En mi artículo publicado el pasado diciembre, "Las islas griegas a través de unos libros y unos poemas", ya anticipé otro artículo que reflejase la visión de una travesía por mar al citar los libros de Lluís Ferrés, muy buen navegante y escritor que describe perfectamente los lugares que visita, su historia y sus personas, con amenidad y rigor.
Cuando escribe sobre alguna isla que conozco bien es como si me sintiera en ese lugar junto a él.
Lluís Ferrés (Olot, 1954), además de escritor, es biólogo y marino, y lleva más de 30 años viajando, trabajando, residiendo y disfrutando en el Mediterráneo y otros mares. Él ha escrito unos cuantos libros de ambiente marítimo, como "Cícladas" o "Mar vieja "; un libro de cocina "Cocina secreta del Mediterráneo" que es mucho más que cocina, es la descripción de un estilo de vida; un libro fascinante para los amantes de la navegación, "Navegación para Fenicios" donde describe cómo se navegaba en el inicio de las travesías por el Mediterráneo; y otros dos libros de viajes por el "Mare Nostrum", "Secretos del Mediterráneo" y "La isla olvidada" que son apasionantes relatos basados en sus muchos viajes por nuestro mar, y que nos permiten compartir y disfrutar de sus travesías.
Me voy a centrar en ese último libro "La isla olvidada", publicado en 2014, ya que describe las etapas de un viaje desde las costas catalanas hasta el confín del Dodecaneso griego y acaba en esa isla, Saría, que es uno de mis paraísos aún no perdidos.
Yo conocí a Lluís a pocas millas de Saría, en Diafani el puerto del norte de Kárpazos, y hablamos bastante de esas islas y mares. Me gustaría que algo de aquellas charlas haya inspirado algún párrafo de esos últimos capítulos del libro. Vamos a acompañarlo en esa travesía a vela por el Mediterráneo en su barco, el "Capitán Don Julián", e intercalaré algunos poemas de mi libro "Por las islas griegas", escrito en los lugares que tan bien describe. Desde Cadaqués, al norte de Cataluña, hasta la deshabitada isla de Saría situada al suroeste de Rodas, el patrón y su velero van atravesando de isla en isla el Mediterráneo: Cerdeña, Sicilia, las islas Jónicas, el sur del Peloponeso, las Cícladas y el Dodecaneso hasta arribar a la "isla olvidada", a través de 27 islas y sus mares. Lo vamos a acompañar en su travesía y nos detendremos más en las islas griegas, sobre todo en las últimas cícladas y dodecanésicas, más cercanas a su destino.
El libro describe un viaje y el lector se identifica con el patrón a través de las cuidadas explicaciones de cada lugar donde fondea y sus aledaños, tanto de temas históricos, geográficos, culturales o de las vivencias de las personas con las que va conversando. La escritura es muy amena y tiene la virtud de que el lector se siente junto al narrador descubre y vive por sus ojos y oídos esos lugares.
El hecho de que el viaje sea lento, al ritmo de los vientos y del deseo de quien no tiene que regresar en fecha fija, sino disfrutar del camino que es tan o más importante que el destino, facilita esta identificación. Además, si quien lee conoce el territorio la identificación es total y eso, para mí, es lo que distingue un buen libro de viajes. Si en lo que conoces el autor no defrauda, sino que reconoces y compartes lo que escribe, en los legares que no conoces confías totalmente en tu guía. He leído muchos buenos libros de viajes, pero que se notan escritos apresuradamente, fragmentariamente o por encargo, lo que hace que no exista esa conexión. Y eso, por no citar muchos libros en que notas que el autor es un mero transeúnte por unos espacios de los que solo recoge lo superficial o lo que ha leído en otros lugares, y se convierten en guías para turistas de paso que nunca intentan integrarse en las costumbres y raíces de los territorios.
El navegante empieza su travesía en Cadaqués y es una buena elección, porque ese pueblo costero del norte del Ampurdán tiene que ver bastante con el destino final. Aunque no es una isla, estuvo tradicionalmente aislado, sus habitantes eran fundamentalmente pescadores, tuvo inmigración griega, algunos de sus toponímicos suenan a griego antiguo, y su paisaje, sus mares y sus vientos son bastante similares a los del Egeo (la "tramontana" es un viento fuerte del norte como el "meltemi" griego, que en las cartas náuticas griegas también se conoce como "tramountana").
Desde allí navega hasta el norte de Cerdeña y recorre varias de las islas de su costa de poniente hasta llegar a Carloforte, frente a la punta sureste de Cerdeña, donde su ruta y la que yo seguí en 2012 desde Valencia a la isla olvidada del Dodecaneso durante un mes en el velero "Pandora Lys" coinciden brevemente.
Yo solo estuve un día en el puerto de esa isla, pero rememoro el paseo de Lluís por sus calles. Tras visitar otras dos islas vecinas, toma la ruta del sur para atravesar el mar y recorrer unas islas cercanas a las costas de Túnez y volver a remontar hasta Sicilia frente a Trápani, se trata de una zona de mar que no conozco, excepto Trápani, y es un amplio rodeo sobre la ruta más corta hacia Grecia, pero ya sabemos que en este viaje no prima el ahorro de millas y de tiempo, sino el disfrute de las islas y sus historias.
Os hago un apunte de alguna de esas islas situadas entre Cerdeña y Túnez. Primero Tabarka que ya no es isla pues "ha sido mancillada, unida artificialmente a tierra por un espigón que ha acumulado arena hasta convertirse en un istmo". Ese nombre nos suena, ya que frente a Alicante tenemos la isla de Tabarca, la más pequeña habitada de España, y no es porque sí, sino porque en 1754 con la invasión otomana de Túnez unos cientos de pobladores esclavizados fueron rescatados por Carlos III e instalados en la entonces deshabitada isla española. Luego recorre el Banco Scherchi que no llega a ser isla, pero que a 50 millas de la tierra más cercana solo tiene en algún punto una profundidad de 30 cm., un terror para los antiguos navegantes sin cartas ni GPS.
Otra etapa es Ferdinandea que ha sido y no ha sido isla, ya que se trata de un volcán submarino que históricamente ha aparecido y desaparecido. La primera aparición documentada se dio durante la primera guerra púnica (III a.C). En el siglo XIX llegó a tener 65 metros de altura y ahora reposa a 6 metros de profundidad, pero no se descarta su nueva aparición sobre el agua. En épocas no muy lejanas las costas de nuestro mar no han sido estables, ya que hay volcanes que han cambiado su fisonomía (recordemos a Santorini y la desaparición de casi toda la isla hace unos 3.800 años), terremotos que han modificado sus costas, o subidas del nivel del mar de más de 100 metros con el fin de las glaciaciones.
O sea, que desde que se navega ha cambiado su fisonomía, sus costas y sus estrechos. Por ejemplo, esta zona entre Tunez y Sicilia tuvo bastantes islas ya que su profundidad es pequeña y no se descarta que hayan sido pobladas y existan restos sumergidos. Lo interesante del relato de Ferrés es que, como he indicado, combina perfectamente esos datos históricos con las actividades y costumbres de quienes viven esos lugares, en este caso nos describe muy bien la pesca y extracción del coral en esos entornos.
Luego llega a Maréttimo y Favignana, islas frente a Trápani, en el extremo occidental de Sicilia y me reencuentro con mis singladuras de 2012, y otra de 2008 entre Cerdeña y las islas Jónicas, que coincidirán bastante con las que va a seguir el "Capitán Julián" hasta Grecia.
El viaje prosigue por el norte de Sicilia recalando en algunas de las islas Eólicas, todas ellas volcánicas y la más conocida Stromboli. Recuerdo lo que escribí en 2008:
A estribor la costa de Sicilia,
a babor los islotes volcánicos,
a popa el sol de atardecer,
a proa la ilusión de volver.
Porque nuestro rumbo se dirige hacia el amanecer donde habitan las primeras islas Jónicas, aunque antes tengamos que pasar por el estrecho de Mesina que separa Sicilia de la Italia peninsular.
Como nos dice Ferrés, en este estrecho nos identificamos con las singladuras de Odiseo entre los dos monstruos. A un lado Escila con sus múltiples cabezas que devoraban a los marineros, y al otro Caribdis que sumergido al abrir su boca hundía embarcaciones enteras. No vamos a encontrar monstruos mitológicos, pero si son posibles fuertes corrientes, tempestades y trombas marinas que aconsejen espera y prudencia en esta milla y media de agua que separa el Tirreno del Jónico, donde ya podremos poner rumbo directo a Grecia. Yo recuerdo un viaje en el que tuve que esperar dos días en el puerto de Milazo a que amainase el temporal, y otra singladura mucho más plácida:
Atravesar Mesina de empopadamientras delfines cruzan por la proa
en esta dulce tarde de domingo,
No duró mi Odisea veinte años
-consumió apenas quince días-,
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Has de llegar, es tu destino,
pero no fuerces esta travesía.
Es preferible que dure muchos años,
que seas viejo cuando fondees en la isla,.
rico de lo ganado en el camino
"I si cansats de eternitat
a Folegandros fem un tast,
ja saps la plaça on hi reposa el Món..."
(Ens veiem a Folegandros. Lluís Llach) (...) El pueblo de las seis plazas
hierve de gente en la noche,
capillas en cada esquina,
cien iconos para un pope. (...)
Las calles son como ríos,
las plazas son los remansos
Hibiscos y buganvillas
Entre el fuego y el agua,
del azufre al rocío,
de los bosques al cráter,
del verde al amarillo,
de la playa a las termas,
de todo encuentro en Nísyros. que crecen entre las piedras,
perfuman a las familias
bajo un techado de estrellas;
Volver a Diafani, repetir,
olvidarse del barco de turistas
-llega a las diez y diez
y en sólo unos minutos se van en autobús-;
seguir mirando el mar o al pescador
que atraca y vende sobre el muelle;
irse en barca con Nikos o con Giorgos,
El santo Zacarías no tiene feligreses,
tan sólo un día al año se celebra un fiesta
y vuelven descendientes de sus antiguos fieles.
Pero en la isla olvidada en que no hay habitantes
el santo Zacarías nunca se siente solo,
desde su acantilado tiene un mar a sus pies
que compite en azules con el azul del cielo.
También tiene una luz que alumbra sobre aceite,
porque de tanto en tanto alguien limpia y provee
la pequeña capilla que, en honor a su nombre,
hace ya muchos años, se construyó en Saría bajarse en cualquier cala en que apetezca,
tener tan sólo al mar por compañía
hasta que vuelva a recogernos
y nos devuelva al pueblo, donde ya no hay turistas;
tomar una cerveza, leer en algún bar
cenar -mirando el mar- el pescado de Pavlos;
pedir "tiramissu", café y un "limonchelo"
en casa de Gabriela, en "la Gorgona"
y allí charlar de todo y nada un poco,
en italiano, en griego, o en inglés.
Perder el tiempo, a veces, es ganarlo;
y aquí cuanto más pierdo más lo gano. a lo lejos sobre el mar
despunta la luna llena. (...)
En las tabernas, mujeres
cortan pepinos, pimientos,
tomates y queso feta;
mientras, sobre los braseros,
corderillos van girando
en las espadas de fuego (...) sin esperar ya más riquezas. ni tomé Troya oculto en una trampa,
ni volví a pisar Ítaca -en busca de Penélope y mi reino-;
pero crucé los mares para verte:
a través del Tirreno llegué a la "Magna Isla"
pasé entre Escilas y Caribdis,
y atravesé el mar Jónico en tu busca.
Por conocer otra parte de ti,
soporté temporales, ceñí fuertes levantes,
y seguí a las estrellas en largas singladuras,
que a mí me parecieron más cortas que un suspiro,
porque cuando llegué, por fin, a Heptánisa
vi otro rostro de Grecia y eso me hizo feliz. es descubrir un nuevo mar el Jónico.
Un mar que ya utiliza un nombre griego
como va a ser el nombre de las islas
que pronto romperán el horizonte.
Ahora, pasado el estrecho de Mesina, ya podemos poder rumbo directo al este, 250 millas nos separan de las islas Jónicas, la duración del viaje dependerá del viento, del estado del mar y de vuestro barco, pero contad un mínimo de 36 horas, rodeado de azules y con todas las luces que iluminan en el cielo durante la noche.
Para mí, lo más emocionante es descubrir el contorno de las islas Jónicas cuando despunta el día y las luces de sus pueblos y faros se transforman en perfiles. Por eso, en mi primera travesía pedí la guardia del amanecer, para poder anticipar las luces de mi Grecia. Llevaba dos semanas navegando y escribí este poema al llegar a las islas Jónicas (Heptánisa en griego) que aún no conocía:
En mis travesías desde Sicilia he hecho la primera escala en Kefalonia, en el puerto de Argostoli, pero Lluís Ferrés se dirige directamente a Ítaka. Atraca en un pequeño puerto, alquila una moto y como es habitual nos traza un ameno relato en que se mezclan la historia, la geografía y las conversaciones que mantiene con los lugareños. Yo he de reconocer que nunca he pisado Ítaca, aunque he navegado cerca varias veces, quizá por hacer demasiado caso a Kavafis en el célebre poema:
En la elección entre el camino o el destino he preferido hacer camino. Lluís, que es mucho más de camino que yo, me dado otra lección no despreciando ese alto en el camino con un recorrido por el destino. Habrá que hacerle caso pronto e incorporar Ítaca a mi rosario de islas.
Ahora el navegante se separa de mi ruta habitual, que llega al Egeo a través del golfo de Corinto y el canal que une los dos mares, y rodea el Peloponeso recalando primero en la aislada Strofades con su monasterio deshabitado, y luego en las dos de las puntas del tridente peloponésico, Methoni y Mani, en esta última los griegos situaban una de las puestas de su infierno. Mani es una península más aislada, hasta hace poco, que muchas islas.
Os recomiendo leer el libro "Mani" de Patrick Leigh Fermor, de 1958, para descubrir esa tierra áspera y belicosa que no fue dominada ni por los romanos, ni venecianos, ni bizantinos y que al independiente estado griego le costó bastante incorporar. Luego prosigue su travesía por las dos islas que culminan la tercera punta del tridente, Elafonisos (con una de las más bellas playas de Grecia) y Kythera (donde la mitología señala en nacimiento de Afrodita, la Venos griega).
Tras esta divergencia de recorridos, reencuentro a Lluís en las Cícladas, en Folégandros una de mis islas de referencia que él define muy bien como "La bella", a la que ya me referí en el artículo publicado en diciembre. Folégandros comienza a ser asaltada por el turismo, pero nos sigue ofreciendo sus encantos a sus fieles. Lo acompaño en su recorrido desde la bahía que hace de puerto (Karavostasis) hasta la Chora. Las Choras (pronunciad Jora) son los antiguos pueblos principales de las islas. Normalmente son agrestes y de calles escalonadas, pero esta está en una meseta al borde del acantilado cuajada de plazas, capillas y flores.
Lluís se detiene a sentarse en la segunda plaza, bajo un plátano y junto a la cisterna, el mismo lugar donde me senté yo en mi primera visita y me pareció estar en el lugar donde reposaba el mundo, sin saber que Lluís Llach había sentido lo mismo en uno de sus poemas canción:
Luego, nuestro navegante recorre la isla a pie, porque su tamaño (23 km 2) lo permite y me siento acompañándolo por esos caminos empedrados y bancales, contemplando el mar a ambos costados.
Me encantaría poder acabar ese periplo con él en el pequeño bar Astarti, junto a una de las muchas capillas de la Chora tomándonos un "rakomelo" (aguardiente caliente con miel) acompañado de dulces de guirlache. En la gran mesa en medio de la calle he compartido conversaciones con visitantes de muchos lugares del mundo, que llegan a la isla y quedan atrapados por sus encantos.
Os copio unos fragmentos de lo que escribí en mi primera visita a la Chora:
La singladura prosigue hasta Síkinos, muy cercana a Folégandros, pero muy distinta. Allí también Lluís hace un periplo a pie desde el puerto hasta su Chora mucho menos animada y poco turística, y luego hasta Episkopi un antiguo mausoleo romano reconvertido en iglesia ortodoxa. Yo solo he estado una vez en Síkinos hace ya muchos años y en junio. Recuerdo que éramos casi los únicos extranjeros, que pude alquilar una moto, pero en la gasolinera había que llamar por teléfono para que la abriesen, y en su capital, el Kastro, había una absoluta soledad salvo en el colegio donde unos pocos niños celebraban el fin de curso. " El Kastro, con su monasterio en alto / con sólo dos tabernas y un café, / con escaleras y sus calles blancas, / como las blancas juntas de las piedras / que pintan las mujeres, / como debía ser hace cien años." Es curioso que haya dos islas tan cercanas y tan distintas en ambiente, pero Síkinos nos permite vislumbrar cómo era el pasado en estas islas.
Ahora la siguiente etapa del viaje es Amorgós, otra de mis islas de referencia a la que no me canso de volver y que también aparece en el artículo de diciembre. Ferrés la subtitula como "La pureza cicládica" y sigo coincidiendo con él. Atraca en el puerto de Katápola, y seguro que contempló en su entrada la capilla del santo Padeleimonas en una pequeña península, luego sube la Chora: "Uno de los pueblos más bellos de las Cícladas, otra miniatura delicada y acogedora que hace añorar tiempos pasados. Callejuelas tortuosas que desembocan en placitas encantadoras..." Una bella descripción pero que para mí se queda corta, porque falta dar vida esas calles y plazas con bares, tabernas y comercios, cuyo ambiente no es turístico, sino que ha conseguido mantener un justo equilibrio entre lo tradicional y sus visitantes que buscan integrarse en ese entorno. Quizá es que he pasado mucho tiempo deambulando por esa Chora (recordad que se pronuncia Jora) y pasaría mucho más. Escribí esto en 2017:
La Jora de Amorgós me roba el corazón,
no voy a describirla, sólo quiero deci
que tiene mil rincones donde se para el tiempo
y lo he parado para seguir en ella.
Lluís también visita el monasterio de la virgen del acantilado la "Panaghia Jotsoviótisa". Una estructura blanca cuadrada de 60 por 40 metros colgada en medio de un acantilado de 600 metros de altura. Es perfecta su descripción del lugar y de cómo se atiende a los visitantes y se les da licor, agua y pastas. Ahora, se han relajado algo las normas y, tras el cuarto de hora de ascenso por el camino empedrado, se pueden coger unos lienzos de tela en la entrada, pero antes recuerdo que las normas eran las estrictas de un monasterio griego, los hombres con pantalón largo y las mujeres con falda bajo la rodilla, y si no se iba correctamente vestido había que deshacer el camino. "La Jozoviótissa, / mancha blanca en la roca acantilada, / frente al inmenso azul y un par de islotes."
En la siguiente singladura cambiamos de archipiélago, de las Cícladas al Dodecaneso, donde acabará nuestro viaje, y el primer destino es Astipálea, una isla con forma de mariposa, poco turismo y bastantes encantos. La Chora, con aspecto de pirámide blanca, está presidida por un castillo ocre construido por los venecianos, y es una delicia subir perdiéndose por sus callejones y contemplando el mar cuajado de islotes. Dice Ferrés: "Unos cuantos molinos se alinean en una fila a lo largo de la cresta desde la que se divisa el mar a los dos lados. A partir de ahí empieza el dédalo de callejuelas del pueblo que culmina en las oscuras murallas del recinto fortificado. (...) Desde las murallas se contempla el panorama de la gran bahía entre las dos alas de la mariposa y los numerosos islotes esparcidos por las aguas cercanas". Luego relata muy bien la historia de la isla en la que predominan los ataques de los piratas que la asolaron numerosas veces. Si la visitáis os recomiendo ir en una barca (caique) a los islotes, la tranquilidad y la limpieza de las aguas lo merece.
Tras Astipalea, nos dirigimos a la isla volcán, Nísyros, que lleva tranquila 20 mil años, aunque mantenga fumarolas, cuevas cálidas y termas. Nuestro navegante la recorre en profundidad, nos explica la historia de sus termas, y yo recuerdo los dos pueblos en el borde de la caldera y lo inusual del verde de sus campos, producto, dicen, de un rocío y humedad que provoca su calor termal.
Otra singladura nos lleva a Tilos, que denomina "La modesta", isla que he visitado varias veces y no he acabado de encontrar sus encantos. En su periplo por la isla, Lluís cita lugares que he transitado, el puerto, las playas, el pueblo grande deshabitado y el pequeño con su museo de elefantes enanos, especie que fue endémica en la isla y el monasterio con fuente en otro acantilado, menos escarpado que el de Amorgós. Tampoco me parece leer mucho entusiasmo en sus palabras, será que hay islas con las que conectamos menos.
Por eso, me encanta que la siguiente singladura sea a Halki y que cite a su vecina y deshabitada Alimiá, la de la gran bahía base de submarinos en la 2ª guerra mundial, que es un paraíso si tenéis forma de llegar hasta allí.
De Halki destaca lo cuidado y señorial de su capital, producto de los beneficios que produjo la pesca de esponjas desde mediados del siglo XIX a inicios del XX y lo transparente del agua de su puerto.
Lluís va a cenar al restaurante de María y recuerdo que compartí con él una cena en ese lugar cuando nuestras singladuras se cruzaron en 2018, entonces nos zampamos una excelente escorpina y leo que en este viaje saborea unas "fouskes", un animal marino de aguas profundas de aspecto exterior rocoso en cuyo interior "se esconde una masa de aspecto gelatinoso y color amarillo anaranjado con un sabor muy yodado, amargo y potente considerado un manjar por los isleños". Curiosamente este mismo animal marino lo comen los pescadores de Cadaqués con el nombre de "bitotxo", otro lazo de unión de esta singladura que comenzó allí. El motivo de esa coincidencia pueden ser los pescadores griegos que emigraron allí, o que este mar une en costumbres y alimentos a los que moran en sus orillas. Por cierto, en Halki la bitácora del "Capitán Don Julián" se ha reencontrado con la del "Pandora Lys" que han seguido distintas rutas desde avistaron las islas jónicas. El Pandora atravesó el Egeo por el norte de las Cícladas y luego ha descendido por todo el Dodecaneso, ahora recorrerán las mismas islas en esta parte final del recorrido.
Nos acercamos ya a la "isla olvidada", que se vislumbra desde los montes de Halki, pero antes haremos una parada en su isla madre Kárpazos, cuyo norte tiene mucho que ofrecernos a sus adictos. La singladura del "Capitán Don Julián" rodea la isla olvidada por el norte para fondear en Trístomo una profunda bahía del norte de Karpathos, poco visitada por los veleros por su situación en una costa sin otros refugios ni pueblos, a la que hay que llegar tras más de tres horas a pie desde Diafani o Avlona, dos pueblos de Kárpazos donde acaba la carretera, o en algún caique que os lleve desde Diafani, el puerto del norte de Kárpathos.
En Trístomo hay una iglesia, algunas casas restauradas que se habitan en verano y otra casa al fondo de la bahía donde vive un matrimonio de avanzada edad que prefiere continuar allí. Lluís fondea su barco y recorre el antiguo kalderimi (camino empedrado) hacia Avlona, pasando a través de casas, eras y campos abandonados. Yo he recorrido ese camino, por el que no suele pasar nadie hasta Avlona, el pueblo agrícola que alimentaba a toda la zona en el que subsisten unas cuantas casas habitadas, una taberna y hasta donde llega la carretera. Toda esta zona está llena de caminos ancestrales y Lluís continua por uno de ellos hasta llegar a Ólimbos la capital del norte de Kárpathos encaramada en una colina. Ólimbos lucha entre sus tradiciones y el turismo que está llegando desde que el antiguo camino de tierra que la unía al más turístico sur de la isla fue asfaltado la pasada década, todavía son casi 2 horas para recorrer unos 50 km., pero antes era preciso un 4×4 y bastante valor para recorrer el camino, lo que hacía que los desplazmientos entre el norte y el sur fuesen por vía marítima.
Me gusta mucho como describe la transformación de ese pueblo, que ya vive del turismo, pero lucha por mantener sus tradiciones. Mi recomendación es que lo visitéis a partir de las 4 de la tarde, cuando los turistas, pocos o muchos, ya han vuelto a sus hoteles. Al día siguiente regresa andando a la bahía donde fondeó, para iniciar su última singladura, y le calculo al menos unas seis horas de camino con el único repostaje en la taberna de Avlona.
Esta zona del norte de Karpathos es otro de mis destinos preferidos de Grecia, junto con Folégandros y Amorgós, y en los tres ha recalado Lluís Ferrés en su larga travesía. Desde que lo descubrí en 2009 no he dejado de viajar casi cada año y he recorrido sus costas, playas, caminos y capillas, y compartido muchas fiestas populares con sus acogedores habitantes. Yo pernocto en Diafani, el puerto de la zona, que Ferrés solo menciona de pasada, que para mí ha sido el retiro ideal, por algo que no sé explicar, ya que no es un pueblo tan bonito como las Choras de mis otros dos destinos preferidos. Será por la paz que encuentro, la ausencia de tiendas turísticas, lo bien que me alimentan en sus tabernas, el sentirme integrado, el poder llegar a playas sin más compañía que la propia, o las caminatas por senderos como el que lleva en cuatro horas por el acantilado desde Diafani hasta el estrecho que separa Kárpathos de la "isla olvidada". Será por lo que sea, pero si un año no puedo volver a la habitación que me alquilan frente al mar, no es un año completo.
Ahora vamos a llegar al destino final que ha motivado este largo viaje, Saría, la isla olvidada y deshabitada, separada por solo unos cien metros de mar de Kárpazos. Ferrés la alcanza desde Trístomo cruzando ese canal, lo que solo es posible en barcos de poco calado o por navegantes expertos, como él, que sepan apartar su quilla de los bajos fondos y superar las corrientes del estrecho. Luego nos dice: "costeo hacia el norte mientas observo con los prismáticos las pequeñas playas dispersas al pie de los acantilados, inaccesibles desde tierra, olvidadas y desiertas...".
Yo también he costeado esa costa en velero o en los caiques de Giorgos o de Nikos que algunos días suben desde Diafani y me he bañado en esas pequeñas playas de aguas cristalinas o alguna cueva en la que se puede refugiar la embarcación. Os recomiendo esa excursión en barca que os permitirá recorrer la isla olvidada con varias alternativas que luego os expondré.
El "Capitán Don Julián" recorre estas últimas millas antes de llegar a su destino, la cala de Palatia, donde fondea con la ayuda de un cabo a las rocas.
En Palatia están los restos de una antigua ciudad helénica que se dice envió un barco a la guerra de Troya, los restos de las cabañas de los piratas sirios que la habitaron tras la dominación romana, una pequeña iglesia Aghia Sofía de origen paleo cristiano y también el acceso al interior de la isla. Subiendo por un sendero, a través del estrecho desfiladero del torrente seco, se llega a una meseta donde están los restos de Argos, un pueblo abandonado en los años 70 del siglo pasado, que hoy solo se habita un día al año para homenajear a San Zacarías que tiene una capilla justo al borde del acantilado sobre Palatia. El capitán recorre este camino y comprueba desde la capilla que su barco sigue bien fondeado y puede beber de una cisterna que aún conserva agua fresca. Argos esta deshabitado, pero si nos lo imaginamos hace solo 50 años, podemos suponer lo dura que sería la vida en ese lugar apartado de la civilización moderna.
Como os he citado, hay varias formas de acceder a Saría. Si vais en velero, podréis fondear en Palatia o con más dificultades en otra cala algo más al norte, Alimunda, donde nosotros lo conseguimos lanzando cabos a las rocas gracias a las instrucciones previas de Ferrés. Si llegáis en un caique desde Diafani, podéis pedir que os dejen al sur en el estrecho donde comienza un sendero que atraviesa toda la isla hasta Argos y Palatia, contad un mínimo de 4 horas y llevad agua, ya que las cisternas están perdidas. El camino es duro, pero os permitirá descubrir antiguas casas, campos que fueron de cultivo y algún rebaño olvidado, además a mitad de camino San Andrés os acogerá en su capilla, limpia, con velas y aceite para hacerle una ofrenda. Algún piadoso feligrés debe de hacer de tanto en tanto el largo camino por la cresta de la isla.
Otra posibilidad es subir y bajar a Argos y San Zacarías desde Palatia, en alrededor en alrededor de una hora y media. Al bajar podéis daros un baño y disfrutar de la barbacoa bajo los tamariscos que os ha preparado el barquero. Por último, hay otra posibilidad más difícil, ya que no hay acceso regular y os tendrá que llevar alguien en barca desde Diafani, que es llegar hasta Aghios Pandeleimonas, una cala al norte del estrecho con los restos de un antiguo poblado y la restaurada iglesia que han sufragado los descendientes americanos de quienes vivieron allí y que también regresan un día al año, para honrar a sus antepasados y a su patrón. Es un viaje complicado, pero os aseguro que vale la pena. No obstante, la más accesible subida a la capilla del Santo Zacarías y la impresionante vista ya es algo indescriptible, aunque yo lo haya intentado:
Nuestro viaje ha acabado, aunque magnífico, no era lo más importante, lo más importante es el camino y eso nos lo ha descrito maravillosamente Lluís Ferrés, que ahora retornará sin prisas o seguirá vagando por estas islas donde el tiempo nunca se pierde, sino que se gana.
Yo he aprendido mucho de la lectura de sus libros y os animo a hacer lo mismo.
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