Mientras Hitler se encontraba todavía volando de vuelta a Berlín, Göring, en colaboración con Himmler y Heydrich, había puesto ya en marcha la maquinaria mortal de la bautizada como "Operación Colibrí", más allá de Múnich, en el norte de Alemania. Al mismo tiempo que se mantenía a Papen bajo arresto domiciliario, se ordenó detener a algunos monárquicos, como el edecán del príncipe heredero, Louis Müldner von Mülnheim, aunque no llegaron a mayores con estas personas por consideración a Hindenburg. Por el contrario, el ya encarcelado Jung fue asesinado en un bosquecillo cercano al campo de concentración de Oranienburg.
Los colaboradores de Papen, Herbert von Bose y Erich Klausener, corrieron el mismo destino. Unos comandos de las SS los mataron a tiros en el Ministerio de Transportes del Reich o en la vicecancillería. Hitler aprovechó también para saldar algunas viejas cuentas. Así, las balas de los comandos asesinos acabaron con la vida del antiguo comisario general del Estado bávaro, Kahr, a quien Hitler culpaba del fracaso del golpe de Estado de noviembre, así como Schleicher y Gregor Strasser, que estuvieron a punto de frustrar en el último momento su llegada a la cancillería del Reich.
Strasser, presa de un sombrío presentimiento de lo que estaba por venir, había escrito el 18 de Junio a Hess pidiéndole protección y consejo en virtud de "los diez años de sacrificada y abnegada actividad en la fase de consolidación del partido".
Cuando el 2 de Junio Hitler dio por terminada las "limpiezas", como él mismo las denominó, habían caído víctimas de ellas más de ciento cincuenta personas. No fue el Führer en persona, sino Goebbels, con su fidelidad canina, quien el 1 de julio rindió cuentas públicamente acerca de lo que había ocurrido "en realidad". El ministro de Propaganda del Reich habló a través de todas las emisoras del Reich de una revolución abortada en el último minuto mediante la decidida actuación del Führer. Este y "sus hombres de confianza" no habían podido tolerar que "su trabajo constructivo, iniciado con indecible sacrificio de toda la nación" fuese puesto en peligro por una "pequeña banda de criminales" que estaba aliada con "la reacción" y un poder extranjero.
La mayoría de los alemanes se dejaron engañar, porque, para muchos -especialmente en los círculos burgueses conservadores- la amenaza social-revolucionaria personificada por las SA había sido derrotada en aquella ocasión por las "fuerzas buenas" del movimiento nacionalsocialista, encarnadas por Hitler. Tal como dijo el príncipe heredero Guillermo en noviembre de 1933: "Todos nosotros debemos luchar por el alma de Hitler, para que en él prevalezca lo bueno y pueda, junto a sus amigos de derechas, imponerse contra los radicales".
Por lo que se refiere a su anclaje entre la población, se hizo entonces más fuerte que nunca, pues "la acción del 30 de junio de 1934 [...]" le hizo aparecer a los ojos del pueblo "como una versión moderna del cazador de dragones, dispuesto a actuar contra la maldad y la injusticia dentro del sistema".
El deslumbramiento fue tan grande que incluso en las filas de los intelectuales conservadores se celebró la "mano dura" de Hitler con un "golpe de Estado", tal como lo manifestaba, por ejemplo, Carl Schmitt: "El Führer protege el derecho". El Frankfurter Zeitung, que había podido mantener una cierta independencia, escribía el 3 de julio de 1934: "Aun cuando no seamos capaces de pasar por alto los detalles de la faceta política estatal de esta tragedia, está claro como el sol su carácter de crimen de Estado gracias a la incondicional franqueza del canciller. Pero no está menos claro el resultado: la autoridad del lider del nacionalsocialista nunca fue mayor que en este momento en el que ha tomado medidas para separar el grano de la paja".
Apenas nadie entre la población sospechaba que Hitler, que justificó su actuación ante el Reichstag el 13 de julio -criticó duramente la "traición" y la "depravación" del eliminado jefe de las SA- había hecho una nueva aproximación a las instituciones del mundo burgués conservador.
Hitler redujo entonces a la categoría de herramientas sus infinitas e instintivas ansias de poder dominadas por los escenarios de lucha mundial; y en ello tomaron parte, como ya había ocurrido en enero de 1933, un puñado de aristócratas oportunistas. Sin duda, ya no creían que estuviesen "conchabados" con el cabo, pero veían, halagados porque se les permitiera presenciar el brillo de su aura, en él cada vez más un vehículo de su propio progreso. Así, Meissner y el hijo de Hindenburg falsificaron telegramas de felicitación del presidente del Reich dirigidos a Hitler y Göring que se hicieron públicos mediante la radio y la prensa. En ellos hacían que Hindenburg, que se encontraba en estado vegetativo, expresase al canciller del Reich su "más profundo agradecimiento".
Blomberg, el ministro del Ejército del Reich, que había asumido con condescendencia el asesinato de dos de sus generales, dio enfáticamente las gracias al "estadista y soldado Hitler" que, "con su valiente y decidida actuación" había evitado la guerra civil. Blomberg, que ahora veía garantizada la posición de monopolio de la Wehrmacht -cuya triplicación hasta los trescientos mil hombres ya había decretado Hitler el 6 de junio mediente una orden secreta- hizo aquello en nombre de todo el gabinete del Reich, que con extrema diligencia aprobó una ley cuyo único párrafo declaraba lícita la matanza como "legítima defensa del Estado".
El 1 de agosto de 1934 las noticias procedentes de Neudeck hacían alusión a un inminente fallecimiento del anciano presidente del Reich, que tenía casi ochenta y siete años. Hitler, pasando una vez más por alto el principio de legalidad, sometió a discusión en el gabinete una ley sobre la sucesión, según la cual el cargo del presidente del Reich se fusionaría con el de "Führer y canciller del Reich". Esta ley entró en vigor al día siguiente, pues en la mañana de aquel 2 de agosto cerró para siempre sus ojos Paul von Beneckdorff und von Hindenburg.
Mientras toda Alemania mostraba su respeto hacia el mariscal de campo fallecido, Blomberg ordenó que los soldados de la Wehrmacht prestasen juramento al nuevo jefe del Estado, a Hitler. En lugar de prestar juramento a la Constitución que les obligaba a servir con lealtad al pueblo alemán y a la patria, prestaron el "sagrado juramento" "de guardar obediencia incondicional al Führer del Reich alemán y del pueblo, Adolf Hitler, comandante en jefe de la Wehrmacht" y a entregar su vida en el cumplimiento del mismo.
Esta fórmula de juramento tan monstruosa, mediante la cual se conseguía la condición previa decisiva para convertir al Ejército, con sus inviolables ideales de lealtad de la soldadesca, en una herramienta en las manos de Hitler, no fue idea del propio Führer, sino de Richenau, uno de sus seguidores más incondicionales dentro del Ejército del Reich.
Pero hubo también otros que pusieron una vez más su grano de arena para culminar el tránsito a esta autocracia. Además de ratificar la escenificación del luto -en el discurso de Hitler ante el monumento conmemorativo de Tannenberg, donde Hindenburg fue enterrado con gran pompa, se evocaron sus palabras en la Garnisonkirche (Iglesia militar) de Potsdam- apenas dos semanas después apareció también un testamento político del difunto.
Goebbles había declarado en un primer momento que no se sabía nada sobre la existencia de un documento semejante. Sin embargo, ahora estaba allí, e inmediatamente se propagó el rumor de que se trataba de una falsificación, y también se especuló mucho acerca de su autoría. El embajador francés en Berlín, André François-Poncet, opinaba que era evidente qu la camarilla en torno a Meissner y Oskar von Hindenburg habían participado. Efectivamente, se pensaba que se habían producido al menos "insinuaciones", pues el estilo no se correspondía en absoluto con la manera sencilla de expresarse del presidente del Reich.
En contraste con Hitler, mencionado repetidamente, en el testamento no se mencionaba ni una sola vez al Káiser o a la restauración monárquica, y eso a pesar de que Hindenburg se había despedido de este mundo con las palabras "mi Káiser".
Como ya había sucedido el año anterior tras la salidad de Alemania de la Sociedad de Naciones, Hitler aprovechó la ocasión de la fusión del cargo de canciller del Reich con el de presidente del Reich en su persona para convocar un plebiscito. Y como ya ocurrió un año antes, una gigantesca ola propagandística inundó el país. El 19 de agosto de 1934, sobre una participación del 95,7 por ciento, votó "Sí" el 89,9 por ciento.
A pesar de los significativos resultados de la votación, Hitler se sintió defraudado. Poseído por su idea de una comunidad popular absoluta, y como una especie de supercompensación por sus experiencias en la sociedad dividida de la posguerra, Hitler y Goebbels se pusieron a buscar las razones del "fracaso". Y es que para la tarea que Hitler imaginaba tener por delante era necesaria una movilización "total" de los alemanes en el sentido literal de la palabra, así como su absoluta identificación con el Führer.
El objetivo lo anticipó su lugarteniente Hess cuando, en septiembre, proclamó en tono enfático ante los funcionarios del partido reunidos para la sesión inaugural del congreso del NSDAP en Núremberg: "El partido es Hitler, pero Hitler es Alemania como Alemania es Hitler".
FUENTE: HITLER Una biografía política (RALF GEORG REUTH)