Revista En Femenino

Narcolepsia

Por Mamaenalemania

Existe una especie de dolencia, un estado, unos episodios recurrentes que no son patrimonio exclusivo de Homer Simpson. Ni hay que ponerse como Homer para padecerlos.
Las madres, sean redundantes o a palo seco, corren el riesgo de narco-colapsar (y no me refiero a las sobredosis de Apiretal) en cualquier momento y en cualquier lugar.
Esa vida al límite que llevamos, esas noches sin dormir a trozos (ahora me duermo, ahora lloro, ahora me he cagao, ahora tengo sed...), esas veladas románticas con el maromen al calor de la boloñesa para mañana, esas conversaciones trascendentales e interminables sobre el color del Lego o la lista de la compra...
Todo eso y mucho más se nota más allá de las canas prematuras y las ojeras perennes (y aquí aprovecho para suplicar que, por Dios, vuelva el estilo Gotic-chic ya).
Y no sólo porque arrastremos los pies y no dejemos de bostezar hasta el 5º café, no. Es que como nos sentemos un momento, cortocircuitamos.
No importa que estés leyendo un cuento (probablemente el mismo por enesísima vez) o coloreando un dragón o untando paté en el bocadillo... de repente tus párpados cobran vida propia y tiran hacia abajo que no veas (que no veas nada).
Mi primer episodio narcoléptico de verdad verdadero fue hace ya unos meses, no tantos, cuando el del rizo todavía no olía a choto, sino a bebé lactoso, y él mismo colapsó de sueño colgado a la teta derecha de una servidora. Que el Mayor y Destroyer estuviesen apasionados con la aspiradora impidió que ocurriesen males mayores y endulzaron el despertar de su querida madre, que se alegró horrores de encontrarse el salón impecable y no indagó sobre el paradero de la cortina desaparecida.
El segundo y último tuvo lugar hace poco, unas horas apenas. Y es que pasar de estar de vacaciones (en serio, sin niños ni maromen) a gestionar de nuevo y al completo el Nido del Cuquen en un día, no puede ser sano.
Tras media jornada fuera de la Haus, varias lavadoras, 2 puzles, un guiso de ternera, 4 libros y una granja abstracta en plastilina multicolor, la que escribe decide descansar posaderas en eso que a veces es sofá, a veces cama elástica, a veces castillo de los malos. Gratamente sorprendida por la pacífica e interactiva actividad de a 3 de los polluelen alrededor del Lego, una no lo pudo evitar y se dejó llevar por sus párpados rebeldes.
„Bueeeeeno, sólo voy a cerrarlos un momento“ era mentira y yo lo sabía. Que los 3 me mirasen a la vez – a la vez – justo antes de hacerse la oscuridad debería de haber hecho saltar todas las alarmas, pero una quiso confiar en la bondad polluelil y no le dio más importancia.
Lo siguiente que se recuerda es un timbre insistente y pasos voladores y risas a tropel. La cara de la vecina, que quería sal pero luego no quería nada, déjalo, nada nada, me lanzó al espejo más cercano.
Y sí, se confirmaron mis sospechas: una ceja renegría y un bigote a lo Dalí pero más torcido me anunciaron la muerte de mi rímel. Y, natürlich, que el Lego sólo era una tapadera.
Un „Mamá, no sabíamos que te habías muerto sólo un momento...“ me ha hecho jurar por lo más sagrado que nunca jamás de los jamases, no vaya a ser que la próxima no llame nadie a la puerta y me despierte en cruz.


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