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Neorrealismo criminal: Un maldito embrollo (Un maledetto imbroglio, Pietro Germi, 1959)

Publicado el 01 abril 2024 por 39escalones
Neorrealismo criminal: Un maldito embrollo (Un maledetto imbroglio, Pietro Germi, 1959)

Producida por Riama Films, conglomerado de inversores con la participación de distribuidores internacionales que, inmediatamente después, se iba a hacer cargo de la producción y distribución de La dolce vita (Federico Fellini, 1960), pero que no por ello gozó de excesivo recorrido, la fuerza de esta obra de Pietro Germi, coescrita y protagonizada por él mismo, radica en su capacidad para combinar de manera solvente elementos y estilos de diferentes géneros cinematográficos con enorme solidez y contundencia. Basada en una novela de Carlo Emilio Gadda, se trata de insertar una historia criminal de enrevesada resolución, repleta de desvíos, recovecos, indicios equívocos y pistas falsas (tanto para los personajes como para el público), siguiendo los lugares comunes del cine de intriga policial, en el marco estético y narrativo que había sido seña de identidad del cine italiano tras la Segunda Guerra Mundial, el neorrealismo. Así, la película abre en un populoso edificio romano próximo a Piazza Navona y al Campo de Fiori, a todas luces un antiguo palacio (esas escalinatas, esos rellanos, esa ornamentación…) reconvertido en bloque de viviendas para la baja burguesía de la ciudad, en el que durante el breve transcurso de unos pocos días se cometen dos hechos delictivos: en primer lugar, el robo de unas joyas en el domicilio del señor Anzaloni (Ildebrando Santafe), del que termina siendo sospechoso Diomedes (Nino Castelnuovo), el novio de la criada del piso con el comparte rellano, Assuntina (Claudia Cardinale); en segundo término, un crimen todavía mayor y más traumático, el asesinato de la señora Liliana (Eleonora Rossi Drago), la dueña de ese piso; una muerte violenta e inexplicable, puesto que se descarta el móvil del robo y todos los posibles sospechosos, desde Banducci (Claudio Gora), el marido de la asesinada, de viaje en Lugano, hasta Assuntina, pasando por el primo Valdarena (Franco Fabrizi), que descubrió el cadáver, tienen coartadas incuestionables.

La película sigue las evoluciones de la brigada criminal de la policía de Roma que investiga ambos casos, encabezada por el comisario Ingravallo (Germi) y su subalterno (Saro Urzi), y los múltiples giros y cambios de rumbo que se producen en el desarrollo de las indagaciones a medida que se van destapando secretos y miserias de los posibles involucrados: las preferencias íntimas del señor Anzaloni; las verdaderas relaciones del señor Banducci con su esposa y las de esta con su primo; la posición de este en la consulta médica en la que trabaja y su dudosa cualificación para el ejercicio de la profesión; la costumbre de la señora Liliana de acoger muchachas desvalidas como criadas hasta el momento en que se casan y la situación entre una de ellas, Virginia (Cristina Gaioni) el señor Banducci; la súbita boda de Assuntina con Diomedes y su marcha al pueblo para criar a su inminente hija… Pero, sobre todo, la existencia de un testamento de la señora Liliana, desconocido para su marido, y el cambio que la asesinada hizo en ese documento apenas unos días de que se produjera su asesinato. La película transcurre así por unos dobles derroteros: mientras que se acoge a los cánones del cine de género en lo que se refiere al seguimiento de la investigación (interrogatorios, vigilancias, diligencias, tentativas, cebos, persecuciones, largas noches en la comisaría, entre cafés y humo de tabaco -esos puritos que constantemente fuma o masca Ingravallo-, examinando expedientes, observando fotografías del escenario del crimen o aguardando el resultado de los informes forenses, el policía que apenas goza de tiempo para su vida personal, lo cual le genera desavenencias, complicaciones y un estado de soledad prácticamente continua…), en un estilo próximo al noir clásico (pulso narrativo, dosificación de la información, estética basada en el claroscuro con predominio de las atmósferas recargadas, los espacios angostos, las luces saturadas y los claroscuros) o al cine policíaco de inspiración hollywoodiense, en cuanto al tratamiento y representación de los personajes y sus entornos sigue explotando la fórmula neorrealista del rodaje en las calles y en espacios cotidianos de la vida romana, desde los tugurios nocturnos a los mercados callejeros, de la forma de vivir (algo decadente y ruinosa) de la burguesía venida a menos tras la guerra, la precariedad de vida de quienes buscan ganarse el sustento por cualquier medio posible, trabajando en cualquier cosa o incluso alquilándose para el disfrute de las adineradas extranjeras, a la jornada laboral en las oficinas, el papeleo, los retrasos y la omnipresencia de la burocracia y, en particular, las relaciones personales, incluidas las románticas y sexuales, en las cuales las necesidades de supervivencia cobran especial protagonismo, por encima, desde luego, de los afectos puros. En este punto, es interesante la forma discreta en la que se trata la huella del inmediato pasado fascista, aludida casi siempre de modo velado (en especial, teniendo en cuenta el marco policial en el que transcurre buena parte de la acción) excepto en el caso de ese personaje que, en una habitación cerrada, conserva de manera desordenada, como si los hubiera arrinconado allí y hubiera cerrado la puerta, echado la llave y haberse deshecho de ella para no verlos más, sus recuerdos personales de militancia en las filas de Mussolini: retratos de uniforme, camisas negras, banderines, diplomas, documentos… Un descubrimiento que genera en los agentes de la ley una reacción ambigua, indefinida: encogimiento de hombros, mirada al cielo, silencio. Al mismo tiempo condena, comprensión, tal vez identificación. Un momento de cine puro que vale por sí mismo el visionado completo de la película.

La rica y efectiva puesta en escena de la película se completa, por una parte, con el esporádico pero elocuente uso de la imaginería cristiana (crucifijos, Cristos y pinturas de tema religioso), con la alusión al agua como elemento purificador (la abundante presencia de fuentes a lo largo del metraje, en calles y plazas, o de elementos decorativos en interiores que recuerdan su forma y su función), y también con el humor, centrado en las relaciones de Ingravallo con los hombres a su cargo, y de estos entre sí, y que conecta la película con las comedias de ambiente popular: el agente que no para de comer bocadillos, los comentarios y réplicas ante la observación de determinados tipos humanos o al enjuiciar determinada situación o el estado de personajes, la incompetencia de algunos subalternos o incluso el aspecto físico de otros, el retrato caricaturesco que se hace de figuras como el general retirado que vive en el bloque de viviendas en cuestión… Un humor que no está desprovisto de una mirada tierna, compasiva, hacia los personajes que peor lo pasan en esa sociedad de privaciones, y que se particulariza en el trato preferente que Ingravallo dispensa a la pobre Assuntina. La película se mueve en esa telaraña de relaciones turbias, pistas equívocas, retrato socioeconómico de un tiempo concreto de la vida italiana, humor castizo y fatigosa reconstrucción del imperio de la ley, en un laberinto en el que el espectador no llega a perder nunca pie aunque es redirigido y zarandeado en más de una ocasión, y que, en cierto modo, desde una estructura circular, tanto como película como en lo que respecta al ciclo vital del movimiento neorrealista (el plano final de Claudia Cardinale corriendo tras el coche en el que va Diomedes) conforma un marco agrio, desencantado, pesimista, del estado de la sociedad italiana previo al desarrollismo de los años sesenta. Un país herido que busca una salida, y que mientras la encuentra funciona a la desesperada.


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