Al Capone
En el libro Coaching directivo: desarrollando el liderazgo (Ariel, 2003), primera publicación de coaching escrita por autores españoles en el que participamos varias personas (por mi parte con el Capítulo 1. Raíces históricas del coaching: Sócrates, Platón y Aristóteles) recogíamos las siguientes palabras de Sócrates: «El saber siempre proporciona éxito a los hombres. No podía suceder, en efecto, que alguien yerre por saber, sino que necesariamente debe obrar bien y lograr su propósito; de otro modo, no sería saber» (Eutidemo, 280).
Y cuento esto porque, a menudo, nadie cree que obre mal y, por tanto, nadie se critica a sí mismo. Las personas somos capaces de justificar prácticamente cualquiera de nuestros actos. Gordon W. Allport, en Patrón y desarrollo de la personalidad (1961) escribía: "Todos los seres humanos ideamos algún mecanismo que nos permite, al despertarnos cada mañana, estar seguros de que somos la misma persona que se fue a dormir la noche anterior".
Dale Carnegie (@dalecarnegiee) en su clásico Cómo ganar amigos e influir sobre las personas (1936) cuenta un par de historias esclarecedoras. El 7 de mayo de 1937 la ciudad de Nueva York presenció la más sensacional caza de un hombre jamás conocida en esta metrópoli. Al cabo de muchas semanas de persecución, "Dos Pistolas" Crowley –el asesino, el pistolero que no bebía ni fumaba– se vio sorprendido, atrapado en el departamento de su novia, en la Avenida West End.
150 agentes de policía y pesquisas pusieron sitio a su escondite del último piso. Agujereando el techo, trataron de obligar a Crowley, el "matador de vigilantes", a que saliera de allí, por efecto del gas lacrimógeno. Luego montaron ametralladoras en los edificios vecinos, y durante más de una hora aquel barrio, uno de los más lujosos de Nueva York, fue un ir y venir de tiros de pistola y ametralladoras Crowley, agazapado tras un sillón bien acolchado, disparaba incesantemente contra la policía. Diez mil curiosos presenciaron la batalla. Nada parecido se había visto jamás en las aceras de Nueva York. Cuando Crowley fue finalmente capturado, el jefe de Policía Mulrooney declaró que el famoso delincuente era uno de los criminales más peligrosos de la historia de Nueva York. "Es capaz de matar –dijo– por cualquier motivo."
Pero, ¿qué pensaba "Dos Pistolas" Crowley de sí mismo?
Lo sabemos, porque mientras la policía hacía fuego contra su departamento, escribió una carta dirigida: "A quien corresponda". Y al escribir, la sangre que manaba de sus heridas dejó un rastro en el papel. En esa carta expresó Crowley: "Tengo bajo la ropa un corazón fatigado, un corazón bueno: un corazón que a nadie haría daño".
Poco tiempo antes Crowley había estado dedicado a abrazar a una mujer en su automóvil, en un camino de campo, en Long Island. De pronto un policía se acercó al coche y dijo: "Quiero ver su licencia". Sin pronunciar palabra, Crowley sacó su pistola y acalló para siempre al vigilante con una lluvia de plomo. Cuando el agente cayó, Crowley saltó del automóvil, empuñó el revólver de la víctima y disparó otra bala en el cuerpo tendido. Ese era el asesino que dijo: "Tengo bajo la ropa un corazón fatigado, un corazón bueno: un corazón que a nadie haría daño".
Crowley fue condenado a la silla eléctrica. Cuando llegó a la cámara fatal en la conocida prisión de Sing Sing no declaró esto: "Esto es lo que me pasa por asesino". Ni mucho menos. Su discurso era totalmente contrario: "Esto es lo que me pasa por defenderme". La moraleja de este relato es clara: "Dos Pistolas" Crowley no se echaba la culpa de nada.
¿Es esta una actitud extraordinaria entre criminales? Las siguientes palabras desvelan más información: "He pasado los mejores años de la vida dando a los demás placeres ligeros, ayudándoles a pasar buenos ratos, y todo lo que recibo son insultos, la existencia de un hombre perseguido." Esta declaración corresponde al propio Al Capone, quien fuese el Enemigo Público Número Uno, el mayor mafioso los jefes de bandas criminales de Chicago. Capone no se culpa de nada. Se considera, en cambio, un benefactor público: un benefactor público incomprendido a quien nadie apreció.
Lewis Lawes, que fue en aquella época alcaide de la citada cárcel de Sing Sing, en Nueva York, explicaba cierta vez: "Pocos de los criminales que hay en Sing Sing se consideran hombres malos. Son tan humanos como usted o como yo. Así raciocinan, así lo explican todo. Pueden narrar las razones por las cuales tuvieron que forzar una caja de hierro o ser rápidos con el gatillo. Casi todos ellos intentan, con alguna serie de razonamientos, falaces o lógicos, justificar sus actos antisociales aún ante sí mismos, y por consiguiente mantienen con firmeza que jamás se les debió apresar".
Cuento todo esto para enlazarlo con el post del otro día: Nunca le digas a alguien que se equivoca. No es la mejor forma de empezar, ni de ganarse al otro, ni de reconducir la situación. Poca gente cree que esté equivocada y mucho menos le gusta admitirlo, lo que nos lleva al otro post que escribíamos No conviertas un desacuerdo en una discusión. Lo decía Hans Selye: "En la misma medida que anhelamos la aprobación, tememos la condena". Si tienes que criticar, si tienes que corregir, sé suave: ¿Sabes por qué el barbero enjabona la cara antes de afeitar? Como apunta Dale Carnegie: "La crítica es inútil porque pone a la otra persona a la defensiva, y por lo común hace que trate de justificarse. La crítica es peligrosa porque lastima el orgullo, tan precioso de la persona, hiere su sentido de la importancia y despierta su resentimiento. El resentimiento por una orden desconsiderada puede durar mucho tiempo, aun cuando haya sido dada para corregir una situación mala".
No hablamos de fondo sino de forma. Las personas, antes que racionales son emocionales. O como diría Napoleón: "Los hombres son manejados por los juguetes".