Está que trina. Ya no puede confiar en nada. Ni en nadie. Pase que todas y cada una de las instituciones en las que le enseñaron a creer desde niña le hayan defraudado: La Corona, la Iglesia, la Justicia, la Democracia, en general y los politicastros en particular. Pero que una no pueda fiarse del horóscopo eso sí que no. Por ahí no pasa. ¿Entonces, qué le queda? Ya lo sospechaba desde hace tiempo. Que eran vaguedades, generalidades… pero a ella, aquello de adivinar el horóscopo de las personas le tranquilizaba. Llámenla rara.
Como diría Krahe, a él le tranquiliza tener su biblioteca repleta de clásicos porque sabe que, si quiere, los lee. Por eso en un mundo tan poco confiable, que le presenten a un desconocido y saber, al menos, por su fecha de nacimiento, qué se podía esperar de él, por dónde podían venir los tiros, le reducía la ansiedad. Hasta que alguien en una charla trivial la desmontó. “Yo antes era piscis, le dijo, ahora soy acuario”. “¿Cómo antes?” Como si una pudiera cambiar de personalidad, de signo, de vida, de parecer, así, a su antojo. Y aquella persona dúctil la iluminó. Y le habló de Ofiuco. El último en discordia.
El nuevo signo -29 de noviembre al 17 de diciembre- que portando una serpiente se había hecho un hueco a empujones entre el resto de signos, y había trastocado el orden del Zodíaco y, de paso, el de su universo. Arrebatándole su certidumbre. Y comenzó a agobiarse. Ya nadie es quien dice ser. Todo el mundo había vivido engañado, viviendo una mentira. Eso explicaría tantas cosas… Consultó el nuevo orden, que por cierto ningunean todos los medios, como hacen con las noticias serias. Pero no todo está perdido. Continúa siendo Aries y sabiendo quién es. Siempre ha estado como una cabra.