Cansado de sorbitos de Salinger y copos de centeno cada dos por tres. El guardián entre el centeno es un buen libro. Caramba, eso es mucho. Pero no es más que eso. Al menos para mí, no es un gran libro. En cambio, la fama de esta novela de iniciación de un joven desorientado es abrumadora. Que no, que hay libros mejores. El caso de Salinger y su libro me recuerdan al de Beckham y su fútbol. Bromas aparte, Beckham fue un buen jugador de fútbol. Sus centros —precisos, potentes y sobre todo a baja altura— eran un goce. Pero Beckham no fue Beckenbauer. En cambio, su fama era atómicamente desproporcionada a sus pies. La industria del cotillero tuvo la culpa.
Toc, toc, toc. El viejo Salinger.
En el caso de Salinger ocurrió lo mismo. No fue inteligente el escritor norteamericano. Se refugió, se apartó, se escondió como el tejón estresado por los ecos de los disparos en el bosque y eso, paradójicamente, aumentó el morbo. La idea era esta: si Salinger se encierra en una caja de galletas, ¿qué esconde Salinger? La industria del cotilleo lo acosó sin tregua. No creo que escondiera nada especial en el frigorífico, aparte de unos cuantos fantasmas. Pero, hombre, sólo los psicópatas carecen de fantasmas que los acompañen. Y hablando de psicópatas. Que algunos de ellos consideraran El guardián entre el centeno como uno de sus libros de cabecera no añade nada a la consideración del libro. Norteamérica produce regularmente grandes escritores. Prefiero a Jack London, Úrsula K. Le Guin, Melville, Hemingway, Steinbeck, Bukowski o Cormac McCarthy. La lista es muy extensa.
Ahora han sacado su biografía, como siempre la anuncian como la “más auténtica, con más misterios desvelados y anécdotas, bla, bla, bla”. Entre ellos, los biógrafos sostienen que Salinger prefería las jovencitas con poca experiencia porque tenía, el hombre, un testículo oculto. Menuda gran revelación literaria, eso hace que lo entienda todo. Lo que tengo claro es que los carroñeros no dejaran de manosear, chupar, morder y escupir sobre el cadáver de Salinger, pues hay negocio para rato.
Ni Salinger ni El guardián entre el centeno