Y la tercera es que, a pesar de la euforia, miran hacia abajo. Se asoman a contemplar el terrible camino que han recorrido, porque eso, cuando se llega arriba, es lo que da sentido a todo: la llegada es importante, es la felicidad: pero está construida por el duro afán del viaje. Y, antes o después, uno de ellos dice: “Y ahora… ¿qué hacemos? ¿Cuál es el siguiente desafío? ¿Hacia dónde seguimos?”. Yo creo que algo muy parecido es lo que nos pasa hoy a nosotros. Miraos unos a otros y ved las caras que tenéis: estamos cansados, estamos agotados, sobre todo algunos a quienes luego nombraré porque se lo merecen; pero no se nos nota. Hoy, precisamente hoy, no resulta fácil recordar lo que nos ha costado llegar hasta aquí. Pero debemos hacerlo porque es justo, aunque lo que nos emocione sea saber que hemos logrado entre todos, entre todos, algo que hace tan sólo año y medio no es que se nos antojase más o menos difícil: es que ni se nos pasaba por la cabeza. Era nada más que un sueño como hay tantos. Pero estamos aquí. Y lo hemos conseguido porque estamos juntos.Porque trabajamos juntos. Porque nos ha unido durante todo este tiempo un objetivo común que poco a poco dejó de ser un sueño para convertirse en algo que sí podíamos lograr, pero sólo si trabajábamos juntos. Y así lo hemos hecho. Porque los Francmasones sabemos trabajar juntos.
La libertad, esencia de la Masonería
Hoy dedicamos este templo a otro simbólico montañero incansable que se llamó (y se llama, en el hermoso concepto que tenemos los francmasones de la inmortalidad) Roger Leveder. Algunos de vosotros, los más veteranos, le conocisteis. Y no me dejaréis mentir: si no hubiese sido por él, por su ejemplo, por su claridad de ideas, por su incapacidad para el cansancio o el desánimo, por su conciencia luminosa de hacia dónde había que ir, es probable que hoy no estuviésemos aquí y que la historia de la Masonería liberal española hubiese sido muy distinta, mucho más triste y apagada. El Querido Hermano Alondra, que ese era su nombre entre nosotros, dedicó su empeño, su inmenso trabajo, todos los pasos de su voluntad y, por decirlo de una vez, toda su vida, a perseguir la utopía de la Libertad. La libertad para pensar, para sentir, para escribir, para crear, para imaginar; para volar sin límites, como vuelan las alondras. La libertad para hacer de ella algo sin lo cual no merece la pena vivir. La libertad como elemento indispensable e indisoluble del concepto mismo de ser humano, como lo es de la esencia misma de la Francmasonería desde hace mucho más de tres siglos. La libertad cuya defensa ha costado la vida a muchos de nuestros Hermanos. Eso lo sabía Roger Leveder mientras trepaba por la colosal montaña que suponía crear en España una Masonería digna de sus ideas, de su proyecto, de su historia y desde luego de su nombre. Digna de tantos cientos, miles de Hermanos que se habían quedado por el camino; que habían confiado su legado, a veces empapado en su propia sangre, a quienes les siguieron en la interminable Cadena de Unión. Eso lo sabían también aquellos cuyos nombres iluminarán desde ahora los otros tres templos que se han levantado en esta nueva Sede de la Masonería liberal: Rafael Vilaplana, Francisco Ramos y el legendario Miguel Morayta, cuya pobre tumba está en el cementerio civil de Madrid, con la lápida rota y sin una escuadra y un compás que recuerden quién fue ni a qué entregó su vida. Eso lo sabían también Olegario Pachón y Ginés Alonso, a quienes recordaremos cada vez que entremos en las salas de reunión de esta hermosa Casa de Todos. Y eso lo sabía también la inmensa Clara Campoamor, cuyo nombre y memoria presiden, como no podía ser de otro modo, nuestra Biblioteca. Y eso mismo: que hay que levantar templos a la Libertad, porque por la Libertad se puede y aun se debe aventurar la vida, como decía Cervantes, lo sabían muy bien y lo saben hoy los integrantes del equipo que han trabajado durante más de doce meses, con tesón de alpinistas ilusionados, tanto en el seno de la Fundación Eugen Bleuler como en el del histórico Ateneo Minerva, que durante tantos años, casi cuarenta, nos reunió en el anciano templo de la calle de Avinyò, al que todos llevaremos siempre en nuestro corazón porque es sencillamente imposible olvidar los lugares en los que se ha sido feliz. A los punteros de la cordada que fueron la Fundación Bleuler y el Ateneo Minerva nos unimos muchos más, muchísimos: la Gran Logia Simbólica Española, el Supremo Consejo Masónico de España, varias Logias sólidas y veteranas del Distrito Catalano-Balear de la GLSE, numerosos Talleres de toda España y, con el más fraternal entusiasmo, muchísimos hermanos y hermanas de las cuatro puntas de nuestro país que aportaron, a veces con gran sacrificio personal, lo que tenían: donaciones económicas, trabajo material, conocimientos jurídicos o financieros, Arte en el sentido literal de la palabra. Y mucho tiempo. Y toda su ilusión. No podía salir mal. Ha sido una maravillosa locura. Es verdad que hace mucho tiempo que se había vuelto necesario, casi urgente, disponer de una nueva Sede federal que pudiese albergar el trabajo creciente de nuestras logias y el de otros talleres en Barcelona. Pero hace apenas quince meses, cuando mirábamos desde abajo la tremenda pared de la montaña que se alzaba ante nosotros, nadie podía casi ni imaginar que hoy estaríamos todos aquí, en esta jornada que, sin que nadie nos pueda llamar exagerados, creo que debemos calificar de histórica para la Masonería española. Lo hemos conseguido. Lo habéis conseguido, Queridas Hermanas y Queridos Hermanos. Dejadme que sea yo quien ahora mire hacia abajo, al camino recorrido, porque no hacerlo sería una imperdonable injusticia. Habéis hecho realidad un sueño. Habéis convertido la locura en gloria tangible y perdurable. Habéis transformado la angustia financiera y el vértigo en una asombrosa capacidad para tomar decisiones rápidas, eficientes y decisivas, como hacen los montañeros en los pasos difíciles.Los que han hecho posible esta alegría de todos
Es emocionante dar las gracias hoy a muchos de los que habéis hecho posible esta alegría de todos. El increíble “Maestro de Obras” y desde luego “mago en ejercicio”, Vicente José Gil Herrera; el Arquitecto (he estado a punto de decir Gran Arquitecto) Josep Portet, que ha demostrado una pasmosa capacidad para comprender las necesidades de una sede masónica. Cómo no rendir homenaje al entusiasmo de Miquel Guillem y de Maria Àngels Prats, que localizaron el inmueble y removieron Roma con Santiago (y la Luna habrían removido si se lo hubiésemos pedido) para cumplir unos plazos cortísimos e inexorables en las negociaciones, y que han sabido ejercer día tras día la coordinación de los más variados asuntos. Cómo no recordar hoy la labor paciente y eficaz de Xavier Molina y de Ferran Ayguasanosa, las contribuciones de Genís Carbó, Ramon Salas y Toni Soler, que se extasiaba explicando cómo se habían de poner y quitar los pilares para sujetar las enormes vigas. Cómo no admirar y agradecer la experiencia y la práctica museísticas de Anna Mir y –lo he dejado para el final con toda intención– el tremendo trabajo en la dirección de Arte de quien ha sido nombrado, por derecho propio, Conservador de Vallés, 87: Joan-Ramon Rodoreda, que ha trabajado y trabaja como el prisionero del romance: “Sin saber cuándo es de día / ni cuándo las noches son”, a jornada completa, sin tiempo siquiera para pararse a pensar si estaba cansado. Doy también las gracias, y la más ferviente enhorabuena, a todos cuantos habéis contribuido con aportaciones monetarias que han llegado desde todos los rincones de España; a quienes habéis enviado ideas, tantas veces luminosas, o habéis echado una mano en las muy largas horas de trabajo operativo, bajo la coordinación del Patronato de la Fundación Eugen Bleuler y de la Junta Directiva del Ateneo Minerva. Gracias y enhorabuena, en fin, a tantos Abogados, Economistas, Empresarios, Contables, Bordadoras, Carpinteros, Filósofos y otras gentes “de mal vivir”, que se unieron sin dudarlo a la cordada y brindaron su generosísima colaboración a una tarea que, más que complicada, hace bien pocos meses muchos decían que era imposible. Pero somos francmasones, Hermanos y Hermanas. Y nos suele costar mucho trabajo encontrar en el diccionario esa palabra, Imposible. En realidad, no estamos seguros de si viene o no. Y hoy hemos demostrado que no sabemos lo que quiere decir. Como no podía ser de otro modo, hemos querido compartir con las Obediencias masónicas de la Amistad este día feliz de la inauguración formal de la sede y de “consagración” del Templo principal, con una Tenida Magna de Gran Logia oficiada, como es de rigor, por el Gran Consejo Simbólico de la Orden. A vosotros, Grandes Maestres presentes, quiero agradeceros el esfuerzo de estar hoy aquí, algo que no olvidaremos y que nos hace sentirnos muy cerca de vosotros y de las Obediencias a las que representáis. Pero el Ritual nos ha recordado con claridad que no construimos templos sobre la Tierra: los albergamos en nuestros corazones, y por ello deseamos compartir la nueva Sede con los francmasones y francmasonas que han elegido libremente reconocerse entre sí y trabajar para el progreso de la Humanidad. Esta es la vocación de lo que durante año y medio hemos llamado Proyecto Vallés 87: ser un espacio abierto, un lugar de trabajo, un hogar de sociabilidad y, pronto, un referente público en esta ciudad. Hoy convertimos en sagrado este hermoso Templo que nos acoge. Pero los masones y masonas sabemos bien que la Francmasonería se practica fuera del Templo: en la calle, junto a nuestras familias, en nuestros lugares de trabajo, en la vida que llamamos profana. Es el Trabajo de los Hermanos lo que en realidad sacraliza el espacio profano. El ritual es esencial, pero si sólo existe el ritual, si nos limitamos a repetir su letra escrita y olvidamos su espíritu, lo que esa letra quiere decir; si la voluntad y el trabajo de los Hermanos están ausentes, el Templo será nada más que un lugar profano. Lo realmente sagrado no es el espacio físico sino lo que se genera en él, lo que se cuece en este laboratorio que reúne la luz y la sombra, el “ora et labora” de los cistercienses y de los alquimistas, y que produce un resultado único y distinto de los componentes que lo forman. Y así, cada vez que a cubierto abramos nuestros Trabajos, convertiremos este espacio en sagrado. Y lo haremos por nuestra voluntad, por nuestro compromiso y por nuestra coherencia. Y sentiremos una vez más cómo se transforma y se ilumina el espacio interior de cada uno de los Hermanos que decoren las Columnas; esos hermanos y hermanas que, tenazmente, se ejercitan durante años y años en dejar los metales fuera, y en encajarse a sí mismos en ese ideal de Obra Perfecta. Ser lo que somos no depende de que nos hallemos en un lugar concreto. Ni tampoco de unas condiciones políticas que, como la historia nos enseña, jamás son permanentes, porque la libertad, la paz y la democracia son bienes frágiles que siempre corren peligro. Para ser lo que somos no nos hace falta el beneplácito de nadie. Es nuestro derecho y desde luego nuestra responsabilidad como personas libres.Hermanos y Hermanas Francmasones: que la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza guíen siempre los Trabajos que se abran en este Templo, a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo y al Progreso del Género Humano. Que jamás se aleje nuestro corazón de la búsqueda de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.
Y, como los alpinistas que llegan a la cumbre, preguntémonos: ahora, ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es nuestro siguiente reto? ¿Por dónde seguimos escalando la desafiante pared del futuro? Nieves Bayo Gallego