Desde el recuerdo de una infancia marcada por su educación ultraortodoxa, el judío David Volach escribe y dirige “My Father, my Lord”. No esconde en ella su intención de mostrar cómo la normativa de la Torá puede llegar a asfixiar los afectos y destruir la humanidad. La muerte del pequeño Menahem, ahogado en el mar Muerto mientras su padre se ocupaba de sus oraciones “entre los brazos de Yavhé”, le sirve de metáfora sobre una vida agostada por las obligaciones morales y legales de la religión: sus personajes, buscando el amor… parecen alejarse de él con preceptos y enseñanzas paradójicas y de difícil explicación racional –no está permitida, basta con acatar la voluntad divina, dirá el rabino–, como ésa que señala que hay que expulsar a la madre antes de coger a sus crías del nido, o la de no permitir que la mujer hable por la noche o llore en sabbat, o la de separar a los hombres de las mujeres –a la madre de su propio hijo– durante la excursión a la playa.
Volach parece mostrarnos un mundo de fe alejado de la razón y del sentido común… siempre con la referencia del sacrificio de Isaac por Abraham –nombre también del rabino, padre de Menahem– y de las desgracias de un santo Job que responde con “el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó”. Sacrificios en que la obediencia y la religión se hayan en convivencia con la desgracia y se anteponen a cualquier sentimiento humano o de afecto… en una perspectiva tan radical como poco atractiva. Es el peso de una tradición legalista desprovista de fundamento que ya Jesucristo criticó en los fariseos de su tiempo, y que al parecer permanece en el grupo ultraortodoxo judío en la actualidad. En “My father, my lord” queda bien reflejada, aunque su director se olvida de profundizar en la fe de sus mayores, y termina cayendo en el mismo pozo de incomprensión que critica en el rabino Abraham.
Con una fotografía digital de escasa definición, con cámara en mano y el eventual uso de un gran angular que deforma la realidad, se nos ofrece una imagen hipertrofiada de la religión, vista aquí a través del juicio de un judío espantado con lo que aprendió de niño. Es la misma mirada retrospectiva que adopta el narrador, cuando la cámara inicia un travelling de retroceso y abandona la sinagoga… para iniciarse un largo flash back con el que nos contará su historia: un recurso muy cinematográfico que vincula una forma –un desplazamiento hacia atrás– con un contenido –un recuerdo del pasado–. También cuando regresa al tiempo presente y a la sinagoga, Volach se sirve de una imagen muy gráfica para expresar el rechazo de esa religiosidad: desde una tribuna elevada, la madre (Esther) del niño fallecido deja caer los libros sagrados –mejor dicho, los tira intencionadamente– sobre la mesa con el ágape preparado y donde se recupera su desconcertado marido Abraham tras su intervención durante el sabbat.
Una dura escena para una historia brutal llena de sinrazón y perplejidad, y una crítica contundente con formas sutiles para un estilo de vida que se ha olvidado de lo que dicta la naturaleza (son abundantes las alusiones a lo que es natural, por ejemplo con ese perro desconsolado en la ambulancia). Con Abraham, Esther y Menahem hemos asistido al fracaso de un matrimonio y de una familia, pero también al de una fe mal entendida y al de una tradición estereotipada.
En las imágenes: Fotogramas de “My Father, my Lord” – Copyright © 2007 Golden Cinema, EZ Films y Sophie Dulac Distribution. Distribuida en España por Karma Films. Todos los derechos reservados.