Revista Cine
En el ensayo bio-filmográfico sobre Volker Schlöndorff que está en el segundo tomo del -ay- tan plagiado "World Film Directors" (Editor John Wakeman, 1988), aparece una cita del propio cineasta alemán, quien afirma que la existencia del cine se justifica sólo si funciona como un medio de expresión estrictamente popular. Más claro, imposible: si se compara la obra de Schlöndorff con la de sus contemporáneos del Nuevo Cine Alemán -digamos, Straub o, en menor medida, el propio Fassbinder-, encontramos que en sus películas no abunda la experimentación estilística ni los devaneos avant-garde. Su cine siempre ha sido técnicamente impecable, sencillo en la forma, seguro en la ejecución. Un cine para el gran público. Tómese el caso de su opera prima, la notable Nido de Escorpiones (Der Junge Törless, RFA-Francia, 1966), basada en la novela semiautobiográfica de crecimiento juvenil Los Extravíos del Colegial Törless (1906), del autriaco Robert Musil. El debutante Schlöndorff -quien estudió cine en el IDHEC parisino y que había trabajado como asistente de dirección de Resnais, Melville y Louis Malle-, dirige con mano segura y funcional, sin manierismos de ninguna especie. La puesta en imágenes de Schlöndorff es siempre, permítanme el adjetivo, necesaria: cada movimiento de cámara, cada cambio de planos, cada vez que se cambia la perspectiva objetiva por una subjetiva, es porque resulta necesario para el filme. No hay en Schlöndorff ningún deseo de apantallar con el estilo; no hay, por lo mismo, oportunidad para la distracción.La adaptación de la conocida novela de Musil -firmada por el propio cineasta en colaboración con Herbert Asmodi- no profundiza en el ámbito psicológico de los personajes, especialmente de su protagonista, el joven aristócrata Törless (muy justo Mathieu Carrièrre), sino que opta por una provocadora lectura político-alegórica de la trama. Estamos en el internado semi-militarizado Príncipe Eugenio, en algún lugar del vasto Impero Austrohúngaro a inicios del siglo XX. Törless es un serio y concentrado estudiante, preocupado mucho más que el resto de sus compañeros por irresolubles dudas intelectuales. Por ejemplo: ¿de dónde salen los números imaginarios? ¿Cuál es su función? Cuando Törless lleva sus preguntas al profesor de matemáticas (Jean Launay), éste le dice que, por lo menos en estos niveles de estudio, no tiene por qué entender nada: que lo acepte y ya; que se lo aprenda y no lo cuestione. Pero Törless no puede hacer esto: ve a su alrededor y se pregunta por qué las cosas son como son y no de otra manera. Más aún: ¿habrá una forma correcta de que las cosas pasen? ¿O realmente todo da lo mismo?Uno podría pensar que este tipo de historia daría para un filme aburrido, verboso, pedante. Nada de eso: el centro dramático de la cinta es mucho más simple y directo. Törless es testigo y cómplice más o menos pasivo de las torturas y humillaciones que dos de sus compañeros le imponen al débil y pusilánime Basini (Marian Seidowsky), quien fue sorprendido robándose un dinero. A los abusones Beineberg y Reiting (Bern Tischer y Fred Dietz) no les interesan los billetes birlados: el pecado de Basini es la excusa perfecta para experimentar con él las peores degradaciones morales y físicas. Törles asiste desde el inicio a este abyecto espectáculo y, de alguna manera, se vuelve cómplice de él aunque creemos -o queremos creer- que está en contra de estas acciones. ¿O no lo está?En el largo y articulado monólogo final, cuando Törless comparece ante un grupo de maestros que lo interrogan sobre los abusos a Basini, nos damos cuénta de quién es realmente el "extraviado" -como dice una traducción en español de la novela de Musil- joven Törless. El muchacho se sabe intelectualmente superior no sólo frente a sus compañeros sino a los propios maestros: ha descubierto que el ser humano se define por lo que hace -¿existencialismo avant la lettre?- y que, en realidad, el mundo puede ser de una manera o de otra; que no tiene ni debe ser de una forma preconcebida. Más que un despertar de la conciencia moral, Törless se abre ante el nihilismo, ante la indiferencia. Se sabe cómplice de los abusos cometidos sobre Basini pero no le importa mucho: a través de esta experiencia ha conocido a sus compañeros y se ha conocido a sí mismo.La alegoría es transparente: la llegada al poder del nacionalsocialismo germano liderado por Hitler fue permitido no sólo por los crueles y sádicos como Beineberg y Reiting, ni por la cobardía de quien prefería aguantar todas las humillaciones bajo la promesa de que algún día lo dejarían en paz como Basini, sino por los aristócratas e intelectuales como Törless, quienes asistieron con indiferencia, acaso con algo de curiosidad, al nacimiento del nazismo. Törless, me parece, termina siendo una suerte de versión juvenil, sólo que menos frívola, del bisexual aristócrata hedonista Maximilian von Heune (Helmut Griem) de Cabaret (Fosse, 1972), quien pensaba que los nazis podían ser controlables. Pero no, no lo fueron.
Nido de Escorpiones se exhiben hoy en la Sala Lido a las 17:30 horas.