Revista Diario
Llevaba tiempo queriendo dedicarle una entrada a la procrastinación, pero lo he ido dejando y dejando…Como muchos lectores sabrán, la procrastinación es la tendencia a dejar para mañana lo que bien podríamos hacer hoy, es decir, a postergar algunas tareas que nos resultan complejas o insatisfactorias y sustituirlas por otras más agradables y cómodas (revisar un artículo, reparar la tostadora, podar las tullas….)
Quienes entienden de estas cosas opinan que la procrastinación patológica está causada por la ansiedad que nos genera el tener que hacer frente a una tarea que exige un gran esfuerzo, probablemente por un perfeccionismo extremo que genera un gran miedo al fracaso. También parece relacionada con trastornos en el autocontrol. En cualquier caso, y sin llegar a extremos patológicos, todos somos en alguna medida procrastinadores, y en estos tiempos en los que no hace falta levantar el culo del asiento para dejar de lado nuestras obligaciones y navegar a mundos virtuales más relajados y placenteros, me temo que esta tendencia anda al alza.
El motivo de esta entrada es un reciente estudio realizado sobre 119 estudiantes universitarios –entre los que resulta fácil encontrar expertos procrastinadores- en el que se analizó la relación entre la tendencia a demorar las tareas y la mayor o menor proclividad a perdonarse a sí mismos por dichas falta de cumplimiento. Bien es sabido que cuando no somos cumplidores tendemos a culparnos y flagelarnos por este incumplimiento –con la excepción de los carpinteros que deben estar hechos de otra pasta, o madera-, y que este sentimiento de culpa puede llegar a bloquearnos, con lo que la procrastinación aumenta. Los autores del estudio plantearon la hipótesis de que el acto de perdonarse a uno mismo por el retraso en las obligaciones podría reducir el malestar generado por la culpa, y motivar al sujeto a llevar a cabo un cambio comportamental que implicase el empleo de estrategias de acercamiento o afrontamiento de los asuntos pendientes, y rompiese la tendencia a continuar evitándolos.
Pues bien, los resultados del estudio llevado a cabo por Wohl y sus colegas de la Universidad canadiense de Carleton dieron apoyo empírico a esta hipótesis, ya que los sujetos que mostraron una mayor tendencia a perdonarse a sí mismos por las “calabazas” obtenidas en el primer cuatrimestre, mostraron una menor tendencia a la procrastinación en el segundo cuatrimestre. Como apuntan los autores “…perdonarse a uno mismo por la procrastinación tiene el efecto beneficioso de reducir la procrastinación posterior al reducir el afecto negativo asociado a los resultados derivados del incumplimiento..”. Es decir, los sujetos más benévolos consigo mismos serían más capaces de superar los rasgos aversivos asociados con el hecho de realizar una determinada tarea y mostrarían una menor inclinación a usar estrategias para cambiar su estado anímico a corto plazo mediante la evitación de la tarea.
En fin, parece que si bien el responsabilizarnos de las consecuencias de nuestra procrastinación es importante para un cambio de conducta, el sentimiento de culpa excesivo no parece ayudar demasiado, sino más bien todo lo contrario. Y es que, otra vez, “con la Iglesia hemos topado”.
Wohl, M., Pychyl, T. A. & Bennett, S. H. (2010). I forgive myself, now I can study: How self-forgiveness for procrastinating can reduce future procrastination. Personality and individual differences, 48, 803-808.
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