Jacinda Ardern, primer ministro de Nueva Zelanda. Sanna Marin, primer ministro de Finlandia. Angela Merkel, Canciller federal y jefe de gobierno de Alemania. Kamala Harris, recién elegida vicepresidente de los Estados Unidos. Ursula von der leyen, presidente de la Comisión Europea, que junto a un centenar más que la BBC acaba de destacar cómo las 100 mujeres más influyentes en política, economía, investigación, medicina, educación, activismo, literatura, arte, deportes, han desafiado el “establishment”; han roto con sus reglas desde el estigma de ser “mujer”.
Y es que en la sociedad moderna, se considera algo extraordinario que las mujeres se destaquen con importantes logros en campos donde al parecer, es privilegio exclusivo del sexo masculino, cuando debería ser parte de la normalidad de una sociedad que se precia de civilizada.
Y con todo, no alcanza para llegar a la médula del problema en las “ligas menores”: empresas, instituciones privadas y gubernamentales donde la presencia de mujeres en las directivas es casi inexistente y la brecha salarial continúa siendo considerable. Sin contar que se hace más difícil si se suman factores como la raza, la discapacidad y la orientación sexual entre “otras diferencias”. Una problemática que se ha disparado con la crisis global por la pandemia.
OIT (Organización mundial del trabajo) estima que por el confinamiento y las medidas de contención, han afectado alrededor de 2.7 billones de puestos de trabajo, que representa el 81% de la fuerza laboral del mundo.
Desde esa perspectiva, convenientemente se asume que la mujer siendo “responsable del hogar” es la primera opción en el recorte de personal, la baja laboral obvia. Entre tanto el hombre, con la perenne etiqueta antropológica de “proveedor”, es prioridad.
Pero se ignora el hecho que un gran número de mujeres, particularmente en los países del tercer mundo, son cabeza de familia, es decir, el único proveedor. Como consecuencia la crisis está tocando un fondo nunca antes visto.
Las Naciones Unidas señala que “los avances en la equidad de género” están sufriendo un retroceso por cuenta de la COVID-19, “porque la mujer por lo general gana menos y puede ahorrar menos, no tiene seguridad laboral, factores que le acercan más a la pobreza...depende social y económicamente de su pareja, con una marcada restricción de su movilidad por las medidas de confinamiento, por tanto proclives a la violencia de género”.
En ese escenario, se me dificulta ver como “logros o avances en la brecha de género", medidas sin peso social y económico, como exigir que se usen expresiones como “todos y todas” para hacer creer que está en marcha una arrolladora cultura de “inclusión”, de lo contrario se arma un alboroto. Dado el caso, habría que decir también niños, ancianos, trans, etc.
Que se considere un avance pintar de rosa el transporte público de uso “exclusivo para la mujer”, iniciativa muy aplaudida en México, mientras que la violencia de género y la impunidad van en aumento de la mano de una legislación sin dientes para proteger los derechos de la mujer, porque no tiene cobertura en las leyes existentes, que en teoría, son para todos los ciudadanos.
Estas seudomedidas entre otras más, subrayan que hay diferencias sociales que le recuerdan a la mujer su lugar, su condición subordinada; depende del reconocimiento del establishment para que en algún momento sea validada como ser humano con derechos.
Ninguna de estas "medidas o avances" en la equidad de género, considera que todos somos seres humanos independiente de la biología, la cultura, las discapacidades, la etnia, la edad o cualquier otra forma de segregación. Se pasa del hecho que pertenecemos a la misma especie.
Y ese único hecho, nos hace merecedoras de las mismas oportunidades sin necesidad de recurrir a las etiquetas tan frecuentemente usadas para identificar “grupos vulnerables”, que en realidad es otra forma de discriminación porque favorecen la exclusión e incrementan la percepción de vulnerabilidad. Se asemejan a la estrella amarilla de los judíos durante la segunda guerra mundial, que se interpretaba como una señal de “disparidad”, por tanto excluidos como sujetos de valor en la sociedad nazi.
Y es que forma parte de la normalidad etiquetar a quién tiene una posición “débil o en desventaja”, para señalar quien es improductivo para los objetivos del modelo económico. Así la mujer, la discapacidad, la edad, la raza, son conceptos relevantes e infaltables en el lenguaje inclusivo y solidario, cuando en realidad su trasfondo es discriminatorio, porque no tienen sustento social práctico ni científico. Son muchos los ejemplos que lo confirman.
El establishment parece que necesita de etiquetas segregarías para recordar que está al mando por carencia de argumentos con fundamento y de sentido común. Un tema de inseguridades, que le lleva a permitir pequeños cambios cuando siente amenazado su poder, algo así como palmaditas en la espalda que en este caso, se llaman “avances”.
Es así que ha promocionado dentro de un sistema de creencias, que el único rol válido para la mujer es el hogar y la crianza de los hijos; porque dicen, es fundamental para la sociedad. Sin embargo, el valor de la mujer se deprecia como individuo, porque dicen, no tiene la capacidad para ser económicamente productiva y responsable de su propia vida.
No tiene sentido continuar aferrados a creencias obsoletas, propias de la antigua normalidad, improductivas y sin efecto práctico que se han ido cayendo por su propio peso, la distinción de la BBC es prueba de ello.
El meollo del asunto
Mi hermana suele bromear con que los hombres nunca maduran, solo cambian de juguetes en la medida que crecen. Y tiene su lógica. Cuando los hombres juegan a la guerra, son las mujeres quienes arreglan el desastre, como en Alemania después de la segunda guerra mundial y en otras guerras en las que siempre hay que reconstruir la vida, ya es un hábito.
La raíz del problema está en los conceptos sociales y culturales que hemos comprado como inamovibles. Si bien respeto y me apoyo en la antropología, no estoy de acuerdo con la postura de justificar el comportamiento humano como un hecho inalterable, porque se dice, está arraigado en el ADN y sin posibilidades para modificarlo.
De otro modo no se explica que se mantenga el discurso que justifica la irracionalidad como parte de la “naturaleza humana”. Así, en pleno siglo XXI, pese a toda la tecnología y los cambios de estilo de vida, el hombre continúa siendo considerado el “cazador y proveedor” sin ninguna responsabilidad moral o social. Entre tanto, la mujer continúa siendo un objeto subordinado y dependiente, como cualquiera que sufre alguna condición de discapacidad física o mental, productivamente incapacitada para formar parte del esquema económico que la sociedad exige.
Pero vamos, que algunos tenemos problemas de ADN porque no conseguimos resignarnos a creer que el ser humano no puede evolucionar, crecer mental, emocional y socialmente en beneficio de la humanidad y del planeta entero. Continuamos en la búsqueda de alternativas que sí sean productivas en todos los sentidos para una sociedad que necesita encontrar el equilibrio.
Alternativa social: renunciar al paradigma sociocultural
En el siglo del desarrollo científico y tecnológico; de la globalización cultural y la democratización de la información que proporciona los medios para pasar a otro nivel de desarrollo mental y social, resulta difícil resignarse a aceptar hábitos sociales y culturales que con la etiqueta de “tradiciones”, pretenden validar que es normal matar toros por diversión o ballenas, tiburones, murciélagos y pangolines por supuestos efectos medicinales, asumir que un autista es un retrasado mental y que la mujer es un ser inferior, una propiedad como si de ganado se tratase, porque esa ha sido la historia de la humanidad y no puede cambiarse.
No obstante, para tener autoridad moral de gritar a los cuatro vientos que somos una sociedad civilizada, es necesario pasar del discurso de la conveniencia histórica que al tiempo evangeliza con la adaptación a la vida moderna.
Esa misma modernidad ha demostrado desde la ciencia, que continuar atados a tradiciones caducas no tiene fundamento y menos aún son sostenibles.
Alternativa emocional: somos complementarios
Madrid 2018- Día de la mujer
Sencillamente si no tengo que hacerlo, no lo hago. Al igual que un hombre puede hacer de comer, la limpieza, hacerse cargo de los niños, pero si llega su esposa, su madre u otra mujer que tome su lugar, aceptará la ayuda sin dudar, sin que esto represente un drama insuperable para ninguna de las partes.
No se pierde la identidad de género por realizar las tareas habituales del otro. Solo se demuestra que los seres humanos poseemos un sinfín de habilidades, que todos podemos ser multitarea, aunque algunas cosas se dan mejor en unos dependiendo su anatomía. Es sentido práctico en función de las habilidades, pero de ningún modo, limitantes sociales.
Así que hombre y mujer son un equipo perfecto en la aventura de la vida. Es sencillo, nos complementamos, es todo.
Alternativa económica: la gestión es un trabajo en equipo
El ejemplo más reciente, porque hay muchos más, es Nueva Zelanda y su primer ministro Jacinda Ardern, quien ha llevado la batuta del éxito del único país del mundo que tiene realmente controlada la COVID-19. Una labor que no ha realizado sola; hay hombres en su equipo de trabajo que de ningún modo se sienten de menos, tienen la certeza de hacer parte de un equipo que entrega resultados que benefician a todos.
Y es que realizar diferentes roles a la vez: madre, esposa, compañera, con actividades que van desde criar hijos diferentes unos de otros, mantener en funcionamiento un hogar supliendo las necesidades emocionales y materiales de todos, disponibilidad 24/7, además de ser el polo a tierra de la familia, le han permitido a la mujer desarrollar habilidades para la resolución de conflictos y la administración.
Pero no basta, hacen falta las habilidades del hombre, porque todo funciona mejor cuando hay sinergias, cuando se cuenta con un coequipero dispuesto a dejarse la piel por el bien común.
Que los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus, creo que es una analogía que permite comprender que la especie que habita el planeta tierra se complementa desde sus diferencias biológicas.
Reconocer al otro.
La primer ministro de Finlandia está casada con el ex futbolista Markus Räikkönen, que no le importa que lo identifiquen como "el esposo de la primer ministro Marin", porque entiende que no le hace menos. Él ha brillado desde sus propias habilidades, no tiene necesidad de demeritar o descalificar las habilidades de su esposa para hacer valer su posición.
Esa relación deja claro que es posible encontrar el equilibrio, sin obsesionarse con el concepto de moda: "equidad de género". No es un tema de conceptos, es un tema de hechos que se fundamentan en el respeto y no en la caduca cuadrícula social.
Empoderarse como mujer no pasa por despreciar o humillar al hombre, como si se fuese un acto de venganza válido por los siglos de discriminación y maltrato, que así no se llega a ninguna parte. Jesucristo en su eterna sabiduría lo dejó claro: “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”.
La clave está en reconocerse en el ahora y desde las habilidades de cada uno, proyectándose al futuro como especie, sin etiquetas.
Los cambios no necesitan etiquetas
“No creo que sea una cuestión de género…No es mi trabajo identificar a las personas, es trabajo de todos identificarse” Afirmó al inicio de su gestión, la primer ministro de Finlandia Sanna Marin.
Y es verdad. Perdemos tanto tiempo y recursos en definir la clase de persona que deben ser quienes son diferentes al promedio, particularmente cuando esa diferencia se considera en negativo. Pasamos por alto que la incapacidad de aceptar las diferencias y construir a partir de estas, es lo que nos impide avanzar como sociedad.
Es improductivo menospreciar las capacidades de las minorías sencillamente porque tienen “algún tipo de desventaja” que no entra en las expectativas del modelo económico. En este mundo hay de todo como en botica: personas que lo hacen bien y otros que lo hacen mal, independiente del género, etnia, cultura, edad o discapacidad.
Los cambios suceden por el cambio de actitud, luego de un proceso reflexivo donde se sopesan las consecuencias de las acciones. Y si alguien queda en desventaja, es un claro indicador de que algo no está marchando como debiera y se requieren cambios.
Es lo que deduzco con la elección de la primera vicepresidente Kamala Harris. Es mujer y de raza morena. Factores que de ningún modo sumaron en contra en la elección de Joe Biden como presidente de un país dominado por el racismo y otros prejuicios. Los electores no se detuvieron por ese hecho.
Creo que inconscientemente llegaron a la conclusión, que las diferencias dentro de la fórmula presidencial, serían de provecho para enderezar el rumbo de una nación que estaba naufragando en el populismo, sin otro norte, que odiar a todo aquel que piensa diferente.
El problema no es de género. El verdadero problema es que a la sociedad le cuesta trabajar en equipo, aceptar y sacar provecho de las diferencias.
No defiendo ninguna corriente, ya sea feminismo, machismo, o cualquier otra que pretenda imponer su criterio como una verdad absoluta. Pienso que es más práctico reconocer que las barreras físicas e ideológicas, son un obstáculo para conseguir verdaderos logros económicos y sociales, y que la solución se encuentra en el equilibrio, que por extraño que parezca, surge de las diferencias.
He sustentado mis argumentos desde la experiencia y logros de mujeres reconocidas mundialmente, pero no son las únicas en el mundo.
Estoy segura que como mujer tienes a cuenta tus propios logros y que hay hombres en tu vida que han sido un gran apoyo para alcanzarlos. Y que como hombre reconoces que estás rodeado de mujeres que te han apoyado para ser quién eres. Que no temes el reproche social al reconocer que les respetas y admiras y eso no te hace menos que nadie. Te hace sabio.
Estoy convencida que si le quitas la “etiqueta” que supuestamente define a quién está a tu lado, descubrirás que hay un ser humano con mucho talento y con mucho que ofrecer. Que con esa persona, puedes conformar un gran equipo para contribuir a construir una mejor sociedad, una en la que entremos todos, sin distinción. Nos vemos la próxima semana.