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Nespresso de emociones

Publicado el 07 agosto 2014 por Isabel Topham

El agradable y fresco aliento con sabor a hierbabuena mentolada de su boca inundaba toda la habitación evaporando el espejo al completo, sin quedar hueco del vacío y ser intocable en cuanto al vaho. Tan irreal si te digo que, en ese preciso instante sonaba la sinfonía de uno de nuestros mayores compositores en obra clásica, se dedicaba a cantar voces un tanto irritantes pero con melosa voz cuando estaba dentro del baño.
Ella, un ser lo más vulnerable e inocente posible que te dan ganas de abrasar las yemas de los dedos entornando su cuerpo, jugando con su pelo y sintiendo el calor de su boca recorriendo tu paladar. Lo más bello que ha creado la raza humana, y con una cordura dispuesta a traspasar los límites de la realidad. Un pelo natural poco ondulado del color no más oscuro que la noche ni tan claro como los rayos solares, cogiendo fuerzas para llegar hacia lo más bajo posible pero sin sobrepasar el omoplato de la espalda. Un cuerpo tan blanco y delicado como la porcelana, con un pequeño triangular formado por tres lunares en el hombro izquierdo que poseía a dos centímetros de allí, en dirección hacia abajo. A ambos lados de ella, un par de brazos tan frágiles como los de cualquier otra mujer pero, sin lo bello de la flacidez, ni várices en las piernas.
En posición rectilínea, sostenía en la mano izquierda la curvatura de la ducha mientras que, la otra quedaba tan libre de cadenas a su máximo alcance con una pequeña inclinación intentando tocar el suelo con el pulgar, manteniéndose firme y a la vez distante de la pared a quien ponía cara. Apenas tenía apoyado los dos pies, con uno medio de puntillas rozando el tobillo opuesto con sus pequeños dedos.
Su cuerpo desnudo en mitad de un océano de cientos de gotas de agua resbalando por su piel, mientras una de sus manos se paseaba con temor por su nuca con tal de refrescar el sudor del trabajo diario, o el sufrimiento al que estaba sometida; el cuerpo de un polo de helado por el que pasas la lengua relamiéndote con suavidad y lentitud tus labios expresando el deseo de consumirlo. Intentas que las papilas gustativas no muestren el más mínimo interés en caer rendidas para no abrir apetito entre el esófago y la vista.
Era la mujer más apetecible y sólo podría estropear su bello cuerpo, frotándonos entre ambos con el fin de unificar aquella silueta en la oscuridad. Un osito de peluche al hacer el amor, lo más tierno que jamás haya podido existir. Un león clavándome sus pequeñas uñas sobre la espalda. En aquel dulce cuerpo con menores curvas que las que posee mi guitarra, se encontraba mi desgarrador llanto de imberbe crío por no poder sentir sus más perfectos y redonditos senos sobre mi pecho. La mujer con quien no me importaría compartir el resto de mi vida.
En cuanto le vi la cara, no pude pensar que sólo era otras de las muchas fantasías sexuales que suelo tener cada mañana al despertarme. Una princesa de los muchos cuentos que se narran, cómo pensar en la realidad. No pude reprimir las ganas de abrazarla y besarla hasta que nuestras caricias vuelan el tiempo hasta el amanecer. Una esbelta figura en donde portaba dos ojos lo más grandes posibles, y perfectos, de color marrón. Apenas destacan sus rosados mofletes a ambos lados debido a su delicada y profunda sonrisa dando a entrever unos dientes un tanto afilados pero, en perfecto estado. Alguien tan real que parecía la princesa asomada al castillo, alzando los brazos pidiendo auxilio, mientras un apuesto caballero pasea por allí y acude en su ayuda.
Parecía traslúcida de pensamientos y emociones, más bien como si todo lo que sentía en ese preciso instante sea consecuente de su pasado. Odio, ira, temor, miedo, alegría, pasión, amor, felicidad… todos ellos, en un mismo minuto. Como si, por un momento, estos sentimientos fueran alimentos de cocina y estuviesen al borde de ser batidos en aquel recipiente de oro blanco.
Estaba tan preciosa que no pude reprimir las ganas de yacer con ella, pero tenía miedo de herirla. Quise nacer de su ombligo, darle pequeñas caricias con mi boca y sentir las gotas de agua como un beso en la lluvia. En ocasiones me entraban arrebatos de ella. Quería tenerla, cuidarla y, ante todo que fuera feliz.
Tenía las intenciones de sentir dos pequeñas corrientes de agua recorriendo todo el jugo de mi cuerpo. Que sean sus finos dedos los que me hagan gemir en suspiros por mi espalda, lo que no en llantos llenando todas mis emociones con el olor a ella. Hundir su presencia en nuestro calor provocándole una fina sonrisa en sus labios, tras volverse a encontrar con mi lengua entre los poros de su cuerpo. Escuchar mi nombre en un suspiro que se escapa de su boca en cuanto terminemos y que sean nuestras sonrisas las que se sonrojen con sólo mirarnos.
Un cúmulo de sentimientos ya exprimidos, en donde los extremos son relacionados entre sí. No podía creerlo, todo había desaparecido. Todo, a excepción de ella.Era la belleza más irresistible que jamás un hombre haya podido experimentar. Era ella, la musa de mis sueños, de mi alma y de mi corazón. La razón por la que mis días siguen latiendo color y esperanza, mi vida era ella.
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Cinco minutos más tarde, sonó mi despertador y todo era un sueño. Entonces pude comprobar quién era esa mujer a la que tanto admiraba por amor al arte. Fue entonces, cuando la volví a ver de manera real y de frente a ella. Estuve cara a cara, fui a tocarla  y, sin embargo, no podía. Podía verla, sentirla, amarla u odiarla, pero no podía tocarla. Tan sólo era un reflejo el que nos separaba a ambas.

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