Revista Salud y Bienestar

No es fácil ser médico, ni es fácil ser paciente

Por Carlos

Durante años hemos fabricado un sistema, en el que la propaganda disfrazada de progreso, gracias a los avances tecnológicos, ha conseguido orientar la medicina hacia un horizonte donde no cabe la paciencia, ni las soluciones desmedicalizadas de los problemas banales, ni la incertidumbre, ni la observación, propias de antiguas culturas.

Estamos instalados en la creencia de que la medicina lo puede todo y lo puede con rapidez, porque si no lo hacemos así las consecuencias serán nefastas.

En brazos de la prevención a ultranza, hemos caído en la pretensión de que, a base de chequeos, a base de pruebas complementarias para “por si acaso” y a base de que cada patología, o mejor diría, cada síntoma, debe y puede solucionarse con una receta, todo debe ser estudiado y tratado y por tanto no toleramos ni siquiera el “disconfort”.

Hemos pasado, de confiar en el médico de cabecera, a pensar que la atención primaria no es mas que una traba burocrática que nos impide acceder al nivel especializado que se supone que es el verdadero eje del engranaje que necesitamos para la consecución de los fines que persigue el paciente.

NO ES FÁCIL SER MÉDICO, NI ES FÁCIL SER PACIENTE

En este entorno, no es fácil ser médico, debido a las expectativas que nosotros mismos hemos creado, pero tampoco es fácil ser paciente porque establecemos premisas como el derecho a la salud, que si bien en su concepción teórica es indiscutible en las sociedades avanzadas, consigue la frustración mas absoluta cuando esa meta no es alcanzada, sobre todo cuando entendemos esa salud como el pleno bienestar físico y psíquico, que en no pocas ocasiones no depende del padecimiento de enfermedades sino de la concepción vital del usuario.

Desde el punto de vista médico es frustrante que “algo se nos escape” sin embargo esta filosofía no es motivo para solicitar pruebas irrelevantes, por muy costosas o baratas que sean, o de cuyos resultados no se derivan actuaciones pensadas y sensatas.

No todos los ciudadanos son tributarios de analizar su sangre “a ver que encontramos”, ni todos los usuarios a los que se les determina el colesterol, por ejemplo, son susceptibles de seguimiento y ni siquiera todos los pacientes con cifras de colesterol por encima de los límites considerados como normales son tributarios de tratar con el último y mas potente fármaco conocido.

Pero desde el punto de vista del paciente, no es fácil entender, que no todos los médicos consideran adecuado, en base a la interpretación de la bibliográfica, solicitar un análisis de sangre anualmente para “acallar conciencias”, ni que todos los análisis que se realicen deban de incluir entre sus parámetros analizados, pruebas cuya finalidad sea considerarse “vacunado” frente a patologías futuras sin factores de riesgo, ni que una vez detectadas desviaciones de la norma, tengan la misma importancia esos resultados en función de las características del paciente.

Y es difícil entender que tanto los valores bajos como los valores altos dentro del intervalo considerado como dentro de la normalidad, en el colesterol o en la osteoporosis o en otras patologías, tengan, o debieran tener, la misma consideración para los pacientes sanos. O que incluso las variaciones leves no siempre deban de ser susceptibles de tratamiento farmacológico por el simple hecho de aparecer en un análisis único.

Así, en estas condiciones, tanto el médico como el paciente pueden sucumbir a las presiones mediáticas y sociales, disminuyendo o perdiendo la confianza del uno en el otro y viceversa y lo que es mas importante perdiendo la perspectiva de todo lo que seríamos capaces de hacer juntos, empujando en la misma dirección.


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