Me encanta recibir flores. Y casi siempre tengo un ramo de flores frescas en mi mesa. Me hacen sonreír cada vez que las veo. La reacción de amigas y visitas es casi siempre la misma: “¡Qué bonitas! ¿Quién te las ha regalado? A mi nunca me regalan flores.” Si la pareja está presente, esta frase se ve acompañada de una mirada fulminante en dirección a la pareja en cuestión.
Resulta que me las regalo a mi misma, independiente del hecho de tener o no tener pareja.
Flores para mi, porque yo lo valgo
El ramo de flores trae algo de naturaleza a mi casa de ciudad. Me encanta observar como cambian las flores con las estaciones. Y me hace bien ver esta muestra de cariño hacia mi misma. Lo que empezó como un experimento se ha vuelto un hábito que va mucho más allá del ramo de flores.
Aproximadamente cada diez días visito mi florista favorita y le doy carta blanca para hacerme un ramo con las flores de la temporada. No tengo preferencia en cuanto a las flores ni a su forma. Con que quepa en mi florero alto, la florista puede dar rienda suelta a su imaginación. Dependiendo del día, el ramo es más o menos elaborado, pero siempre está hecho especialmente para mi.
Felicidad floral para toda la semana – sin presión
Con el ramo en los brazos emprendo mi camino a casa. Mirar las flores me da una felicidad enorme y no puedo evitar sonreír. Las personas que me pasan por la calle me devuelven la sonrisa. Una señora comenta que tengo suerte de que alguien me ame tanto como para regalarme estas flores. Le sonrío, sin decir que he sido yo que cuido de mi misma. Me gusta repartir ilusión.
Y ahora entiendo la desesperación de los novios que reciben la mirada fulminante de sus parejas al ver mis flores. De repente un acto de amor se marchita bajo las expectativas de la pareja: las flores se han convertido en una amenaza. El peso de ser responsable de la felicidad de otra persona puede destrozar relaciones. ¿Cómo salir de este dilema?
¿Flores en la lista de la compra?
Recuerdo que durante muchos años mi madre recriminaba que mi padre nunca le traía flores. En contadas ocasiones mi padre se defendió, enumerando otras muestras de amor. Regalar flores le parecía tan inútil que siempre se olvidaba, hasta que venía otro reclamo por parte de mi madre. Parecía una situación sin solución. Hasta que mi madre cambió de estrategia y puso las flores en la lista de la compra.
Mi padre ya no se olvida de traer flores. A mi madre le encanta que él haya escogido el ramo, además de tener la sorpresa de no saber qué día será. Ya no hay acusaciones silenciosas ni discusiones sobre cuál es la forma correcta de demostrar el amor.
¿A quién le responsabilizas de tu felicidad?