Aquí lo que falta es rock, soy plenamente consciente. No indie-rock, no pop-rock, no math-rock: rock del de cuatro letras, sin necesidad de prefijos u otros aditivos. Mi conocida tendencia hacia la música pop en cualquiera de sus formas deja fuera del espectro, con demasiada frecuencia, a los muchísimos buenos discos con guitarras que se publican año tras año, y ningunea nombres que nadie en su sano juicio omitiría a la hora de definir el panorama musical de un momento. Claro: a estas alturas no estoy engañando a nadie, y está claro que la presencia en estas páginas de algunos géneros (jazz, reggae, world music y un larguísimo etc.) está restringida al marco de lo anecdótico, cuando no es sencillamente inexistente, en favor de estilos a los que soy por naturaleza más proclive. Pero cuando digo que echo en falta más rock no estoy refiriéndome precisamente a un estilo minoritario, caramba: no hablo de cajun, de spoken word o de gabba. Hablamos de rock and roll, la base cultural de prácticamente el 100 % de lo que escuchamos.
Así que hago propósito de enmienda, y para demostrarlo aquí está esta entrada, dedicada a uno de los mejores discos de rock (qué tontería, uno de los mejores discos, a secas) que se han publicado este año. Lo firma la banda de Memphis (¿de dónde si no?) Reigning Sound, un grupo al que no conocía hasta este 2014, cuando la publicación de “Shattered” los ha sacado del circuito garajero del que eran habituales, y los ha arrimado a sonoridades más accesibles para el público general sin rebajar ni un ápice los estándares cualitativos. Y es que -lo digo ya, y así queda bien claro desde el principio- lo de este disco es algo fuera de lo común, creedme. Es el primero que la banda comandada por Greg Cartwrigh (los más enterados lo reconocerán también como miembro de The Oblivians) publica con el sello Merge, y supone la continuación, tras un hiato de 5 años, de “Love and Curses“, un álbum que ya fue muy celebrado (aunque yo no me enterara, como es habitual) entre los fieles del género. Entiendo, por tanto, que algunos de los más entusiastas de los sonidos aguerridos del grupo pudieran llegar a sentirse decepcionados con el viraje de Reigning Sound hacia la negritud azulada del Rhythm & Blues, pero en lo que respecta a los no iniciados en la cosa garajera, la verdad es que no podemos sentirnos más afortunados. En el mencionado cambio de sonido, mucho ha tenido que ver también el cambio de formación (y no es el primero): para este álbum, Cartwright ha contado con la inestimable colaboración del órgano de Dave Amels, responsable directo del aroma a soul de los primeros setenta, así como las guitarras de Mike Catanese, el bajo de Benjamin Trokan, y la batería de Mikey Post.
Clasicismo, esa es la palabra. Los de Memphis han abandonado el sótano y se han ido a grabar estas once canciones a los Daptone Studios de Brooklyn (en cuyas oficinas, por cierto, trabaja el ya mencionado baterista de la formación) para impregnar esas composiciones tan llenas de honestidad del barniz añejo de un órgano Hammond, o la melancolía desteñida de unos sencillos arreglos de cuerda. La evocación al pasado es permanente: en esos temas resuenan ecos de Van Morrison, Ottis Redding, The Band o incluso (probad a darle una escucha a “Falling Rain“) Dylan. Y a veces (“North Cackalacky Girl” o la muy stoniana “My My“, una de esas pistas que piden a gritos bajar la ventanilla del coche) hasta permiten que las canciones raspen un poco -sin llegar a la textura de lija de sus viejas composiciones- de forma que no se altere la imagen de conjunto, bañada por una luz crepuscular bajo la cual todas las cosas resultan irremediablemente más hermosas.
“Never Coming Home” no rockea como otras, es verdad: se mantiene en esa zona templada en la que el pop es acariciado por el sonido de la tradición americana, un lugar en el que también habita esa otra barbaridad titulada “Once More“. Pero aquella canción con la que se abre este párrafo me atrapa como pocas canciones lo han hecho este año, con sus versos tan empapados de melancolía, y una melodía que sólo puedo definir como perfecta: difícil, muy difícil va a ser que escuchemos canciones mejores en 2014. Un tema que me lleva volando a un pasado que muchos sólo podemos imaginar, que me conmueve con una clase de belleza que únicamente es posible cuando es sincera, y que me hinca de rodillas, antes de dejarme -no se me ocurre una forma mejor de explicarlo- fundido en negro.
“Where you are, I can’t see your face at all
Theres no trace of your perfume in my room
As I lie here and think of you
All the stains, your Polish cannot change
Upon each broken part of my heart
Is the wear and tear of many years
But it seems much later than before
And Im still waiting on a long distance call
That never comes
You meant it when you said it
Yes you meant it when you said it
You were leaving and never coming home
All this time I refuse to use my eyes
Prefer to see a fantasy of you and me
Just like we used to be
All around, now the props are falling down
They just werent meant to last and this old mask
It dont suit me now so Ill take a bow
And it seems much later than before
And Im still waiting on a long distance call
That never comes
You meant it when you said it
Yes you meant it when you said it
You were leaving and never coming home
But I couldnt see past you
I was waiting for your call
When the clock out in the hall
Struck one
And then two
And it seems much later than before
And Im still waiting on a long distance call
That never comes
You meant it when you said it
Yes you meant it when you said it
You were leaving and never coming home“