Myco se había levantado cachondo. Tenía ganas de dar guerra. Ya estaba harto de tanta sustancia extraña que últimamente le tenía medio adormecido, apenas sin ganas, y arrinconado en una célula epiteloide anodina y sosa. Con lo que a él le gustaba andar libre por el páncreas, adentrarse en el torrente de médula fresca de la columna y chapotear en el cerebro. ¡Eso sí que era vida!
Su hospedador se había descuidado como consecuencia del estrés del transporte alertando a Myco. Echó un vistazo a su alrededor y se dijo, ¡ya está bien, pongámonos las pilas!
Intentó estirar su morfología de frankfurt recocido y alentar al resto de colegas. Hummm... Estaba sólo. A su lado un ejército de musculados soldados bien vacunados, alertas y con una camiseta con el lema "Somos inmunogénicos" arquearon sus cejas.
Myco se amedrantó y acurrucó de nuevo en su celulita. Su casero ya se había recuperado y nadaba fuerte y tranquilo. Junto a doscientos cincuenta mil colegas.