیه), que aunque la mayoría de sus dominios estaban en Asia y África, sus territorios europeos (los Balcanes) se fueron reduciendo eventualmente, hasta tener la frontera europea actual, pues ya no tenía la misma fuerza que en el siglo XVI. Aunque no por eso, su situación como imperio multinacional era distinto; en el Imperio turco, habían turcos, árabes, judíos y armenios. Si bien la religión musulmana y el idioma árabe eran un factor de aparente unidad, pues las ciudades santas islámicas y la Tierra Santa judeocristiana estaban dentro de los dominios turcos, no fue eso motivo suficiente para ser también centro de agitación étnica y nacionalista. Aunado a ello, el acoso de las potencias europeas como Francia y Gran Bretaña, que

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finalmente se apoderaron de Egipto para construir el Canal de Suez, por citar un ejemplo. Con la caída del imperio, la capital pasaría de Estambul (la antigua Constantinopla), a Ankara.
Ante este panorama contradictorio, las ideas liberales del decimonónico y el sentimiento nacionalista, terminarían por imponerse y unificar Alemania e Italia. Ambos países se constituyeron como monarquías, el Reino de Italia (en italiano: Regno d'Italia), se consolidó en 1870 gracias a los movimientos nacionalistas y unificadores del rey Víctor Manuel de Cerdeña-Piamonte y a José Garibaldi, teniendo a Roma como capital, pese al rechazo del papa Pío IX. Desde entonces el papa se consideraría como "prisionero del Vaticano", hasta 1929 año en que se fundó el pequeño Estado de la Ciudad del Vaticano. Mientras que el Imperio alemán (en alemán: Deutsches Kaiserreich) gracias al rey Guillermo I de Prusia y su canciller Otto von Bismarck, que con mano de hierro y a costa del rechazo de Austria-Hungría, y de arrebatar las regiones de Alsacia y Lorena a Francia, permitió la unificación alemana, teniendo la capital en Berlín. Probablemente, si Austria y Alemania no hubieran tenido diferencias políticas y religiosas en su Historia, al final se hubieran unido, pues en Austria y Alemania se habla alemán, pero los austriacos son católicos y los alemanes protestantes. Seguramente nuestra Historia contemporánea sería muy distinta.

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Por su parte, los Imperio multinacionales no tardarían en caer, por sus debilidades internas y contradicciones; los tensos conflictos ideológicos, sociales, políticos y económicos en el continente a fines del siglo XIX y principios del XX, desencadenarían la Primera Guerra Mundial, punto final de esos imperios, pero no el fin de las guerras étnicas, políticas y religiosas que en aquellos lugares persiste hasta nuestros días.


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