Revista Sexo
La búsqueda de la felicidad es una idea universal que mueve la conducta humana. Junto a la idea de felicidad surgen numerosas preguntas: ¿qué es?, ¿¿es un estado de bienestar constante o se trata de un sentimiento referido a un breve lapso de tiempo?, ¿su consecución es una quimera?, ¿por qué unas personas son más felices que otras?...
Estas y otras muchas preguntas han rondado la mente del ser humano a lo largo de sus miles de años de historia tratándose de uno de los universales culturales. Desde los pensadores del más antigua Egipto, los pensadores de la época clásica en Grecia y Roma, filósofos orientales y todas las religiones del mundo han hablado de la felicidad. Añadiendo una serie de valores, creencias y normas de conducta que debían vertebrar la conducta humana de para alcanzar la deseada felicidad.
En la actualidad, estas preguntas siguen sin obtener respuesta, lo que sucede es que hemos buscado en una fuente alternativa las respuestas: la ciencia. Para ser más precisos en la biología evolutiva y la genética. Los interrogantes que se plantea la ciencia se han centrado en buscar nuevas respuestas a la hora de resolver el enigma de la felicidad, centrándose en el funcionamiento del organismo más que en los estímulos externos presentes en el entorno. Para ello han centrado su atención en el funcionamiento del cerebro.
Los resultados obtenidos en los distintos experimentos y hechos observados han llegado a convencer a numerosos científicos de que las diferencias individuales en los niveles de felicidad se deben en un primer momento a causas genéticas, a lo que hay que incorporar el ambiente en el que estas personas viven y al azar. Para aclarar esta idea, pensemos en la película “Tú a Boston y yo a California” en la que dos hermanas gemelas son separadas al poco tiempo de nacer ya que sus padres se separan y cada una de ellas se va a vivir a lugares diferentes: una de ellas con su madre y la otra con el padre. La película muestra cómo cada una de ellas ha crecido en entornos diferentes cada uno de ellos con sus carencias y, sin embargo, ambas muestran niveles de felicidad semejantes. Por tanto, si dos personas, idénticas gen a gen como es el caso de las gemelas, que se han criado en entornos opuestos son capaces de dar muestras de entusiasmo y optimismo en niveles similares la explicación a ello sólo puede ofrecérnosla los genes.
Diferentes estudios realizados por Nancy Seagal, David Lykken, Auke Tellegen y Emmanuel De Neve para las Universidades de Londres, California y Harvard permiten que se pueda llegar a afirmar que la tercera parte de nuestra felicidad está determinada por nuestra dotación genética y que está dotación es la determina el umbral mínimo de felicidad. Este umbral hace referencia al nivel básico de felicidad con el que encaramos el día a día sin tener en cuenta las circunstancias externas ni el nivel económico, ni educativo, ni el sexo, ni la edad, la raza… Es ésta la razón por lo que puede mostrarse más feliz una persona con escasos recursos económicos que otra que posea una gran fortuna o que un barrendero sea más feliz que un futbolista profesional. Todo ello porque las circunstancias externas pueden aumentar nuestros niveles de felicidad sólo durante un período de tiempo limitado. Una persona agraciada por un gran premio en la lotería será más feliz los seis meses siguientes tras los cuales volverá a los niveles de felicidad que tenía antes de ser agraciada con el premio.
Existe un nivel que determina los niveles básicos de felicidad. Los genetistas dicen que estos niveles guardan relación con la presencia de un gen llamado 5HTTLPR o gen de la felicidad. Este gen tiene como misión codificar unas moléculas situadas en las membranas de la neuronas y regular la cantidad de serotonina determinando los procesos de transmisión de información entre las neuronas. De este gen existen dos versiones, uno con una secuencia larga y otro con una secuencia corta. Las personas que poseen en su dotación genética la secuencia larga segregan abundantes cantidades de serotonina con lo que son propensas a ser más felices. Mientras que quienes poseen la secuencia más corta producen una menor cantidad de serotonina tendrán unos niveles de satisfacción más bajos.
No sólo la dotación genética determina el nivel de felicidad. La capacidad del ser humano de regular sus emociones también es un factor de gran influencia. Los individuos que muestran niveles de actividad superiores en la parte izquierda de la corteza prefrontal son más optimistas y entusiastas que aquellos que activan en mayor medida la región derecha. La razón está en que la región derecha está vinculada con la generación de pensamientos negativos y estresantes.
A partir de ahora, podremos acusar a nuestros progenitores de impedirnos ser felices. No ya por no dotarnos de los recursos económicos, materiales, de oportunidades que consideremos mínimos para vivir en un estado de equilibrio entre nuestro organismo y el entorno, sino por poseer una biología inferior que nos hace inferiores o, por el contrario, habernos dado la oportunidad de ser felices con tan poco.
FUENTES CONSULTADASLUIS MIGUEL ARIZA “¿Heredamos la felicidad?”. El País SemanalFRANCISCO MORA TERUEL “¿Diseñados para ser felices?” Revista Redes para la ciencia, Nª21