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Negocios con resaca … chistes sin gracia

Publicado el 01 junio 2015 por Maresssss @cineyear
Publicado en Noticias, opinamos / por Pablo R. Montenegro / el 1 junio, 2015 a las 10:14 am /

Negocios con resaca es una de esas películas de las que uno no esperaría sino pasar un rato medianamente divertido, reírse un poco de lo absurdo de sus situaciones y, en definitiva, salir de la sala con la sensación de haber visto una comedia entretenida, sin más. Es sólo que en este caso, ni siquiera se alcanzan esos mínimos. Vamos a ver si podemos expresarlo de manera gráfica.

Imagina a ese amigo que no tiene demasiada gracia, o que hoy no está precisamente sembrado, y que hace una broma especialmente mala con la que nadie se ríe. Entonces se apresura a explicar el chiste, pero como sigue sin funcionar, decide que debe seguir insistiendo, así que suelta otra broma que, no sólo es peor que la anterior, sino que es mucho más bestia e inapropiada. Y no es que tú y tus amigos seáis unos mojigatos que se escandalizan ante los chistes irreverentes, lo que pasa es que hace tiempo que os dejaron de provocar carcajadas los chistes de pichas, culos y tetas.

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Y es que ése es el humor estrella de Negocios con resaca: caca, culo, pedo, pis. Aunque a veces no hablen explícitamente de algo escatológico, ése es el nivel intelectual al que nos movemos. Es la fórmula magistral de una película que empieza queriendo darse prisa, fingiendo estar calentando los motores de una comedia apabullante y loca, pero que no consigue engañarnos ni siquiera al principio. Porque no hace falta esperar mucho para que la absoluta carencia de ritmo y la aplastante falta de gracia nos empapen de arriba a abajo, invitándonos a la apatía y a la vergüenza ajena.

¿Sabes ese silencio que se produce cuando el amigo mencionado hace el primer chiste fallido? ¿Ese clásico momento de “tierra, trágame”? Pues ahí lo tienes. Eso es lo que, como espectador, sentí cada vez que el personaje de Dave Franco, un joven con dificultades mentales, salido y lento en todos los sentidos, hacía o decía alguna bufonada, en un aburrido intento de ser el contrapunto cómico del personaje de Tom Wilkinson, el anciano experimentado, igual de salido e igual de lento en todos los sentidos. Eso es lo que sentía en cada uno de los momentos en que, por alguna razón, se decidió desde la sala de montaje que había que dejar espacios de silencios (esos silencios que, en la mencionada situación con el mencionado amigo, se suelen llenar con toses incómodas y grillos cantando) en los que, tal vez, habría que meter risas enlatadas. Digo yo.

En ningún momento quiero culpar a los actores, que conste. Quiero creer que han sido vilmente engañados, o que sobre el papel esta película aún generaba alguna esperanza.

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La culpa de este desastre considero que es monopolio del director, Ken Scott, de quien admito no haber visto ninguna de sus otras películas, aunque no parece que haya signos de que vaya a arrepentirme por ello. El guión, a cargo de Steve Conrad, podría haberse salvado si, desde mi punto de vista, se hubiesen obviado algunas partes excesivamente explícitas (los chistes de pichas van en aumento hasta culminar en una esperpéntica escena protagonizada, literalmente, por tres penes, que constituye un monumento al humor más tonto, burdo y forzado) y si el sr. Scott hubiese decidido, en algún momento, darle un poco de ritmo narrativo, haber cuidado un poquito las puestas en escena (algunas de ellas verdaderamente plásticas y artificiales) y si se hubieran percatado ambos de que todo podía contarse en la mitad de tiempo y con la mitad de diálogo.

De hecho, la única vía de escape que creo que tenía esta película era virar hacia el absurdo total, para convertirse en una historia lo más loca y disparatada posible, dejando de lado los intentos de solidez argumental y centrándose en explotar hasta el extremo la vis cómica de Vince Vaughn, y exprimir hasta el final las posibilidades cómicas de cada momento.

Pero no lo hace.

De alguna manera magistral consigue mantenerse en un extraño limbo en que ni se sumerge de lleno en la comedia absurda, ni se esfuerza en que los resquicios de trama, que van desintegrándose a medida que avanza la película, evoquen algún tipo de interés real. Como cuando el amigo trata de insistir en que el chiste que ha contado es gracioso, en lugar de admitir que su chiste era un fracaso y hacer un chiste de su propia inutilidad (lo cual, a veces, sí que resulta gracioso).

Además, algunas incursiones a temas más relevantes (ya sabes, de esto que la película quiere adjudicarse algo de valor añadido más allá de la mera comedia, lo cual está muy bien, cuando se hace bien) son sencillamente insulsas. Ni se resuelven de modo aprovechable para generar algo de contenido medianamente constructivo, ni se utilizan para sonsacar a cada situación su lado gracioso, aunque sea políticamente incorrecto hacer gracias sobre el bullying escolar o la decadencia del anciano que no ha vivido como le hubiera gustado.

Y es que es fácil ser irreverente con chistes de pichas, pero ser irreverente estrujándole a temas dramáticos las posibilidades cómicas, eso se ve que requiere de un poco más de cabeza. De la de arriba.

Sí, lo siento. Era la única forma coherente de acabar esta reseña: con un chiste de pichas.

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