Revista Cultura y Ocio
Dicen que dormir es ver pasar la vida sin legañas, ausentarse del meollo, perder oportunidades, dar la cara con la espalda e incluso llegar tarde para vivir. Quizá yo sea un espíritu burlón o una alma cansada, porque no me creo lo que dicen. Siempre tengo sueño y dormir me alimenta, me fortalece. Me renueva ausentarme de la vorágine, desaprovechar billetes, llegar el último a mi entierro y cucarles el ojo por la pitaña a los presentes desde el floral expositor. Dicen que la ciudad es una trampa para lechugas de mentol, para conejos con plumas y para sucias palomas de dientes careados. Todo conduce a la escapada. Tan lejos como sea posible. Mi dorsal es un pijama en la carrera hacia el sueño. Hay que salir de la pequeñez, con el tanque cargado de combustible, mientras la juventud lo permita. La desbandada es un hecho. Las autopistas amontonan jinetes solitarios. Nacidos para correr. Pero, cariño, no soy uno de esos. Yo nací para acostarme en un motel llamado colchón. Mis llantas brillantes son dos cálidas zapatillas de andar por casa y mi meta es un despertador. Dicen que el mundo se ensancha en la despedida, que el suelo se ve mejor desde una noria, que el suicidio es un modo de esconderse, que un beso sabe mejor en el recuerdo, que todos hemos nacido para correr. Pero, cariño, yo nací tan solo para acostarme.