Revista Maternidad
La familia nuclear Los individuos nos emparejamos cuando sentimos una fuerte atracción sexual por el otro. Cuando sucede, interpretamos que “eso” es amor. Y sobre la base de “ese” amor, armamos nuestros proyectos de familia. Luego, más tarde, nacen los hijos.
Entonces los padres desviamos hacia ellos toda nuestra capacidad dadora. En ese momento aparecen nuestras limitaciones y la poca costumbre que tenemos de estar al servicio del otro. Por eso exigimos a nuestro partenaire que nos resuelva los problemas, y que sea alguien diferente de quien verdaderamente es.
¿Qué hacer? En primer lugar, comprender que hemos armado una familia, pero que la familia en sí misma no es garantía de amor ni de comprensión. La llegada de los hijos puede haber sido deseada. Pero si no hemos conversado honestamente sobre lo que cada uno puede ofrecer a favor del otro, la rutina puede ser muy dura de sobrellevar. Además, tendremos que sincerarnos y darnos cuenta que en nombre del amor, pretendemos sostener un sistema de familia donde deberíamos amarnos, pero en verdad estamos agotados de rabia y desencanto. Respondemos a mandatos de lo que debería ser pero no es. Aumentamos las exigencias hacia nuestro/a partenaire, suponiendo que una sola persona debería colmar la inmensidad de agujeros afectivos que arrastramos desde tiempos remotos. También creemos que los cuidados y la atención que los niños requieren, deberían ser cubiertos por nuestra pareja dentro de las modalidades que hemos fantaseado que son las correctas. En fin, todo esto es un gran malentendido. Porque pretendemos sostener una familia en función de una ilusión colectiva, en lugar de preguntarnos -cada uno de nosotros- con quién queremos compartir la vida, bajo qué acuerdos, en función de qué expectativas, cómo queremos que circule el dinero o el intercambio sexual.
Hay muchísimas maneras posibles de vivir la vida. Y todas son buenas mientras estén alineadas con el corazón de cada individuo, y en franco acuerdo con las expectativas del otro. Las dificultades aparecen cuando permanecemos encerrados en modalidades represivas, suponiendo que dentro de la familia tiene que circular toda la energía -económica, sexual, afectiva- en lugar de ser honestos con nosotros mismos.
La familia nuclear: mamá, papá y niños como estructura cerrada, puede ser suficientemente buena para producir y acumular dinero. Pero no es tan favorable para el intercambio afectivo, sobre todo cuando se convierte en una prisión afectiva cargada de prohibiciones. La familia nuclear no es en sí misma buena o mala. Es una organización posible. Pero si no estamos satisfechos, si nos sentimos infelices o si algún miembro de nuestra familia manifiesta su disconformidad, vale la pena revisar todos los acuerdos. No tiene por qué ser de una determinada manera. Puede ser de cualquier manera, mientras sea favorable para todos.
¿Acaso hay que romper la familia? ¿divorciarse? ¿irse? No. La familia es un campo de proyección. Todo lo que sucede, nos pertenece y hemos contribuido a que se manifieste. Por eso, la infelicidad o el sufrimiento nos permitirán revisar qué hemos construido, con qué nivel de madurez hemos encarado los vínculos, qué cuota de libertad asumimos y qué podemos hacer a partir de ahora. Laura Gutman.