Revista Cine

Niebla en el alma: La otra Marilyn

Publicado el 05 agosto 2012 por Quimericosinq @quimericosinq
Niebla en el alma: La otra Marilyn
Cuando se cumplen cincuenta años de su muerte, este 5 de agosto de 2012, desde todos los medios de comunicación se nos bombardea con la noticia de la efeméride (celebrar el aniversario de un fallecimiento tiene un ligero toque macabro, no lo neguéis) y, por supuesto, con infinidad de imágenes, datos, anécdotas y homenajes a Marilyn Monroe, el que sin duda ha sido el mito erótico del siglo XX y uno de los iconos de la civilización occidental, cuyo influjo se dejará sentir a buen seguro durante mucho tiempo. Se ha hablado tanto de Marilyn, de su vida profesional y sobretodo de la personal, que parece que ya no haya nada por contar. Marilyn fue un mito inalcanzable, casi irreal, tal vez la personificación de los sueños ocultos de varias generaciones de hombres (y mujeres). Pero al mismo tiempo se encargaron de bajarla a la tierra, de exponer en la plaza pública sus defectos, sus miedos, sus traumas y sus adicciones. Marilyn es el reflejo perfecto de la implacable maquinaria del star system de Hollywood, un sistema diseñado para encumbrarte a la cima pero no para explicarte cómo mantenerte en ella, que no entiende de debilidad, de fragilidad, de necesidad de estar sola y permitir bajarse de un tren en marcha que se dirige, sin frenos, derecho al abismo. Todo en Marilyn fue público, decenas de voceros se encargaron de difundir a los cuatro vientos sus miserias, sus retrasos en los rodajes, sus olvidos de las líneas de guión, sus inseguridades. Moldearon una figura distorsionada de Marilyn, tal vez por envidia. Tal vez no podía permitirse que ese ser tan perfecto no fuera realmente un ídolo de barro, tenía que haber un reverso oscuro a tanta belleza, a tanto carisma. Y lo hubo. Alimentado por un entorno caníbal y con la connivencia de todos aquellos que antepusieron sus propios intereses al bienestar de la actriz, Marilyn acabó autocumpliendo la profecía de que duraría poco. A los 36 años abandonaba este mundo injusto y cruel, desnuda en su cama y rodeada de pastillas. Ella, que sólo quiso ser feliz.
Admiro a Marilyn, eso está claro. Por eso le he dedicado el párrafo anterior y podría extenderme mucho más. La admiro como persona, como icono de belleza, pero también como actriz. Se ha intentado muchas veces menospreciar su talento como intérprete, apelando a las manidas historias de eternas repeticiones de tomas por no saber una simple frase de diálogo, o a su falta de profesionalidad en los rodajes. Todo esto es cierto, al menos en parte, pero eso no quita que Marilyn fuera una buena actriz, por mucho que se empeñaran en explotar su faceta de rubia platino tonta, arquetipo de la mujer perfecta en los años 50: voluptuosa, simpática, pícara, graciosa pero sin dos dedos de frente. Por el contrario, creo que Marilyn sacó lo mejor de sí misma en los papeles por los que es menos conocida. Papeles dramáticos, difíciles, que exigían una mayor profundidad pero que demostraron la nunca suficientemente reconocida capacidad actoral de Marilyn Monroe.
Uno de esos papeles a los que me refiero es el que interpretó en Niebla en el alma (Don't Bother to Knock, 1952). Tuve la suerte de descubrir esta película en el reciente ciclo que Nits de Cinema (organizado por el Aula de Cinema de la Universitat de València, a la que tengo el orgullo de pertenecer) dedicó al aniversario de la muerte de Marilyn, y donde se proyectaron algunos de los títulos menos consabidos de la filmografía de la actriz californiana. Fue una suerte también contar en la presentación y posterior coloquio con la presencia de Daniel Gascó, propietario del videoclub Strómboli, uno de los últimos reductos de buen cine de la ciudad de Valencia, y que aportó los datos (y el entusiasmo) necesarios para disfrutar en toda su extensión de esta película tan magnífica como desconocida.
Niebla en el alma supuso el primer papel protagonista de Marilyn Monroe, que hasta la fecha reducía su aparición en sus filmes a roles secundarios (la vimos, por ejemplo, en La jungla de asfalto de John Huston o Eva al desnudo de Joseph L. Mankiewicz, ambas de 1950), cuando no directamente a cameos sin acreditar. Sin embargo, en ese año de 1952 la Twentieth Century Fox le dio la oportunidad de protagonizar una película compartiendo cartel junto a Richard Widmark, por aquel entonces una de las caras más conocidas del noir estadounidense. Para dirigir el proyecto se contó con Roy Ward Baker, uno de esos "artesanos" de Hollywood (en el buen sentido de la expresión) a sueldo de la Fox, y que contaba en su bagaje con varios títulos de serie B. Y es que la película no es ni mucho menos un producto destinado al consumo mainstream, pues no contaba ni con el presupuesto, ni con el cartel del director o los intérpretes. Niebla en el alma es más bien una película con vocación de serie B pero cuyo resultado final permite colocarla a la altura (cuando no por encima) de títulos con pretensiones mucho más altas.
Basada en la novela de Charlotte Armstrong, la película es una especie de drama psicológico que tiene como principal punto fuerte el hecho de que la acción del film se produce prácticamente en tiempo real y en una sola localización espacial, lo que permite a Baker jugar con la contracción y la dilatación del tiempo fílmico y conseguir un clima de tensión que nada tiene que ver con los clichés del cine de suspense (Alfred Hitchcock ya había sentado cátedra en este sentido) pero que funciona a las mil maravillas para explicar la evolución dramática de cada uno de los personajes.
Niebla en el alma: La otra MarilynJed (Richard Widmark) es un joven despreocupado y cínico que acude al hotel donde canta su ex novia (una debutante Anne Bancroft que muestra sus grandes dotes como actriz y también como cantante), para pedirle que vuelva con él. Ésta lo rechaza alegando que sólo piensa en sí mismo y que es incapaz de empatizar con los problemas de los demás. Cuando Jed sube a su habitación, mira casualmente por la ventana y ve la habitación donde está Nell (Marilyn Monroe). Al momento queda prendado por su belleza y decide ir a su habitación para seducirla. Pero allí descubrirá que Nell no está sola, sino que es una canguro al cuidado de una niña (Donna Corcoran) cuyos padres están en el salón del hotel disfrutando de una cena de alta sociedad.
A través de insinuaciones muy sutiles y siempre gracias a la imagen y no a la palabra, vamos descubriendo más cosas sobre la personalidad de Nell. Adivinamos que acaba de salir de una institución mental, traumatizada por la pérdida de su prometido (piloto de aviación militar) en la guerra. Por ese motivo, su confundida mente convierte a Jed en una especie de reencarnación de su prometido, por lo que se lanza a sus brazos nada más conocerlo. Jed, que sólo quería curar sus heridas pasando un rato de pasión con la desconocida, pronto se verá envuelto en el juego insano de Nell, que también involucra peligrosamente a la niña, convertida para Nell en un obstáculo para el reencuentro con su amado.
Sin querer desvelar más sobre la trama, quisiera recalcar una vez más lo efectivo de la puesta en escena de Baker con unos recursos visuales mínimos, el contenido simbólico de algunos escenarios (Daniel Gascó señaló acertadamente que el hall del hotel representa la cordura y las habitaciones simbolizarían la locura) y también el magnífico aporte de los actores secundarios. Tanto la pareja de ancianos entrometidos (Verna Felton y Don Beddoe) como el enésimo barman-psicólogo del mundo del cine (Willis Bouchey), y especialmente el ascensorista del hotel y tío de Nell (Elisha Cook Jr.) resultan necesarios en el desarrollo del film. Pero por encima de todo me gustaría destacar la composición del personaje que realiza Marilyn Monroe, una composición llena de dificultad porque al parecer Roy Ward Baker se empeñó en grabar toda la película con primeras tomas, algo que para una actriz tan insegura como Marilyn debió ser complicado. Sin embargo, esta frescura juega a favor del resultado final del film, y desde luego no se aprecia ningún atisbo de deficiencia en la interpretación de la actriz. Más aún, el personaje de Nell Forbes (y más desde la perspectiva del tiempo) acaba por parecer un alter ego (inestable, autodestructivo) de la propia Marilyn que, como su rol en la ficción, sólo sentía la necesidad de amar y ser amada.

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