Revista Religión

NAVIDAD: MARÍA -con pobres pañales y una montaña de ternura- TRANSFORMA UNA CUEVA DE ANIMALES EN LA CASA DE JESÚS

Por Joseantoniobenito

NAVIDAD: MARÍA -con pobres pañales y una montaña de ternura- TRANSFORMA UNA CUEVA DE ANIMALES EN LA CASA DE JESÚS

Queridos amigos:

Les comparto el bello texto del Papa Francisco para "evangelizar con gozo", así como una preciosa meditación de mi amigo el P. Ciro Quispe, biblista:

María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura (n. 286).

 Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño (288).

Te lo deseo de todo corazón en esta Navidad que ya se acerca. Mi oración y felicitación

José Antonio Benito

EL MISTERIO DEL PESEBRE

«Esto les servirá de señal»

   Con estas palabras precisas, el Ángel se dirige a los pastores dándoles una tarea o una misión en el lenguaje bíblico. La misión es descubrir «la señal» (Lc 2,12), el signo visible (sēmeion), por medio del cual ellos podrán reconocer al «Salvador» (Lc 2,11). Una misión muy específica a unos destinatarios también específicos. El diálogo de los ángeles (Lc 2,10-15) revela que esta tarea no atañe a los magos ni a los sabios, tampoco a los pescadores y a los agricultores, ni mucho menos a los doctores de la ley. Son los pastores los únicos escogidos para esta misión, fueron elegidos porque sólo ellos podrán reconocer «la señal»; ellos que viven en y del campo, que conocen la tierra y los animales, los tiempos fértiles y las épocas de sequía, como también la vida del establo y cada uno de los instrumentos necesarios para satisfacer al rebaño. Además, el Ángel les reveló otra cosa importante: encontrar aquella «señal» será para ellos y para «todo el pueblo» motivo de «una gran alegría» (Lc 2,10). Pero, ¿cuál es la alegría principal para un pastor sino tener el alimento suficiente para sus animales?

«Encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre»

   La señal consiste entonces en encontrar un pesebre y allí un niño. El pesebre es el depósito principal en la vida de los pastores. Es allí donde se coloca el alimento para los animales, si el pesebre está vacío es señal de carestía, probablemente de un clima árido, de sequía y de mala cosecha. En cambio, cuando el pesebre está lleno significa todo lo contrario y eso suscita una paz entre todos los pastores. Así como el pescador se alegra por una pesca numerosa y el agricultor por una cosecha abundante,  el pastor se llena de gozo y de tranquilidad cuando ve que el pesebre de su establo está completamente lleno de forraje y pasto para sus animales.

   Lucas nos cuenta que a la invitación del Ángel, los pastores «fueron a toda prisa y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16). Durante el recorrido – dos, cuatro, seis horas o tal vez más – ellos seguramente se preguntarían sobre «la señal». Imaginémonos el asombro de aquellos pastores al llegar al lugar donde estaban María, José y el niño. ¡Allí vieron la señal! El niño no estaba sobre la cama o sobre la silla o dentro de una cuna, como se representa hoy con mucha frecuencia en los nacimientos modernos de la navidad. El niño estaba «acostado en el pesebre». La señal era precisamente un signo entendible a los ojos de los pastores: un niño en el pesebre. Este Niño ocupa ahora el lugar de la comida como denota la expresión «acostado» (keimai). Y este verbo (keimai) indica además el destino del sujeto (Lc 2,34; Fil 1,16), o sea, este niño «está destinado para ser» el alimento nuevo de los hombres, alimento para la alegría de los pastores, en primer lugar, y para «todo el pueblo» (Lc 2,10) o para «todos los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14), en segundo lugar.

El pesebre y Belén

   Aquel que no es pastor, muchos menos el hombre de ciudad, no podrá comprender el misterio del pesebre. Los ojos de los pastores son los únicos que pueden interpretar esta simbología. Por este motivo son ellos, probablemente, los primeros destinatarios de la «Buena Noticia» (Lc 2,10). Por otro lado, el misterio del pesebre y de la comida lo señala la misma expresión griega phatnē, cuya raíz tiene que ver con phagō, que significa «comer». Entonces el «pesebre» (en italiano: magia-toia), custodiado por María y José, contiene ahora el alimento nuevo que será el pan del cielo para todos los hombres. Este contenido bíblico-teológico lo refuerza también la mención del lugar donde nació y donde se encuentra ahora el pesebre: Belén que significa «la casa del pan».

   Esta señal es tan importante que Lucas lo repite tres veces en su Evangelio (Lc 2,7.12.16), para que el lector este atento. Y como buen narrador, lo conduce paso a paso hacia el centro del gran misterio de la salvación: la encarnación y su finalidad. Lo hace guiando la mirada del lector, de una manera sutil, hasta que sus ojos reposen topográficamente en el pesebre. Al inicio del capítulo dos, menciona el «mundo entero», con su representante Cesar Augusto (2,1); luego indica la provincia de Siria, con su representante Cirino (2,2); y en seguida se dirige hacia la tierra de Israel, conduciendo la mirada del lector, desde Galilea hasta Judea, desde Nazaret hasta Belén, la ciudad del rey David que es principal representante (2,4). Y sólo al final de este recorrido, Lucas anuncia la última indicación del lugar donde se encuentra la señal: el pesebre. Es allí donde la finalidad de la encarnación se desvela ante los ojos de los pastores. Porque el verdadero pan ha bajado del cielo y es el que «da la vida al mundo» (Jn 6,32) y quienes coman de ese pan nunca más «tendrán hambre» (Jn 6,33). Viendo el pesebre, los pastores entienden recién la parte inicial del mensaje del Ángel. Ese Niño, que ahora se presenta a los hombres como alimento nuevo, es el «Salvador» (Jesús significa también «Dios salva»). La salvación de Dios viene entonces por medio de la comida, que es el misterio insondable de la Biblia.

El pan en la Biblia

   El tema del pan es el hilo conductor de toda la Biblia. Se encuentra al inicio y al final. El primer mandamiento que aparece en la Sagrada Escritura se refiere al pan: «De cualquier árbol del jardín puede comer», dijo Yahvé al hombre (Gen 2,16). Al final, en el último capítulo de Biblia se refiere nuevamente a la comida. Cuando se menciona el «Cordero» de Dios (Ap 22,1); porque para un judío como para una cristiano, el «Cordero» no es sino sinónimo de comida. Y al centro del texto, si se puede decir de alguna manera, como si fuera una bisagra, se halla la señal que los ángeles dejaron a los hombres: «un niño acostado en un pesebre» (Lc 2,12).

   El tema del pan simboliza y concretiza de alguna manera la relación del hombre con Dios. La alianza principal que Dios hace con su pueblo se ratifica en la comida. El cordero pascual es signo de aquella unión profunda entre Dios y los hombres en el AT. Los profetas lo dirán y el mismo pueblo lo pedirá al Señor (Ex 16s.). Y en el NT, toda la vida pública de Jesús se orienta y concretiza en la última cena (Lc 22,14-21). Durante aquella comida Jesús revela a sus discípulos el grande misterio que custodiaba el pesebre. Por otra parte, la oración del Padre Nuestro contiene, al centro de todas las peticiones, la suplica por el pan. No hay otra petición que sea expresión profunda y única del hijo. El pan que no puede faltar en la mesa de todos los hombres, es símbolo y prefiguración del Pan que ha bajado del cielo (Jn 6,32) y que no puede faltar en el corazón de los hombres, de aquellos que también quieren sentirse hijos como el Hijo.

Los pastores y los ángeles

   Los ángeles no se dirigen a los potentes de la tierra (César Augusto o Cirino), tampoco a María y a José, sino a unos pastores sin nombre. Aquellos que no contaban en la sociedad y cuya única compañía y sustento eran los animales. Pero cuando los ángeles se fueron al cielo (Lc 2,15), los pastores los sustituyeron. Ellos se convirtieron en mensajeros de Dios. Fueron a anunciar a María y a José la visión y las palabras de los ángeles y cuando se marcharon, se fueron «glorificando y alabando a Dios» (Lc 2,20), tal como lo hicieron los ángeles anteriormente (Lc 2,13-14). Experiencia que nosotros podemos también probar en esta Navidad, en nuestras familias, en nuestra parroquia, en nuestra sociedad y dentro de la Iglesia.

P. Ciro Quispe


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