Sorpresas que te da la vida: 2020, y aquí estoy, escuchando sin parar un tema de The Killers más bien tramposillo (el músculo lucido por Brandon Flowers y los suyos en “My Own Soul’s Warning“, la burrada con la que se abre “Imploding The Mirage” es más el resultado de la épica anabolizante que del esfuerzo creativo) y para el que la etiqueta de Stadium-Rock se queda pequeñísima. Bigger Than Life: esta canción suena como si los de Las Vegas participaran en Eurovisión con una composición original de The War On Drugs, y claro, lo reventaran. The Killers son algo así como los James Cameron de la música, pero por muy mal que me caiga el titánico director canadiense, no puedo evitar disfrutar como un enano con el despiporre de bichos en “Aliens” o la mezcla de acción y comedia de “Mentiras Arriesgadas”. De modo que a darle a tope a las llamaradas, a tope de ventilador, a tope de todo, venga, lo reconozco: ME FLI-PA.
“Caution” y “Fire In Bone“, los primeros sencillos con los que se avanzó el largo, ya lo avisaban: la moderación y la sutileza nunca han sido el punto fuerte de los firmantes de “Human“, pero la escucha del disco acaba por desmontar (algunos) prejuicios. El repaso a los nombre acreditados, además, aporta una buena coartada con la que sacudirse la sensación de guilty pleasure: de Alex Cameron a Ariel Rechtshaid, de Jonathan Rado (Foxygen) a los Neu!, de Stuart Price a Can, pasando por (¿pero qué pintan esta chicas aquí?) k.d. Lang o Weyes Blood ¡no se les puede negar que tienen gusto para buscar colaboradores o samples! Si encima le piden unas guitarras prestadas a Adam Granduciel, pues qué mas quieres.
Ninguna de las pistas citadas en la primera línea del párrafo anterior, ni de las restantes del álbum, no obstante, consigue hacerle sombra a lo conseguido por The Killers en el tema de apertura, un auténtico huracán que mira sin rubor al Springsteen armado con sintetizadores de “Dancing In The Dark” y se desmelena a los 57 segundos de su inicio con constantes apropiaciones, subidas de tono, “uohohohós” capaces de provocar avalanchas en un concierto y recursos a la calle de enmedio. Porque sí, es verdad: El fuego de The Boss se alimentaba con buena leña y calentaba las manos en cuanto las acercabas a las llamas, y el de los Killers es pura pirotecnia estruendosa, pero ¡ay! menuda forma de encogernos el corazón que tienen esas luces que estallan en el cielo oscuro…
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