A veces nos pasan cosas que nos superan, porque no encajan en los esquemas de lo que hemos aprendido a aceptar como realidad. Una realidad cambiante y poliédrica que acostumbra a sorprendernos e incluso a desestabilizarnos, porque nos hace caer y morder el barro. Pero siempre hay alguien que nos tiende una mano para ayudarnos a levantarnos y a reconducirnos, haciéndonos ver que la vida es así de caprichosa con todos y que no hay mal que dure cien años, ni quien lo pueda aguantar.
Pero, en ocasiones, esas caídas son más fuertes y tremendas de lo que nos creemos capacitados para resistir y entonces nuestra mente, temerosa de perder el control, pone en marcha un engranaje de autoprotección que nos lleva por caminos insospechados. Uno de ellos, quizá el más común, es el de la negación. Negar lo que nos ha pasado es una forma de retrasar nuestro cara a cara con la pérdida, con el dolor. Creer que esa persona que acabamos de perder, en realidad, no se ha ido. Que está escondida, o secuestrada, pero no muerta. Aunque la estemos viendo dentro de su ataúd, nuestra mente se resiste a reconocerla como esa persona que tanto hemos querido y seguimos queriendo. No es ella, es un doble al que han caracterizado los de la funeraria para engañarnos.
Asumir una pérdida es algo arduo doloroso y desgarrador, que implica pasar por diferentes fases e invertir un tiempo indeterminado en cada una de ellas. Cada persona vive su duelo de una forma única, habiendo quienes se reponen relativamente pronto y consiguen reanudar sus rutinas y seguir adelante con sus vidas, mientras que otros pueden no conseguirlo nunca.
La negación es una de las fases del duelo. Es una reacción perfectamente normal, con la que nuestra mente intenta protegerse y protegernos, pero, si perdura en el tiempo, impide que el duelo avance hacia su siguiente fase y todo el proceso deviene patológico.
Cuando la desgracia no azota sólo a una persona o a una familia, sino que se extiende a todos los vecinos de un barrio, o de una población, o de una comarca, la sensación de indefensión y desamparo es mucho mayor. Porque entonces no puedes esperar que los demás se apiaden de ti y traten de arroparte, porque todos estáis viviendo la misma pesadilla. Llegados a esa situación, la mente puede sorprendernos con dos reacciones muy diferentes: En algunas personas surge la necesidad de ayudar a los demás, sin permitirse perder el tiempo lamentando lo que ellas mismas han perdido. Anteponen la vida a la desesperación. Sacan fuerzas de donde no sabían que las tenían y se abocan a salvar a todo el que pueden, salvándose con cada acto de solidaridad también ellas mismas.
En otras personas, en cambio, se impone la negación, creyendo e intentando hacer creer a otras que les están engañando, que lo que les acaba de pasar estaba orquestado por su gobierno para perjudicar a la población, a saber con qué fines, y que hay muchos más muertos que los que se empeñan en reconocer en las listas oficiales, para así no tener que pagar tantas indemnizaciones.
Mientras las personas que optan por la solidaridad son harto más numerosas y se acaban erigiendo como las salvadoras de la situación, las que se empeñan en negarlo todo caen en delirios paranoicos que no paran de obstaculizarlo y envenenarlo todo.
Ambos tipos de reacciones ante las catástrofes se han sucedido desde siempre, como una especie de yin y yang que no ha dejado de perpetuarse en el tiempo ni de enredarnos en espirales de miedo y de esperanza.
Imagen encontrada en Pixabay
Con la irrupción en nuestras vidas de las redes sociales todo se ha magnificado, lo bueno y lo malo. Gracias a la inmediatez de conectar en tiempo real con cualquiera que nos brindan nuestros dispositivos electrónicos, muchas personas han logrado salvar sus vidas cuando se han visto en serio peligro. La difusión de sus mensajes en las redes sociales hace un efecto llamada que, en minutos, puede orquestar una ola de solidaridad por parte de vecinos y no vecinos, que no dudan en ponerse en movimiento para ayudar en lo que sea.
Pero esas mismas redes sociales también acaban siendo el entramado perfecto para hacerse eco del oportunismo de algunos que, sin ningún pudor, dedican su tiempo a editar vídeos de anteriores catástrofes en otras localizaciones para hacer creer a sus seguidores que lo que están mostrando es lo que está ocurriendo ahora mismo. Otros se limitan a pasarse por allí, coger una escoba y hacerse la foto de rigor para colgarla después en sus perfiles y asegurar que están al lado de las víctimas. Por un "like" no todo debería valer. Menos aún cuando se está jugando con la vida de un montón de personas que lo han perdido todo.
Hay quienes no se dedican a falsear vídeos ni fotografías, pero no dejan de meter cizaña buscando culpables. Mientras que aquellos a los que apuntan no se dan por aludidos y siguen anclados en sus puestos, de los que parece que no les van a echar ni con agua caliente. Políticos los unos y los otros, en cada una de sus argumentaciones demuestran su ineptitud y su irresponsabilidad para aportar soluciones a las víctimas de la catástrofe. Con promesas vacías no se vuelve a levantar un pueblo. Con acusaciones al adversario no se previenen futuras tragedias. Negando el cambio climático no se le pone freno a lo que puede estar por venir.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749