Revista Arte

Negación del Arte

Por Peterpank @castguer
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Puesto porJCP on Nov 9, 2014 in Arte

merda d-artista

Agradezco la comprensión de cualificados lectores procedentes del mundo del arte hacia mis análisis de la pintura moderna. Uno de mis mejores amigos, Juan Quirós, administrador de la propiedad intelectual de las esculturas de Dalí y reputado experto en arte clásico y moderno, me reprocha con afecto mi crítica negativa al cubismo de Picasso y, sobre todo, mi falta de respeto a pinturas abstractas tan consagradas en los museos y libros de arte como las de Mondrian, Malevich, Albers, Newman, Rothko, Reinhardt, Klein o Fontana.

En cuanto a Picasso, me gustan los paisajes de Horta, algunos retratos, la mujer con abanico y la mujer con mandolina, pese a su angosto y pobre cubismo. En cuanto al abstracto geométrico o puro, no se trata de que no lo entienda, sino de que lo he entendido demasiado bien. Obra artesanal para ilustrar portadas de libros o folletos publicitarios. Su idea estética o su concepción del arte no superan la infinita estupidez del diálogo entre los metafísicos del espacio en un solo color, tributarios de la geometría en ángulo recto de Mondrian, del suprematismo de Malevich y del homenaje al cuadrado de Albers.

Monje rojo (Newman): El rojo es «el» color. Sólo él tiene vida, energía, poder, amor y calor. La idea pura del espacio exige pintar en rojo no restos del espacio, sino todo el espacio. Sin matices de tonalidad, sin planos, líneas o puntos de referencia que lo hagan finito. Hay que poner al espectador ante la experiencia trágica del rojo, única fuente del arte. Tiene que entrar y sumergirse en esa superficie roja ilimitada. Otro monje rojo (Rothko): la insignificancia del individuo en la experiencia trágica de lo infinito la produce un espacio indeterminado donde floten manchas rectangulares en tonalidades de rojo translúcido, obtenido con sucesivas capas ligeras de pintura, sin punto de iluminación ni brillos, con límites borrosos y vecinas, a veces, al vacío de rectángulos en blanco nuboso.

Monje negro (Reinhardt): sólo el negro evoca la infinita profundidad que subyace bajo la superficie de la negritud impenetrable de la tela, sin la distinción frío-caliente que produciría el añadido de colores primarios. Hay que situar al espectador en el umbral de lo no visible.

La luz no viene de ninguna fuente exterior oculta, ni de ninguna luz interior que las pinturas negras absorben sin dejarla escapar. El negro extingue toda forma y contiene, negándolos, todos los colores. La pintura abstracta exige su propia integridad, no alguna integración con algo más. Ni siquiera con el color. Fuera del negro no puede haber pureza en el arte de pintar.

Monje azul (Klein): sentir el alma infinita y representar esa situación sólo puede hacerlo el azul, único color que no tiene dimensiones, que está más allá de aquéllas de las que beben otros colores. No un azul cualquiera, sino uno profundo, mate y luminoso que sea en sí mismo «lo invisible convirtiéndose en visible». Un monocromo ultramarino que pueda aplicarse con rodillo a las superficies planas y con spray a los relieves. Con ese pigmento filosofal se llega a la pintura inmaterial del silencio, al modo de una sinfonía musical con una sola nota.

Monje blanco (Fontana): el concepto espacial lo materializa el blanco de la tela, sin que la luz refracte en ella la limitación que suponen todos los colores. Admite un punto negro en el centro. Sin él, el lienzo puede representar acontecimientos, como una boda en Venecia (con puntitos humanos, finísimas rayitas acuáticas y manchitas agondoladas en negro) o abrirse al espacio real haciendo un agujero, o dando una cuchillada, en la tela. Otro monje blanco (Manzoni): el infinito es monocromo o mejor aún, desprovisto de color, ácromo. El pintor lo puede representar con una monótona superficie, granulada de piedrecitas pegadas a óleo blanco o, como hizo en prueba de su teoría estética, poniendo su firma en latas blancas llenas de «Merda d´artista».

AGT



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