Revista Cine
Cuando, si corro, porque voy tarde, ésto se publique, estaremos a 20 de Noviembre. Un año justo de gobierno de ultraderecha en España, y 37 años desde que una alimaña murió o, como unos valientes se atrevieron a decir, dejó, por fin, de sufrir. Mierda de política y torpeza de gobierno que eligió esa fecha para unas elecciones de autoinmolación. Eso significa, además, que la odiosa dinastía borbónica lleva en un poder impuesto por un dictador el mismo tiempo, más o menos (en función de que se considere que Franco accedió al poder el día del golpe de estado o el del final de conflicto) que el dictador. Qué bien se lo montan algunos. O sea, este estado constituido completamente de remiendos lleva entre 73 y 76 años sometido directa o indirectamente a la voluntad de un hijo de puta golpista que provocó una guerra con un millón de muertos, y la definitiva división (horizontal, hay otras muchas transversales) entre vencedores y vencidos, perdonadores y perdonados, y otros muchos símiles que entrañan, en el fondo, la misma imagen triste: sometedor y sometido. La casualidad, el morbo, lo que sea, hace que el final de esta semana de malas efemérides coincida con las elecciones que con mucha pompa se están definiendo como claves para el futuro de la que, esta sí, es mi nación. Lo siento, igual que quiero a mi mujer y no quiero a otras, o a dos niños que son mis hijos y no puedo querer a otros: Catalunya es mi nación y sus símbolos y sus paisajes son los que considero míos, y todos los otros, llámense meseta ibérica o estepa siberiana, no lo son, o no lo son tanto. No se puede hacer nada para que eso cambie. Nada. Y en eso coincido con mucha gente, y en eso tengo disparidad con otra mucha más gente. Tampoco soy chino, y el que haya mil millones de chinos no va a convencerme de que lo soy. Abrumadora mayoría, lo que sea, podrá hacer que me muestre más prudente en manifestarme, como mucho. Pero eso será coacción. No soy de este estado que agacha la cabeza un mínimo de 73 años. Los papeles dirán lo que quieran. Oigo el himno y me la suda. Veo la bandera rojigualda y me despierta ya no indiferencia sino, casi, intranquilidad. Veo a los tipos que blanden esas banderas y pienso en qué poco me respetarán si me muestro como soy. No, no quiero a España, ni quiero seguir siendo español por imposición de historias antiguas y de leyes centenarias: ya estoy hasta arriba de esa entelequia, que para mí es eso, y que los que se la crean y la vivan y les entusiasme, pues allá ellos. Joder, también hay quien se emociona con David Bisbal, no?. Pues eso, que nadie me diga cómo me tengo que sentir ni a quien tengo que querer.