El plan Anglesola tiene como objetivo principal la creación de nuevos edificios en el casco antiguo del barrio de les Corts. Para ello, hace algo más de un año derribaron una serie de edificios singulares, incomprensiblemente sin ni siquiera mantener la bella fachada. Paseando ayer por mi querido barrio –que pronto dejaré- me sorprendió gratamente la manera salvaje en que la naturaleza se ha apoderado de esos solares abandonados: la vegetación crece sin ningún tipo de control, sin ningún alcorque o limitación que se lo impida, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los parques, donde todo está perfectamente calculado (las hiedras con las hiedras y las gramíneas, por favor, que no invadan lo que no es suyo); los pájaros campan a sus anchas e, incluso, se pueden ver algunos pequeños reptiles inofensivos.
De todos modos, los sentimientos son contradictorios: por un lado, entiendo que un solar abandonado, lleno de maleza y donde reina el caos, pueda no ser un lugar socialmente aceptado y que genere rechazo. Puedo llegar a entender -por esa antipatía que genera lo no ordenado- que se convierta en una zona donde tirar escombros y basura y que, obviamente, esto conlleve problemas de seguridad, higiene y civismo. Pero, por el otro lado, defiendo las ideas de Kevin Lynch en su libro “Echar a perder”, donde explica que esos espacios abandonados, decadentes y deteriorados son necesarios en las ciudades, y que debemos aprender a valorarlos y saber gestionarlos bien. Por ejemplo, esos lugares invadidos por la naturaleza fomentan la biodiversidad. Seguramente (me gustaría estudiarlo empíricamente), existan más especies diferentes por metro cuadrado que en cualquier parque típico (que parece que los espacios verdes en Barcelona son franquicias, todos iguales, con las mismas especies y distribución). Lynch dice que en un antigua estación de tren en Berlín es “actualmente (en 1995, cuando escribió su libro, porque creo que se refiere a la zona donde hoy día se alza la nueva y flamante estación central de Berlín) un rico paisaje que contiene muestras de un tercio de toda la flora de la región, incluyendo especies raras y amenazadas y algunas formas autóctonas”. De hecho, la exposición de Jef Beys sobre especies ruderales nos da una idea clara de la utilidad medicinal y culinaria asociada a esas plantas que crecen en cualquier sitio de la ciudad.
El ser humano tiende a ordenarlo todo. Intentamos ordenar la naturaleza y eso se aprecia en ramblas y parques de nuestras ciudades, donde todos los árboles son de la misma especie, tienen la misma altura y están ubicados a la misma distancia el uno del otro. Pero la naturaleza es caótica y desordenada, aunque harmónica e (invisiblemente) estructurada. Un bosque es así y lo disfrutamos, sin preocuparnos de si este árbol no debería ir unos metros más allá o qué hace esta planta de flor azul entre arbustos de genista. ¿Por qué no lo disfrutamos también en nuestras ciudades? ¿Por qué no aprendemos a apreciar y respetar las plantas que crecen de manera espontánea?
o: Catálogo de especies ruderales o Andrea Acosta o La ciudad en crisis