Sobre el simbolismo de la Navidad, dice Isidro J. Palacios en "La Navidad, los Magos y el Rey del Mundo", lo siguiente:
"El 25 de diciembre no es sólo la fecha del acontecimiento histórico de la manifestación real y exterior del Rey del Mundo. Ese día es, como se ha dicho, un símbolo, y más que un símbolo, un rito, mediante el cual se verifica en el interior de cada persona el nacimiento del “Rey de reyes”. Todo ello al objeto de que cada uno tenga el norte al que fijarse, para ser dominador y señor de sí mismo, pues, al fin y al cabo, “dioses somos”, tal y como nos recuerdan los Padres de la Iglesia. Sólo es menester tomar de la “sangre real” que cada cual lleva dentro de su corazón, y leer en el libro de la sabiduría divina que encontrará impreso tras sus párpados.
Para encontrar el cáliz de Nuestro Señor, no hay que ir muy lejos. Tenemos cerca la copa donde Xristo bebió y dio a beber durante la última cena, y donde José de Arimatea recogiera la sangre del Maestro crucificado. ¡El Santo Graal está dentro de nosotros!..."
- "Así hace Dios: engendra a su Hijo único en la región más elevada del alma. En el mismo acto por el que engendra a su Hijo en mí, yo engendro al Hijo en el Padre. Pues no hay diferencia para Dios entre el hecho de engendrar al Ángel y el hecho de nacer de la Virgen... Ahora bien, yo digo que es un milagro que debamos ser madre y hermanos de Dios".
- "Hay en el alma una parte secreta donde Dios vive y hay en el alma una parte secreta donde el alma vive en Dios... Si, en el presente instante en que yo me encuentro aquí, hubiera salido de mí mismo y estuviera completamente libre de todo, ¡ah! el Padre celestial engendraría inmediatamente en mí a su Hijo único y con tanta pureza que mi espíritu podría engendrarlo de nuevo a su vez".
Pese a lo extendido del símbolo de la Cruz que carga Cristo, y a su raigambre en el mundo occidental, al igual que sucede con el niño Jesús, parece que el común de los hombres y de las mujeres ha olvidado su profundo significado. Ese símbolo encarna la particular condición humana, la tensión de opuestos que subyace, de un lado, a la adaptación a las exigencias del cuerpo, de la familia, de la sociedad, esto es, del ámbito material, y, de otro, a la respuesta a las demandas de ese vasto mundo interior que es lo inconsciente. El héroe ha de tomar el camino del medio, el de la Cruz, y ese sendero lo conduce a su propia muerte. Pero esa muerte, que simboliza la inmolación de la vida prosaica y, por lo tanto, de una vida colmada de ignorancia, ingenuidad y puerilidad, en último término, la muerte del ego, da lugar a un renacimiento: el nacimiento del niño divino. En los mitos esa muerte iniciática viene simbolizada por la entrada del héroe en las fauces de una ballena de cuyo interior resurgirá renovado, o bien, por la lucha con el dragón. El Dragón, como la Cruz o el madero en el que fue crucificado Cristo y, antes que él, toda una caterva de héroes consortes o hijos de la Diosa, simboliza la Madre, o sea, en definitiva, la Diosa. Pero quien se enfrenta al dragón y lo vence obtiene como premio el tesoro difícil de alcanzar, un Conocimiento (gnosis) que no es de este mundo, sino del otro, del más allá. El puer re-nacido, recién nacido de las entrañas de la Madre, puede ser considerado como un puer aeternus genuino, el prístino hijo de la Diosa Y es, precisamente, la secreta relación del puer con su Madre, tan íntima como incestuosa, la que es grata a Dios. El resultado de semejante acto incestuoso es que la Madre hiere al puer, al transformarse en una serpiente que lo muerde, envenenándolo y paralizándolo. Lo que este mito simboliza, traducido al lenguaje de la psicología, es la emergencia de contenidos desde las profundidades de lo inconsciente. Inicialmente, éstos aparecen bajo la forma de un aluvión de sentimientos negativos de culpabilidad, de inadecuación, etc., que es lo que tiende a suceder cuando el individuo se enfrenta a su sombra. Sin embargo, si después de un tiempo de afloramiento de sentimientos y afectos que parecen desgarrar al individuo, invadiendo a la consciencia como si de una violación psíquica se tratara, se consigue que el ego permanezca firme y trabaje con esos sentimientos, comienzan a emerger las imágenes de lo inconsciente, tanto en sueños, como en toda suerte de manifestaciones “artísticas” como la pintura, la escultura, la poesía, etc… Originariamente, la forma que adoptan esos contenidos es de lo más grotesca y las imágenes primordiales, que van tomando forma, ya no tienen que ver con la biografía del individuo. Así, lo que en un principio parece provenir de la sombra familiar, es decir, aquellos conflictos irresueltos por los padres, abuelos y, en general, por los ancestros, no es sino la manifestación más próxima de bretes y contrariedades que afligen a todo el colectivo de una época. Por lo tanto, allende la sombra individual hallamos una larga cola de dragón que nos conecta con la serie filogenética de nuestros antepasados, en último término, con los arquetipos de lo inconsciente colectivo psicóideo. Y, si se logra penetrar más allá de la maraña, puede entreverse que dichos conflictos tienen un carácter cósmico o universal. Lo que exige del puer que afronte la emergencia de arquetipos de un modo creativo, y es que la verdadera creatividad radica en su contacto con la fértil tierra de lo inconsciente, de la que, en propiedad, él ha renacido.