Revista Arte

No es el verde ni el azul, sino el ocre el color de nuestro mundo.

Por Artepoesia
No es el verde ni el azul, sino el ocre el color de nuestro mundo. No es el verde ni el azul, sino el ocre el color de nuestro mundo. No es el verde ni el azul, sino el ocre el color de nuestro mundo. No es el verde ni el azul, sino el ocre el color de nuestro mundo. No es el verde ni el azul, sino el ocre el color de nuestro mundo. No es el verde ni el azul, sino el ocre el color de nuestro mundo. No es el verde ni el azul, sino el ocre el color de nuestro mundo.
El simbolismo de algunos recursos artísticos nunca los llegaremos a saber. ¿Por qué el pintor holandés Jacob van Ruisdael (1628-1682) se dejaría llevar por el sutil ocre en parte alguna de sus obras? ¿Y por qué el ocre es amarillo, qué lo hace de esa tonalidad? Ambas cuestiones, a veces, pueden contestarse. En un caso, los materiales y la vegetación estarán hechos así, de la propia tierra que los crea. El oxido de hierro abundará en la corteza terrestre, y sus efectos llegarán a la obra constructiva de los hombres y a las maduraciones propias de los vegetales. En otro caso, la combinación del hierro y el oxígeno tintará de amarillo sus reflejos. Los griegos ya lo supieron, y denominaron a ese color ochros, amarillento. Desde la Prehistoria los hombres habrían utilizado ya sus pigmentos terroso-amarillentos para crear cosas dibujadas.
Luego estará la ventaja de la utilización de este pigmento para crear con él. Será muy estable y resistente tanto a la luz como a la humedad. Nada tóxico además, algo muy peligroso, sin embargo, con los pigmentos basados en el plomo, que producirán saturnismo, o envenenamiento a causa de las emanaciones de algunas pinturas que contuviesen este metal. Así acabaría la vida del gran Caravaggio, por ejemplo. Si lo pensamos o vemos o analizamos bien, esta tonalidad -el ocre- superará con mucho la frecuencia de algunos de los pigmentos que se hayan utilizado en los lienzos creados por los hombres. El pintor austríaco Klimt lo elogiaba diciendo: Todo lo que está rodeado de oro es noble. Y es que el dorado ocre formará así parte más que ningún otro color del mundo en que vivimos.
La luz del sol reflejará sus destellos dorados en una tierra que se alimentará de esa luz, ¿qué sino es el proceso de oxidación que se producirá cuando sus rayos obren el misterio telúrico? Sería interminable una muestra sobre el ocre y sus usos en el Arte, todos los pintores lo han utilizado en sus diferentes versiones y matices. Pero, a diferencia del simbolista Klimt, es emocionalmente sobrecogedor observar cómo a veces el ocre se apreciará en alguna parte -la más significativa- de un conjunto creativo, lleno ahora además tanto de oscuras tonalidades como de los verdes o azules tan propios del mundo figurativo. Es la forma de señalizar subjetivamente algo ahora imperativo, la manera de destacar -con el ocre- ya algo principal lo que motivará además en cada caso el ejercicio de la creación, lo que justificará luego todo el alarde compositivo, lo que es en el lienzo especialmente ahora creativo, diferente ya en el conjunto del paisaje y que el autor querrá hacer ver así de un modo casi primitivo.
(Óleo del pintor del Barroco holandés Jacob van Ruisdael, Paisaje de invierno, 1670, Museo Thyssen, Madrid; Lienzo del mismo autor, Paisaje con las ruinas del castillo de Egmon, 1653, Instituto de Arte de Chicago; Óleo Paisaje con un campo de trigo, 1660, del mismo pintor Ruisdael, Museo Getty, EEUU; Fotografía Sendero de los ocres de Roussillon, Francia; Obra del pintor Gustav Klimt, Retrato de Adele Blouch-Bauer, 1907, Nueva York; Fotografía Reflejos de la luz solar al atardecer, de la web www.proyectacolor.cl; Fotografía de los acantilados arcillosos de la playa de Mazagón, Huelva, España.)

Volver a la Portada de Logo Paperblog