NO EN NOMBRE DE LA CIENCIA. Publicado en Levante 20 de diciembre de 2011
Comprendo que, en la tarea de divulgar, se ha de perder rigor, en consonancia con el deseo de una mayor comprensión. Sin embargo ese intento es espurio cuando lo que se consigue es confundir -con un equívoco- al público generalmente no especializado, debido a la autoridad de quien lo dice y la terminología que se utiliza.
Pongo algunos ejemplos recientes, que me han llamado la atención. Hace unos días, en una entrevista a Punset, se destacaba que “lo que es evidente es que hay vida antes de la muerte” (¡!); y a continuación, al hablar de la fe religiosa, se preguntaba “¿la fe? ¿Qué es eso?... la fe puede ser la ciencia”… Uno no puede, por menos que quedarse perplejo ante este barullo terminológico.
Más recientemente, en una entrevista a un neurocientífico, éste afirma que “la libertad es una ficción cerebral. El cerebro nos engaña”; o que “la toma de decisiones es un proceso inconsciente y antiguo de la evolución humana y, por tanto, yo creo que la naturaleza no se lo ha confiado a la consciencia…; y no se fía de la consciencia porque no es libre”. La confusión es monumental ante términos tan dispares como reflejos condicionados y funciones neurofisiológicas, libertad, consciencia y/o conciencia (parece deducirse del texto que ambos términos son idénticos, aunque admitan, en una cierta acepción, ser sinónimos). A estas alturas, realmente no sé de lo que está hablando.
Reconozco que, entre mis colegas, no abundan los humanistas y, en general, debido también a su absorbente trabajo, no suelen ser personas instruidas en este sentido: leen poco –fuera de su materia de investigación-y no suelen tener, por tanto, facilidad de palabra o de escritura. Además, tienden a apoyar sus afirmaciones en presuntos estudios científicos, lo que no se realiza sin gran reduccionismo, al tomar la parte por el todo, y distorsionando, en consecuencia, los términos de la cuestión. Es una pena, pero salvo excepciones honrosas, suele ser así.
Sin darse cuenta, reducen todo a “procesos biológicos” y en nombre de una especie de Religión de la Ciencia, nos atiborran de términos científicos ininteligibles para el común de los mortales; y borran de un plumazo las grandes cuestiones humanas que, desde hace 25 siglos, son el centro de la cultura occidental. Temas tan complejos como las relaciones entre fe, cultura, razón y ciencia; libertad y responsabilidad; ciencia y conciencia; vida y muerte; inmortalidad y espiritualidad, dolor y sentido, amor y relaciones con los demás, etc.; son despachados en dos líneas.
Los comprendo y los disculpo, pero bastaría con que leyesen los clásicos de la literatura universal (Cervantes, Shakespeare, Dostoievski, etc.) para caer en la cuenta de su indigente situación al tratar de situarse en el ecuador de ese nuevo paradigma científico-religioso.
Hay que ser divulgadores, pero no fideístas de la ciencia; y mucho menos, ampararse en el paraguas de una ciencia que ni puede ni sabe traspasar los límites que ella misma –por el objeto de estudio y por el método experimental que utiliza- se ha autoimpuesto. En nombre de la ciencia no se pueden traspasar determinadas barreras sin deslegitimarse en el empeño.
Pedro López. Biólogo
Grupo de Estudios de Actualidad