Con tanto cuento como nos cuentan hemos empezado a vivir en uno, concretamente en el de Peter Pan y por decreto. Nos tratan como a niños a los que se les suministra aceite de recortes y sopitas de ajuste por nuestro bien. “Quien bien te quiere, te hará llorar”, atronan las nanas desde los medios de comunicación y así confían en adormilarnos para que soñemos con un futuro mejor. Pero con tanto ruido no hay quien duerma y entonces deciden que lo mejor será que hagamos algo durante este tiempo de vigilia, no sea que iniciemos una revolución. Seamos aprendices, pues. Seamos temporales, flexibilicémonos para amortiguar así los golpes. Al fin y al cabo, hemos venido a este mundo a sufrir.
Aprendices hasta los 30, temporales hasta los 67. Así no hay quien tenga un proyecto de futuro que no sea a corto plazo. “Quien bien te quiere te hará llorar”, le dicen al niño tras administrarle el brebaje. Al niño querido sólo le queda un camino: huir de la temporalidad prometida en busca de nuevas tierras más seguras porque aquí, en unos años, un empresario ágil podrá cruzar España desde Gibraltar a los Pirineos sin bajarse de la chepa de aprendices y precarios. Pero aquí no aprende ni Dios porque todos quieren ser el emisor del mensaje, de la consigna, el mandato, la propuesta o la exigencia pero nadie escucha, y menos aún a su conciencia. “Y tú, ¿qué quieres ser de mayor?”, le pregunta una voz al niño perpetuo. “¿Yo? Yo de mayor quiero ser un jubilado alemán”, responde aún medio dormido.