Duérmete vida mía y no tengas miedo de nada.
La muerte se te clavado muy pronto en tu alma.
Mi angelito, mi niño, te veré resucitado en otros niños.
Soñaré con tus abrazos.
Sentiré tus dulces besos.
Oiré tus risas por otros labios,
y así, mi niño, nunca me abandonarás.
Madre, tu ángel no se ha desvanecido.
Madre, yo lo he encontrado caminando dentro de otros niños.
Lo veo en sus juegos, lo veo alegre en sus gestos,
lo siento vivo y feliz dando luz divina a otros niños.
Escucha madre y observa ese cielo estrellado.
Allí, en la profundidad del firmamento,
se encuentra el resplandor radiante y luminoso del alma de tu ángel.
Y aquí, en La Tierra, se encuentra la juguetona VIDA de tus otros niños.
Nana para un ángel donante.
Nana para la estrella más luminosa de tu cielo.
Nana para el reflejo de tu luz mecida por las olas del mar.
Nana para el gesto doliente de una madre donante.
de José Luis Sevillano Calero.
Ana Hidalgo